El actor murió a los 96 años en Madrid. En su visita a la Argentina, en 2023, lo entrevisté en la que sería su última estadía en Buenos Aires. Habló de la profesión, del exilio y mucho más.
Texto: Sandra Commisso
Es otoño en Buenos Aires, con algo de sol y un poco de viento. A unas cuadras de la Plaza San Martín, la ciudad parece sosegada a la hora de la siesta: poco tránsito, pocos peatones. Héctor Alterio camina por Marcelo T. de Alvear del brazo de su hija Malena, apenas llegado desde Madrid, donde vive desde 1975. A los 93 años, vino a despedirse de los escenarios porteños.
A partir del 7 de abril, en el Teatro Astros presentará su espectáculo «A Buenos Aires», donde recita poemas de León Felipe, repasa anécdotas y recuerda tangos de Cátulo Castillo, Astor Piazzolla, Horacio Ferrer y Eladia Blázquez, con dirección de su esposa, Angela Bacaicoa y con la colaboración del pianista Juan Esteban Cuaccii.
Parado en una esquina del microcentro porteño, posando sonriente para las fotos, Alterio juega a hacer gestos divertidos, cuando pasan dos hombres jóvenes que se quedan como paralizados mirándolo. ¿Es él?¿Está acá?- «Gracias», le dicen antes de seguir caminando y haciendo un gesto de brindis con un de cartón con café.
Emoción es lo que despierta este actor, uno de los más emblemáticos de su generación, prolífico y premiado a ambos lados del Atlántico. Comprometido y exiliado en España desde la década de 1970, pero sobre todo, admirado y querido, y el que abrió el camino a muchos que llegaron después a probar suerte en Madrid. Los ojos claros se humedecen varias veces durante la charla pero la mirada está intacta.
De buen humor, dispuesto a charlar, pide un vaso de gaseosa y convida mientras habla, recuerda, va y viene por su vida y sus casi 70 años de carrera.
Hay nostalgia en sus palabras pero también mucho sentido del humor y sensibilidad. Desde la última vez que estuvo en la Argentina, cuando filmó la película «Fermín, glorias del tango», pasaron diez años.
Sobre el espectáculo que ya presentó en una sala madrileña y marcará un adiós ante el público local, dice: «Todo se armó de a retazos, fueron intenciones, avances y retrocesos y algunos fracasos hasta que se concretó. El proyecto viene de hace mucho tiempo y se sigue armando. El público disfruto mucho y yo, mucho más».
-¿Qué recuerdos le vienen a la mente en este regreso?
-Un poco de todo. Por ejemplo, esta parte de Buenos Aires no la conocía, me resulta desconocida. Tengo foto en la cabeza pero todo cambió muschísimo. Y me divierte, hay algo especial que me hace disfrutarlo mucho. Después de diez años de no pisar la ciudad, las primeras sensaciones son muy lindas. Estoy contento, me he encontrado con gente maravillosa, todos cálidos y con talento.
Este hombre que habla suave, hace chistes y agradece cada gesto de cariño que recibe es el mismo pibe de Chacarita, hijo de inmigrantes italianos que, desde su infancia, imitaba a los cantores de tango y hacía reir a todos con relatos improvisados a modo de comedia.
Además de decenas de películas como «La Patagonia rebelde», «La tregua», «La historia oficial» y «El hijo de la novia», hizo series como «Vientos de agua», que lo hicieron famoso y prestigioso pero sus inicios fueron con el teatro, ámbito al que volvió varias veces, sobre todo en los últimos años. En la década de 1950 formó parte del grupo Nuevo Teatro junto a Alejandra Boero, en la escena independiente porteña.
-¿Cómo fue aquella experiencia?
-Yo tenía un desconocimiento total de lo que era un grupo creativo porque todas mis travesuras teatrales, llamémoslas así, surgían de manera improvisada, con los amiguetes del barrio a los 11, 12, 13 años.
-¿Hasta entonces la actuación era un juego?
-Claro, era un juego con el que me fui alimentando en vanidad por las reacciones que recibían mis gracias y todo eso fue creando una personalidad, en la que sobre todo, me divertía yo mismo. Y paralelamente comienza el movimiento del teatro independiente y con él, la posibilidad de hacer cosas con un dinero de cooperativa, algo completamente nuevo.
«Así fue como los pasos de comedia que hacía para amigos del barrio adquirieron dimensión. «Me acuerdo que me tomaron audiciones, lo hacía un actor norteamericano muy famoso, y yo tenía que decir una frase al oído a una persona y luego repetirla a varias más para ver cómo variaba el volumen de voz. Eso me divirtió, me extrañó, me austó», dijo.
-Una auténtica novedad
-A tal punto que cuando terminó la audición, me dijeron: «Ya lo vamos a llamar porque tenemos su teléfono. Yo pensé que me lo decían para sacarme de encima. Pero cuando me estaba por ir, me piden que me quede porque estaba aprobado.
-¿Qué sensación le provocó?
