Entrevistas

Mugre Superstar, una obra testimonial que recuerda y revisa la masacre de Cromañón

Una de las tragedias argentinas con mayor repercusión como fue la de Cromañón, llega al teatro retratada por el director cordobés Santiago San Paulo. La obra donde conviven la ficción y lo testimonial, se puede ver en el Espacio Callejón a partir del 2 de febrero.

Texto: Meli Cuitiño. Fotos: Marti Burgos.

A casi 20 años de Cromañon, Mugre Superstar trae a escena una de las tragedias que más impactaron en la sociedad argentina como la ocurrida en el ex boliche de Once, en diciembre de 2004. Aquella fatídica noche del 30 de diciembre murieron 194 personas, la mayoría jóvenes y adolescentes que habían ido al recital del grupo Callejeros, dejó además 1432 heridos. Las dramáticas secuelas del incendio del local de Bartolomé Mitre 3060, a pocos metros de la Plaza Miserere, marcaron un antes y un después en la historia del rock local, entre otras consecuencias sociales y culturales.

Santiago San Paulo, actor, dramaturgo y director teatral cordobés tomó la posta de este tema que aún tiene heridas abiertas y junto a Natalia Buyatti escribió Mugre Superstar que se estrena este 2 de febrero en el Espacio Callejón. San Paulo ya había estrenado otra obra, en 2020, La Ilusión del Rubio, montada por el Teatro Cervantes. En Mugre Superstar se entretejen distintas voces generacionales poniendo en escena personajes de la historia del rock argentino, en un cruce entre lo ficcional y lo testimonial. En la obra que también dirige San Paulo, actúan Martina Krasinsky, Juan Luppi, Martina Ansardi, Olave Mendoza y Dolores Burgos.

La historia y la geografía urbana tienen una curiosa coincidencia que es el precedente de esta historia. Según San Paulo, «es curioso que en 1967 Los Gatos compusieran La Balsa, canción que se considera fundante para el rock nacional, en el bar La Perla, frente a Plaza Miserere, en Once y que, 37 años después cruzando esa misma plaza en diagonal, Omar Chabán fundara República Cromañón donde la cultura rock, símbolo de libertad colectiva durante los años postdictadura, encuentra su fin». Una diagonal que dura 37 años cargada de historia donde se cruzan el rock, las salas alternativas, el pogo, Cemento, las tribus urbanas, la precarización y la corrupción.

Por su parte, «después de Cromañón la figura de Omar Chabán, productor clave en el apogeo de muchxs artistas de la performance y bandas de rock de mayor repercusión en las décadas de 1980 y 1990, fue públicamente demonizada», dice el director. Así, la obra propone un revisionismo histórico sobre la masacre de Cromañón que nos permite renovar el relato de un teatro de lenguaje contemporáneo comprometido con los temas sociales, los traumas de la historia, y la memoria de la cultura nacional.

-Tu obra se enmarca en el llamado teatro testimonial, no muy frecuente en la cartelera, ¿es así?
-El lenguaje teatral de Mugre… no se enmarca tanto en las nuevas búsquedas del teatro independiente, sino que es una obra de teatro de lenguaje simple, directo. La estética es más del teatro testimonial, y entonces resulta novedoso en un circuito más comercial para un público general, no es algo “raro” digamos, ya que habla de la historia, sobre mitos y temas conocidos por la sociedad, pero sí, de una manera teatral. Hay ficción y construcción de situaciones teatrales, no hay algo más novedoso que una obra simple, es una estrategia para que el tema se entienda. El espíritu de la obra intenta hacer un revisionismo histórico, me parece necesario pero haciéndonos cargo. Quiero decir que yo también soy responsable, la sociedad, todos somos responsables de Cromañón, nos pasó a todos. Todos nos acordamos de ese 30 de diciembre de 2004, y puede volver a pasar.

¿Cómo surge la idea de la obra?
-En 2015 pasé por el edificio de Cromañón y me impactó. La historia, cuando no encuentra lugar se pierde, se olvida. Cuando me encontré con el edificio y pude sentir la historia, sentí que había que hacer un obra sobre eso.. Y con Natalia empezamos a escribir, antes del 2020, nos pusimos a investigar con ese sentido de hacerse cargo.

-La obra toca una temática muy sensible y toma partido sobre lo ocurrido, ¿cómo fue armarla teatralmente?
-La obra no se posiciona sobre un punto de referencia, pensando por ejemplo en Omar Chabán, hilo conductor de la obra, como personaje bastante controvertido, quien tuvo un momento prístino, inclasificable, un productor presente, vivo, amigo de los artistas, generador de espacios de encuentros en una época post dictadura. Incluso él empieza en la dictadura con sus movidas culturales, en un momento difícil donde veníamos de una política económica muy parecida a la de ahora, cuando se empezaba a configurar un neoliberalismo y lo que eso implica para lo cultural: lo individualista, lo competitivo, y que ahora hay un retorno, o mejor dicho una continuidad más profundizada y confrontativa con la sociedad. Eso de ir por todo de una.

