Inauguramos una nueva sección, la del crítico invitado, para sumar nuevas miradas a lo que pasa en la cartelera porteña. El periodista de deportes, Pablo Ramón, fue a ver «Consagrada», la historia de la ex integrante de la Selección Argentina de gimnasia artística Gabi Parigi sobre el lado B del mundo de la competencia de elite.
Texto: Pablo Ramón. Fotos: Macarena De Noia.
Hace rato que la obra ya camina, el espectador ya respiró su densidad, obsorbió el profundo drama de la trama, la complejidad del relato, el impacto de los sentimientos internos puestos en contradicción en la piel de la protagonista, y sin embargo en escena todavía no se pronunció palabra. Consagrada es la historia contada por Gabi Parigi, ex integrante de la Selección Argentina de gimnasia artística, que ilustra las huellas que los sacrificios prematuros y permanentes van dejando en el cuerpo, en el alma y en la mente de una niña que se puso la malla a los 4 años y no se la sacó hasta los 19, en un ambiente en el que la exigencia de la alta competencia se lleva puesta infancias, salidas, viajes, relaciones, a un costo imposible de pagar.

La lucha desigual contra el peso, los atracones, los ayunos, en un régimen sin control en el que lo único que importa es un ideal físico que nunca se alcanza. Uno de los tantos abusos que acompañan un relato descarnado de una dinámica cruel que recién culmina cuando los trofeos y las medallas terminan en el tacho de la basura.
Hace rato que la obra ya camina y el que habla es el cuerpo. Los músculos de la espalda se contraen y se expanden con violencia, como si tuvieran vida propia, con la fuerza propia de la marea. Parigi ha dicho que esta obra no es una biografía, pero sus fuegos internos puestos en escena contradicen la frase. Su cara es otro mapa que despliega un pentagrama de gestos contrapuestos: la sonrisa perfecta y eterna -la carta de presentación de toda gimnasta que se precie de tal- entra en conflicto con muecas de fastidio, casi burlonas, lenguas Stone de hartazgo, y el pelo que también lucha entre el rodete permanente y la melena que intenta desatarse de una buena vez de la dictadura de la prolijidad.

Hace rato que la obra ya camina y para el espectador es un desafío salir un poco de la lógica del relato oral, la frase que explica el todo. Consagrada es como una música que no necesita letra. Mérito de Parigi, que para contar su historia se apoya en acrobacias, bailes, piruetas. Juega con la ropa, se viste y se desviste como una forma de mostrar ese cuerpo que lo soportó todo hasta decir basta. Se acomoda la malla de competición como un tic del pasado, la hace parte de su piel y de la piel de otras compañeras con las que compartió ruta y rituales de sufrimientos.
Hace rato que la obra ya camina y, por fin, aparece la voz. Porque Parigi también es actriz, y de las buenas. Parigi ahora sí, habla en primera persona y también en la persona de entrenadores y asistentes, a quienes satiriza con sus historiales de abusos y crueldades, con la agudeza de haberlos padecido. Lo hace dentro de un cajón de gimnasia, que a veces es su casa, a veces su cárcel, a veces su refugio, con un histrionismo que le da a la obra otro vuelo, otra intensidad.

Hace rato que la obra ya camina y llega el tiempo del epílogo. El punto de mayor dramatismo es, quizá, cuando le pone números al sufrimiento: los millones de abdominales, las decenas de lesiones, el recuento de operaciones y el único novio como testimonio del desbalance feroz que tuvo que atravesar.
La catarsis final, mientras se despoja del cajón carcelero y de las mallas de competición, es una cumbia sanadora que de alguna manera reconcilia su cuerpo, su alma y su mente con la libertad de movimientos y con el disfrute mismo. «¿Qué le diría hoy a esa chica?», se pregunta Parigi cerca del cierre, y ese interrogante permanece sin una respuesta evidente y concreta. Pero está viva en la génesis misma de Consagrada, lista para ser respondida por quien quiera ir al teatro y entregarse a una obra como las hay pocas.
Consagrada se presenta los sábados a las 21.30 horas en El Galpón de Guevara, Guevara 326. Entradas en venta por Alternativa.