Detrás de escena

Las brujas existen: son argentinas y suben al escenario desde hace 33 años

Uno de los clásicos de la calle Corrientes ya lleva más de tres décadas en cartel. La obra protagonizada por Nora Cárpena, Graciela Dufau, Thelma Biral, Moria Casán y María Leal es uno de los fenómenos del teatro argentino, ahora en el Multitabaris.

Texto: Sandra Commisso. Fotos: gentileza prensa.

La cartelera porteña está poblada de obras de todo tipo: desde superproducciones en la calle Corrientes hasta puestas mínimas realizadas a puro esfuerzo en alguna sala de cualquier rincón de la ciudad. Todas tienen una historia particular y esa riqueza y variedad es lo que hace de la actividad teatral argentina una de las más poderosas y reconocidas del mundo. Fundamental recordarlo en este momento en el que las intenciones del gobierno de turno apuntan a desmontar instituciones históricas y vitales como el Instituto Nacional del Teatro (entre muchas otras) que afectarían profundamente a nuestra tradición teatrera y a la cultura en general.

Por eso, no está de más recordar las particularidades del teatro local que, más allá de géneros, gustos personales y otras cuestiones menores, basa su fortaleza, en gran parte en su poder de convocatoria y de identificación con el público, que incluso llega hasta muchos espectadores extranjeros. Porque hay una magia poco común en continuar haciendo una obra, sea cual sea, a lo largo de los años y, en el caso de Brujas, a lo largo de las décadas, que no busca un objetivo económico (que si lo tiene para el productor Carlos Rottemberg y para las actrices, forma parte de las reglas del juego y está bien que así sea) sino que funciona ya como algo incorporado al acervo cultural. Es básicamente un fenómeno popular que trasciende el escenario pero que es desde allí, donde precisamente se fortalece. Ahora, más precisamente desde el del Multitabaris Comafi.

La obra del autor español Santiago Moncada, que recorrió medio mundo en una y mil versiones, se estrenó en la Argentina el 3 de enero de 1991 en el teatro Atlas de Mar del Plata, dirigida por Luis Agustoni y producida por Rottemberg y por su amigo, el actor Guillermo Bredeston. Luego llegó a Buenos Aires.

El elenco original lo formaban Thelma Biral, Nora Cárpena, Susana Campos, Graciela Dufau y Moría Casán. Por entonces, la incorporación de Moria a un elenco de reconocidas actrices dramáticas fue, por lo menos, llamativo. Pero con el correr de las funciones, Moria demostró que estaba a la altura y hoy, como lo hizo siempre, aprovecha su fabulosa popularidad para promocionar la obra. La tracción de un público que, en muchos casos, se habrá acercado por primera vez a una obra de texto, es un aporte al teatro que alguna vez habrá que reconocerle.

Con el paso de los años, la vida de las actrices sufrió cambios importantes, imposibles de evitar. El golpe más fuerte fue la muerte de Susana Campos en 2004. Sin embargo, sus amigas en el escenario lograron recuperarse y sin dejar de recordarla nunca, sumaron a otras actrices al rol de Susana. Primero fue Leonor Benedetto, luego Sandra Mihanovich y más tarde, María Leal. La obra supo adaptarse a esos cambios y se enriqueció.

La historia de cinco ex-compañeras de un colegio religioso que se juntan después de mucho tiempo para cenar en la casa de una de ellas, con consecuencias inesperadas para todas, es la excusa para contar una trama que va más allá de temáticas femeninas. Incluso el beso entre dos de las protagonistas que, en 1991 repercutía bien distinto a cómo se recibe hoy entre el público, permite ver el transcurrir de algunas cuestiones humanas que nunca dejarán de generar preguntas, como es el caso de los vínculos, de cualquier índole.

En treinta y tres años, también hubo otras pérdidas, como la de Bredeston, esposo de Cárpena además de productor, y del propio director Agustoni, maestro y dramaturgo, fallecido el año pasado. Dufau también perdió a su marido, el director Hugo Urquijo en 2020. En el medio, las actrices pasaron de sus cuarenta y tantos años a ser señoras regias que ya van por sus setenta y ochenta, demostrando un oficio inoxidable y una capacidad de reinventarse magistral. Sus vidas cambiaron, con hijos que pasaron de ser niños a convertirse en adultos, con experiencias propias que supieron aprovechar para dotar a sus personajes de más y más matices y hacerlas unas criaturas más entrañables aún. Ellas mismas traspasaron esa amistad de ficción a una real, en una retroalimentación que favorece cada escena, cada función.

Eso es el teatro. Ese ida y vuelta en tiempo real con la vida de afuera, con sus protagonistas arriba y abajo del escenario, con el público que va por primera vez a ver la obra o con el que ya la vio pero vuelve porque sabe que va a encontrar algo nuevo, inesperado. El teatro ofrece ese espejo del presente, del ritual compartido en el aquí y ahora que resulta insustituible.

Las Brujas ofrecen esa magia, ese poder femenino de grupo, de aquelarre teatral que parece volverlas indestructibles, más allá del tiempo. El teatro argentino tiene muchos ejemplos más de resiliencia y supervivencia, siempre acoplados al talento y al entusiasmo, algo que casi no sucede en otras ciudades del mundo también con tradición teatral. Y eso hay que valorarlo y cuidarlo como el tesoro que es.

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