-A partir de la tragedia, ¿se vuelve a repensar una parte de la historia, a recuperar cierta memoria?
-En ese momento, principios de los ’80, frente a espacios donde se presentaban espectáculos que apuntaban a una clase social alta, o media alta, ligado a esa idea de artista como iluminado, como alguien con una capacidad de ver algo que el obrero no podía ver, es que Omar Chabán activa, junto a otras personas, esa cuestión de ligar el lenguaje artístico, la música de denuncia con un contenido y una forma poética, a la cultura popular. Y eso es muy importante en ese contexto. Significó también una plataforma sobre la cual después otros artistas, millennials, pudimos pararnos para seguir haciendo esto que nos interesa: ligar ese lenguaje artístico refinado a una cultura popular a los temas sociales, a lo que nos pasa como sociedad, al común de la gente.

-¿Cómo aparece lo testimonial entretejido con lo ficcional en tu obra?
-La estrategia de la obra es ponerla en un lenguaje entendible, que pueda verse desde el lugar de persona común no relacionada a un lenguaje artístico. Hay testimonios de Chabán, de personajes que lo acompañan en la ficción y de sobrevivientes de Cromañón, a raíz de que tuvimos un fuerte contacto con esos relatos, que a 20 años de la masacre se pueden leer de otra manera. Es decir, tratar de sacar esos relatos del pantano del dolor, de la victimización, del trauma y levantarlos, porque de algún modo han alimentado mucho el morbo social. La gente se sensibiliza con lo que pasó con las imágenes que vio en los medios de comunicación aquel 30 y 31 de diciembre de 2004, y después con el circo mediático montado alrededor de la tragedia.

-Además de las huellas imborrables en la memoria colectiva que dejan estos hechos, hay todo un tema alrededor de las responsabilidades políticas, la desidia y negligencia de gobernantes e instituciones que también están en juego.
-Es obvio que el acontecimiento tuvo accidentes, pero en términos generales pudo haberse evitado, ya que hubo negligencia de personas que participaron del evento y también por la ausencia del Estado durante años en la movida cultural, como ahora que el Estado se quiere retirar. Y cuando esto ocurre, cuando el Estado no apoya a las movidas culturales, al underground, al off, o como dice Carlos Rottemberg, el empresario más exitoso del teatro, al semillero que es el teatro independiente, genera que haya un campo propicio para que algo así vuelva a pasar. Porque esta es una masacre que podría haber pasado en muchos otros espacios que funcionaban en ese momento y que siguen estando.

La masacre sigue presente en esas marcas y cicatrices en cada zapatilla, en cada pared del santuario de la calle Bartolomé Mitre, que ya son parte de la Historia para ser analizada desde una mirada amplia. El director, a partir de su investigación sobre lo ocurrido, aporta un panorama sobre el entramado que culminó en la tragedia y que marcó un antes y un después para lo que ya no puede estar en discusión: la responsabilidad del Estado, la complicidad de los medios de comunicación y los negocios de los empresarios en cuestión.

«Era muy difícil para una persona porque ¿cómo hacés para bancar una movida, con interés de ser masiva, de estar ligada a la cultura popular, sin el apoyo del Estado? No te queda otra que no sea tratar de evitar ciertas cosas, como por ejemplo hacer la vista gorda como hizo Chabán en un contrato de alquiler que firmó con el propietario del inmueble, Rafael Levy, que es el empresario invisible de Cromañón. Levy, antes había armado ahí mismo un boliche de cumbia llamado El Reventón, donde tocaron la Mona Jimenez, Rodrigo, y eso es lo que le alquila a Chabán. Las salidas de emergencias, de boca de aire… no están, en los planos dice que era de una forma pero el boliche era de otra…,las habilitaciones de Bomberos, estaba todo armado con las coimas. Chabán fue el único que puso la cara y quien recibió la pena más alta y murió en prisión. En cambio, Aníbal Ibarra, por ejemplo, sólo fue destituido de su cargo político, como Jefe de Gobierno porteño.

Según San Paulo, «es la cultura neoliberal la que está por detrás de esto, y la ambición desenfrenada de conseguir más y más dinero. Eso es algo que no se puede obviar, que en el edificio donde funcionaba Cromañón, arriba, había un hotel de 4 pisos con pasajeros y Levy había cerrado la puerta de emergencia principal del boliche porque daba al estacionamiento del hotel. Y para no molestar a los pasajeros, para que la gente no se colara, habían cerrado la puerta con candado, la principal puerta por donde habrían podido salir un montón de pibas y pibes de Cromañón».

Y sigue: «No solo eso, además las bocas de aire por donde respiraba el boliche estaban tapadas en el techo, porque arriba del boliche estaba alquilado por Levy a una tercera persona que tenía canchas de Fútbol 5, con césped sintético, y sobre la vereda de Bartolomé Mitre, en la entrada de Cromañón, también tenía alquilado kioscos y locales de ropa».

Gracias a su investigación exhaustiva y con el compromiso por mostrar el costado menos conocido de esta tragedia, el director explica: «El edificio debería ser expropiado por el Estado y convertirse en un espacio para la memoria pero, en cambio, Levy que tuvo un proceso judicial como imputado, condenado a 3 años de prisión, de los cuales solo cumplió un año y un par de meses, luego estuvo en prisión domiciliaria, y sigue viviendo en Argentina, haciendo sus negocios. Y el Estado debe expropiar el inmueble ahora, justo en este momento en que quiere cerrar el INT, por ejemplo. este gobierno que claramente y abiertamente protege a los a los empresarios que no figuran en ningún lado».

Mugre Superstar tiene funciones, desde el 2 de febrero, los viernes a las 22 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Entradas por Alternativa teatral.

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