Detrás de escena

Pensotti. ¿Qué podemos esperar del futuro?

El director y dramaturgo escribe sobre la experiencia creativa de «Los Años», la obra que cuenta la historia de un mismo personaje en el 2020 y 2050. Se estrenó en Alemania y llegaría a Buenos Aires a inicios del año próximo.

Por Mariano Pensotti. Fotos: Gentileza Prensa y Mariano Pensotti.

Los Años, nuestra nueva obra, cuenta la historia del mismo personaje en dos tiempos distintos: cuando tiene 30 años y cuando tiene 60. A sus treinta, el personaje es un joven arquitecto que está filmando un documental sobre edificios de Buenos Aires, que son imitaciones de edificios europeos. Un día, grabando un lugar abandonado, descubre que dentro del edificio hay un chico que vive solo. Se obsesiona un poco con él, intenta ayudarlo y al mismo tiempo lo filma.  

Suceden muchas cosas y a medida que se vuelve una especie de padre sustituto de este desconocido su vida personal entra en crisis. Abandona la arquitectura y hace un documental sobre el chico.  

Treinta años después, el mismo personaje, ahora ya viejo, regresa a Buenos Aires luego de vivir en el exterior con la idea de averiguar qué fue de la vida del niño que retrató en el pasado. Quiere hacer un nuevo documental sobre él pero no consigue encontrarlo. En el camino intentará reconstruir el vínculo con su propia hija, con la que tiene una relación distante y verá cuánto ha cambiado la ciudad en la que solía vivir. 

Una de las particularidades de la obra es que ambos tiempos se ven de manera simultánea. Mientras vemos la vida del joven asistimos a todo lo que le sucede cuando es viejo. Los dos momentos se representan uno junto al otro. 

Y otra de las particularidades es que el tiempo del joven es el presente, el 2020, y el del viejo es el futuro: el 2050.  

La obra «Los años» se estrenó en 2021 en Europa.

De alguna manera, la obra se trata de cómo será recordado este presente desde el futuro; cómo nos narraremos dentro de treinta años lo que vivimos hoy.  

Originalmente, cuando escribí el texto, la obra era distinta. Fundamentalmente, el tiempo del personaje joven era el pasado y el del viejo el presente. Pero llegó la pandemia y cambió todo. De pronto la historia que tenía en mente ya no me parecía relevante. Si en algunas de mis obras anteriores había jugado con la idea del pasado y de cómo el pasado es transformado desde el presenten, durante la pandemia descubrí que en esta me interesaba investigar la idea de futuro. 

Muchas preguntas empezaron a rondar el proyecto: ¿Qué podemos esperar del futuro? ¿Qué sucederá dentro de 30 años con nosotros, nuestras ciudades y las personas que conocemos? ¿Cómo será el futuro de la enorme cantidad de chicos que viven en la pobreza? ¿Cómo se verá el presente desde el futuro? Si supiera cómo voy a ser en el futuro, ¿cambiaría algo de mi presente? 

La idea de pensar en lo que vendrá desde la ficción nos pareció una afirmación vitalista, conectada con el concepto de que el futuro siempre puede ser mejor porque podemos inventarlo. 

Estrenamos Los Años en la Ruhrtriennale de Alemania en septiembre del año pasado, después de casi dos años de incertidumbre pandémica y en los que atravesamos, como todo el mundo, una enorme cantidad de cambios y problemas diversos. De las que hicimos hasta ahora, ésta es quizás una de las obras -y hablo en plural porque como siempre trabajé junto al Grupo Marea (Mariana Tirantte, Diego Vainer y Florencia Wasser)- que más costó llegar al estreno por razones ajenas a lo artístico.

Se estrenó después de años de incertidumbre por la pandemia.

Durante mucho tiempo no sabíamos si los lugares donde estaba previsto presentarla seguirían programando obras o sencillamente existiendo, si sería viable viajar, si tendríamos salud para hacerlo, si habría un público en vivo para verla o no.  

