Entrevistas

José Sacristán: «La base de todo este oficio es el juego»

A sus 85 años, el consagrado actor español está en Buenos Aires con el unipersonal «Señora de rojo sobre fondo gris» que se presenta en el Astros. Con más de 60 años de carrera, habla de sus inicios y de su presente, lleno de proyectos.

Texto: Sandra Commisso. Fotos: gentileza prensa.

Un hombre evoca a una mujer, al amor de su vida. El hombre es un artista en crisis que guarda ese recuerdo como su mayor tesoro. En Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes, José Sacristán se pone en la piel de ese hombre atravesado por el amor y el dolor, un personaje basado en el propio Delibes y en su esposa Angeles de Castro.

La obra, que se presenta en el Teatro Astros, trae a los escenarios porteños a uno de los nombres más representativos de España en el mundo de la actuación, como es Sacristán, en una versión teatral de la novela del autor español fallecido en 2010, realizada por propio Sacristánjunto al director José Sámano. A los 85 años, el actor tiene su pasión intacta y prueba de eso es la gira que viene haciendo hace cinco años con este material por toda España y que ahora trajo a la Argentina.

-¿Por qué considera que este es su proyecto más personal?
-Tuve la suerte de ser amigo de Miguel Delibes quien, además de ser un gran escritor, era un ser muy singular, maravilloso, todo un referente lúcido, testigo de su tiempo. Yo había hecho otra obra de él, Las guerras de nuestros antepasados, que representé aquí en el Metropolitan en su momento, y que dio lugar al programa de radio que yo hice luego, Delante de las narices, por Radio Rivadavia. Entonces le pedí los derechos de la novela pero no él quería. En la historia él se protege en un personaje de ficción, y me decía que no quería que nadie le pusiera cara, Pero yo me empeñé hasta que el permiso definitivo nos lo dieron, a mi amigo José Sámano y a mí, sus hijos. Por eso, al margen de ser un material dramático maravilloso como todo lo que escribía Miguel, es también un homenaje a una persona a quien admiré y quise profundamente.

-Se unen en el proyecto varias cuestiones importantes, como la amistad.
-Así es, en lo personal, no soy creyente, pero me da la impresión de que Miguel está sentado ahí entre cajas, viéndome y diciendo, ‘andá ya, hazlo de una puta vez‘.

-La obra une un momento crucial de alguien en lo personal con un momento histórico crucial para España, ya que la obra transcurre en 1975, en coincidencia con los últimos meses de vida de Francisco Franco en el poder pero a punto de morir.
-Si, la agonía del dictador es un telón de fondo aunque la historia se centra en lo estrictamente personal, en ese recuerdo doloroso pero por otro lado, esperanzado, porque es una memoria del amor.

-La obra fue escrita en 1991 y sin dudas, muestra su vigencia relatando esa historia de amor que puede representar a muchas personas.
-Yo creo que la obra tiene esa cosa eterna fuera de todo tiempo y espacio, que es el amor. Y la muerte. El amor y la vida, la memoria y la muerte, y el dolor. Pero no es la circunstancia histórica lo que determina. Es el sentir y el padecer.

-La maravilla de la individualidad que puede reflejar lo universal.
-Así es, el principio de la universalidad probablemente sea lo más pequeño, íntimo, provinciano. Va por ahí la cosa.

-¿Cómo fue el proceso de transformar la novela en texto teatral?
-Hermoso pero a la vez doloroso porque hay que amputar. La línea principal la marcó Sámano y luego fuimos cortando, con todo el dolor del mundo, claro. Bueno, yo recomiendo que se lea la novela porque hay mucho más sobre esa historia. El proceso fue una mezcla de ‘esto ya lo tenemos‘ con ‘bueno, no, esto ya no cabe‘. La base fundamental para hacer una adaptación es saber encontrar la diferencia entre la actitud de un lector y la de un espectador. El lector tiene el libro, lo coge, lo deja. En cambio, el espectador se sienta ahí y en hora y media tienes que contarle lo que crees que vale la pena y atraparlo.

-¿Cómo es la experiencia de estar solo en el escenario? ¿Es muy distinta de la de compartir con otros actores o actrices?
-No, para mí no. La diferencia está en si hay un personaje o una historia que contar. Mi interlocutor en este caso es el público, bueno, y Miguel que está sentado en una banqueta ahí al lado. Es una diferencia mecánica o técnica pero si hay una buena historia, el impulso de contarlo es el mismo, se lo cuentas al primero que pasas. Por supuesto que yo ahora, luego de cinco años, ya quiero cambiar. Y lo que sigue a esta obra que haré cuando regrese a España es un texto de Juan Mayorga en donde somos cuatro personajes, en otra linea de trabajo. Ensayar con otros compañeros es un ejercicio que sí quiero recuperar.

-¿Qué ha sido lo mejor de esta gira de varios años?
-La respuesta de la gente, en todas partes. Desde el primer día. Y el agradecimiento de la familia de Miguel. Todo ha sido una celebración, lo que ocurre, sin fallar, todos los días en cinco años, esa unanimidad del entusiasmo. Bueno, luego están los teléfonos móviles y la toses, en fin. Pero qué duda cabe que es el hecho vivo del teatro que está ahí.