-De vértigo total. Y ahí empezó todo.
-Y luego, toda una vida dedicada a la profesión
-Sí, de los 93 que tengo, quitale 10 y ahí está todo, toda la vida. De la profesión hubo experiencias con las que he aprendido y ganado mucho, otras me han fastidiado mucho también.
-¿Cómo cuáles?
-Situaciones personales que se juntaban con situaciones del entorno. Por ejemplo, con el grupo Nuevo Teatro no estaba habituado a trabajar con tanta gente, con alguien que llevaba la voz cantante, pero igual me he habituado. Vieron en mí esa característica de divertirme que provocó cierto protagonismo.
-El juego se convirtió en profesión
-Fui aprendiendo lo que es vivir cotidianamente con una profesión muy particular como ésta, que trabaja con las emociones. Por suerte lo fui manejando bien porque si no, para dónde hubiera disparado.
-¿Qué es lo mejor de actuar?
-Es una profesión que entretiene y eso me gusta. Pero también es relativo porque la persona que saca una entrada y va al teatro y se sienta para ver un espectáculo, yo no sé quién es, no lo he visto en mi vida y seguramente no lo veré nunca. Pero ese señor se tomó el tiempo de comprar la entrada, ir al teatro y sentarse ahí en la platea. Yo no lo conozco pero lo siento, sé que está ahí.
-¿Hay una conexión?
-Sí, porque lo que va a ver ese señor no lo vio nunca pero en cambio, yo ya lo hice unas 150 veces, según el caso. Un gesto o una frase repetida tantas veces antes, me da a mi un respeto, tengo que tener mucho cuidado porque si el señor siente que es algo repetido, se pierde el encanto. Tiene que sentir que es siempre la primera vez aunque yo lo haya hecho 500 veces.
-Es maravilloso cuando alguien en la platea, por una palabra o un gesto, se conmueve, le pasa algo.
-Eso es lo que vale la pena. Se terminó la función y ese señor se va, vuelve a su vida y yo no lo veré nunca. Pero mientras está en el teatro sentado viendo la función, yo lo intuyo. Eso forma parte de mi trabajo y lo viendo haciendo consciente e inconscientemente de a acuerdo a los distintos momentos de la vida, desde que tengo 15 o 16 años y lo fui depurando.
-Con tantos personajes interpretados, ¿hay alguno favorito o el más querido?
-Todos, incluso aquellos que me pudieron haber perjudicado, cada uno tuvo su recorrido y me dio satisfacciones. Esta profesión tiene tantas aristas: su lado emocional, un costado frívolo a veces, cuando en realidad se trata simplemente de ser un actor. Yo trato de trasmitir la verdad, que me crean lo que estoy haciendo, eso es fundamental.
-¿Hay algo particular que extraña de Buenos Aires?
-Muchas cosas pero me fui adaptando con el tiempo porque no me quedó alternativa. En un momento me obligaron a irme y estando en Europa, cuando quise volver, no me dejaron. Eso, si le damos un tinte romántico, porque la verdad no fue nada agradable.
Con sutileza e ironía Alterio se refiere a su exilio en España. En 1974, tras las amenazas de la Triple A, hubo un momento bisagra en su vida. Pero en vez de quebrarse, se multiplicó y con el tiempo, logró sostener un puente para trabajar tanto en la Argentina como en España.
-Empezar de cero en otro país no debe ser fácil
-Al principio fue difícil adaptarse, sin duda. Pero son cosas que ya pasaron.
-Se lo podría considerar un precursor de los artistas argentinos que son bien recibidos en España, ¿qué opina de eso?
-Es algo curioso, hay de todo. Muchos en España hablan del acento argentino, de que les gusta cómo pronuncian los argentinos pero también están los que dicen que exageran, depende de muchas cosas.
Alterio no perdió la tonada argentina aunque está mechada con palabras y expresiones bien castizas. «Las raíces están intactas», aseguraba.
-Sus hijos Ernesto y Malena heredaron la misma profesión, ¿lo esperaba?
-Me lo esperaba porque desde chicos jugaban viéndome a mí y desde temprano decidieron que querían dedicarse a esto. Afortunadamente les va bien a ambos y es una linda herencia. Malena y Ernesto son personas que me provocan tranquilidad.
Además de sus trabajos en cine, entre ellos en cuatro películas nominadas al Oscar: «La tregua» (1974), «Camila» (1984), «La historia oficial» (1985) y «El hijo de la novia» (2001), recibió un Goya de Honor en 2004, dos Martín Fierro y la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián a mejor actor, entre muchos otros premios.
En teatro protagonizó clásicos de Anton Chéjov, August Strindberg, Eugene O’Neill, Florencio Sánchez, Federico García Lorca, Harold Pinter y varios más. En 2016, su interpretación de un hombre que comienza a padecer Alzeheimer en «El padre», de Florian Zeller, fue como un broche de oro por su conmovedora interpretación.
(Nota publicada en el diario Clarín el 2 de abril de 2023).