Hicimos una primera gira por Alemania a fines del año pasado donde la mostramos en Berlín, Bochum, Frankfurt y Múnich. Este año hemos ido al Piccolo Teatro de Milán, un viejo sueño finalmente cumplido, y a Montpellier en Francia. Tenemos una gira en agosto en Suiza y Holanda y otra más a fin de año en Girona, Estrasburgo y París. Digamos que luego del panorama de los últimos tiempos, este presente para Los Años se parece bastante a un sueño.  

Si todo va bien, lograremos estrenarla en Buenos Aires -nuestro objetivo central desde el inicio- en el San Martin a comienzos del 2023, casi tres años después de lo originalmente previsto. Va a ser la primera vez que hacemos una de nuestras obras en el Teatro San Martin. 

Desde hace varios años, con el Grupo Marea encontramos esta forma un poco incierta y exótica de producir nuestras obras que implica coproducirlas con festivales o teatros extranjeros. Fundamentalmente lo hicimos, y lo seguimos haciendo, porque no encontramos otra forma de que existan. Es sabido, y lamentable, que para que un grupo como el nuestro pueda sobrevivir y producir no hay apoyos reales en la Argentina. 

Presentar las obras en el exterior es toda una paradoja porque a pesar de que muchos de nuestros trabajos se muestran afuera las historias e ideas que contienen son extremadamente argentinas, sus elencos son locales, su forma de producción es la típica del teatro independiente (nos tomamos largos períodos de creación, ensayos, etc) y suelen ser obras muy narrativas, de mucho texto. Todo lo cual uno tendería a pensar que no es lo más fácil de trasladar a otras audiencias. 

«Los Años» llegaría a Buenos Aires en 2023.

Lo de viajar con las obras comenzó de manera absolutamente azarosa, luego de hacer una obra en el FIBA del 2005 (justamente llamada La Marea), que era una intervención urbana y con la que jamás se nos había cruzado por la cabeza que podíamos llegar a mostrarla en otros lugares. Un programador nos invitó a hacer una versión en Bruselas y a partir de ahí empezó a armarse una red de lugares, muchas veces interesados en nuestros siguientes proyectos. 

Más allá de la posibilidad de producir obras que acá no tienen apoyo o espacio, viajar con un proyecto implica la extraordinaria posibilidad de mostrar lo que uno hace frente a un público distinto que el que uno ya conoce y para el que, en general, esa obra fue originalmente creado.  

Como muchas otras cosas, el público es una entelequia, algo sobre lo que nos pasamos hablando pero que nadie sabe muy bien qué es o, en todo caso, es una construcción casi ficcional. 

Uno de nuestros últimos proyectos, antes de Los Años, fue la realización de tres películas llamadas, justamente El Público. En esas películas investigamos un poco la relación de los espectadores con el teatro, en qué medida lo que ven los modifica, transforma su cotidianeidad y también de qué manera ellos crean una obra nueva al narrarla y modificar lo que vieron a través de sus recuerdos. 

Pilar Gamboa en la película «El público».

Cuando empezamos a investigar para El Público, una de las cosas que me sorprendió fue que en Buenos Aires no había demasiados estudios en profundidad sobre los espectadores. Más allá de cantidades, la mayoría de los teatros, incluidos los oficiales, no tienen mucha idea de quiénes son las personas que acuden a sus salas. 

Al mostrar obras frente a un público extranjero, la primera sensación es un poco onírica. Si uno desconoce quiénes son exactamente los espectadores en Buenos Aires eso en otros países se acrecienta a niveles estratosféricos.  

Siempre ver una obra propia a través de ojos ajenos modifica lo que vemos. Lo que creíamos que estaba ahí quizás no está; eso pasa con cualquier tipo de público. Con espectadores a los que es más difícil decodificar lógicamente se acrecienta.  

Obviamente no es lo mismo un público español que uno alemán, uno belga que uno holandés. Las especificidades de cada país, inclusive cada ciudad dentro de un mismo país, hace que las reacciones frente a la misma obra varíen enormemente. 

En «El Público», investiga la relación entre el público y las obras que ven.

Las referencias culturales, espaciales o políticas que pueblan nuestras obras (menciones a la dictadura, el 2001, Leonardo Favio, Avellaneda, Tinelli y un largo etc) uno se pregunta siempre cómo serán procesadas por personas que no tienen ninguna relación personal con ellas. Quizás de manera análoga a lo que nos pasa a nosotros cuando vemos una película que transcurre en un barrio de Baltimore, los personajes hablan sobre Martin Luther King, la guerra de Vietnam y raperos que desconocemos. Traducciones mentales en las que uno, por asociación, encuentra algo conocido para ponerle una imagen o sensación a lo ajeno. 

En nuestro caso, siempre existe un esfuerzo bastante consciente de seguir pensando nuestras obras para la Argentina, por más que sabemos que serán presentadas también en un contexto extranjero el desafío es no volverlas “internacionales”, signifique eso lo que signifique. Las imaginamos como si el único público fuera el local para evitar justamente la tentación de edulcorarlas.  

A veces, inclusive, intentamos poner en abismo la relación entre Argentina y Europa, como en el caso de Los Años, el documental sobre edificios porteños que son imitaciones de europeos.  

Pensotti en la Sala Lugones del San Martín.

Una relación que, por supuesto, no está exenta de colonialismo cultural, algo que creo uno no debe tampoco olvidar a la hora de mostrar algo afuera. 

Nuestras obras suelen ser muy narrativas y muy basadas en lo textual, eso implica que al presentarlas afuera hay que utilizar subtítulos y aceptar que la atención de los espectadores a lo que sucede escénicamente conviva con leer.  

En definitiva uno nunca sabe qué ve exactamente el otro.  

Eso es algo que puede aplicarse a un público extranjero, pero también uno local.  

Sí está claro que para nosotros como compañía la posibilidad de mostrar nuestras obras a una variedad enorme de espectadores nos ha abierto de manera increíble la percepción sobre lo que hacemos. Además de que ha sido la única posibilidad de perpetuarnos en el tiempo.

Vale la pena mencionar que al margen de que los diversos funcionarios de turno viven auto elogiándose por la presencia del teatro argentino en el exterior, a lo largo de los más de quince años que llevamos viajando con nuestras obras no recibimos ningún tipo de apoyo para que esto suceda, ni pasajes, ni ayuda para el transporte de la escenografía, ni unas empanadas el día del estreno. Y a pesar de que muchas veces ofrecimos a diversos funcionarios de turno nuestra experiencia y contactos para que otros grupos puedan también viajar no hubo nunca interés en implementar alguna instancia de promoción u organización oficial que facilite esto para compañías independientes.  

«Arde brillante en los bosques de la noche», una de las creaciones de Pensotti.

Viajar con las obras es extraordinario, pero aún más lo sería si no fuera la única opción de subsistencia. Toda emigración habla también de graves problemas internos. 

En Los Años imaginamos un futuro, en el 2050, donde los teatros están siempre llenos y se construyen cada vez más grandes porque la gente siente la necesidad imperiosa de ir. Ya nadie quiere nada más grabado. Todo tiene que ser en vivo. Es, por supuesto, un futuro posible pero sobretodo un ejercicio de esperanza o quizás una invitación a construirlo.  

Con el elenco de la obra, un grupo maravilloso que atravesó el épico proceso de creación sin tener la certeza de si la obra llegaría a existir, estamos descubriendo que las resonancias de esa idea resultan muy relevantes en distintas geografías. Esperamos, sobretodo, que cuando la obra se estrene acá ese futuro posible interpele nuestro particular presente. 

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