-La magia del teatro.
-Pues claro pero de cualquier manera, yo le tengo mucho respeto a la cámara y hacerlo bien es igual de dificil en cualquier género, sea lo que sea. No me parece que haya categorías.

-Son lenguajes distintos, claro, y lo que define al teatro es el hecho vivo.
-Sin dudas esa ceremonia es única, para asistir al teatro tienes que salir de tu casa, y compartir el momento con otros extraños. Por más años que lleves en esto, este oficio es un aprendizaje permanente y una novedad permanente. Cada función tienes que procurar que sea lo que está ocurriendo en ese momento. De ahí que todo tiene esa sensación del salto al vacío. Por eso, más allá de la profesionalidad, hay que dejar algo imprevisible, a ver qué pasa hoy, cómo transitamos ese territorio emocional.

-Imagino que ese es el gran desafío, con tantos años de trabajo, evitar lo que sale seguro. ¿Cómo se hace?
-Hay que evitarlo, sin dudas. Pero no te sabría decir cómo lo hago. Mi método es mitad Stanislavski y mitad La Niña de los Peines que era una cantaora de flamenco maravillosa que decía «el verdadero arte flamenco empieza donde acaban las facultades». O sea que no se note. No soy de los actores de método. Yo me pongo la gorra y salgo. Y cuando termino, dejo la gorra y me voy a mi casa, no me llevo al personaje conmigo. En todo planteamiento de trabajo, mientras sea dentro de ciertos parámetros de la lógica, se va resolviendo y procuro evitar lo psicológico.

-¿Se vuelve un peso muy grande en ese caso, con la acumulación?
-Esas cosas turbulentas de la psiquis que te atormentan, para mi no van. Yo creo que esto es más sencillo, hay que jugar. La base de todo este oficio es el juego, la profunda seriedad del juego, por supuesto, que se crean que soy el que el no soy y que algo les pase. Si no pasa nada, estamos jodidos, claro. Luego teorías, análisis, introspecciones, no soy yo muy partidario de eso.

Supongo que así se disfruta más, justamente del juego, y no se padece cada sufrimiento del personaje.
-Yo he visto procesos de interpretación de maestros y gurúes que atormentan y torturan y me parece que no va. Si para hacerlo bien, hay que pasarlo muy mal, yo prefiero hacerlo un poco peor, sin dudas. Yo no vengo aquí a sufrir. A mí no me torturan, no.

-Luego de tantas décadas en la actuación, si nos remontamos a aquel José de los inicios, ¿qué se mantiene intacto desde entonces?
-Pues todo. Recuerdo que por entonces vi una película en mi pueblo y sentí fascinación y hasta mucho después no supe que el indio no era indio y que el se moría no se moría. Entonces, lo que quería era ser el indio. No quería ser Ricardo III ni Macbeth, yo quería ser El Zorro, D’Artagnan, y a partir de ahí, apareció la posibilidad de vivir de esto y pues qué bien, poder desarrollar en tu trabajo la capacidad de la multiplicidad, de vivir otras vidas. Además, en esa ceremonia, aún siendo laica, sucede algo muy fuerte. Si sabes que es mentira, ¿por qué lloras?. Estamos sentados ahí esperando por lo mismo.

-Incluso cuando ya vimos esa historia, sabemos lo que va a pasar pero nos vuelve a conmover.
-Claro, cuando dicen ‘los actores estáis locos’, yo digo, no, los que están locos son ustedes. Yo con esto, puedo pagar el recibo de la luz. Pero ustedes van a pagar por sentarse ahí y creerse que soy un pintor que se le ha muerto la mujer. Y lloran, incluso he visto gente desvanecerse por la emoción. Si es mentira, si es un juego, ¿por qué pasa eso?

-Evidentemente las personas necesitamos vernos en ese espejo y lloramos o reímos por el personaje pero también por nosotros, y vamos a buscar eso.
-Los dos necesitamos lo mismo. Y si sirve para el momento, bienvenido sea. El trabajo del actor es trabajo de receptor y transmisor. Tú recibes todo el tiempo pero si no tienes la capacidad de transmitir, no sirve de nada.

-Luego de la pandemia, y a pesar de la crisis, sobre todo en Buenos Aires, la gente se ha volcado mucho al teatro, ¿en España sucedió lo mismo?
-Buenos Aires es un fenómeno muy particular en cuanto a lo teatral, no es fácil encontrar un equivalente en otra latitud: ni Nueva York, ni Londres, ni París ni Madrid, No es normal. Toda la cordialidad y seguimiento que la sociedad civil tiene por la cultura y por el teatro es fantástico. En lo personal, con Señora de rojo....he notado un poder de convocatoria importante, igualmente siempre nos gustaría que fuera más. Lo que sucede es que este oficio, ya lo aprendí de mi amigo Fernán Gómez, es la inseguridad y la inquietud permanentes. No sabes nunca donde estás y en ocasiones no tienes para pagar la luz. Pero no hay porqué resignarse a pesar que de nadie te va a garantizar el éxito ni que la gente te aplauda o que te contraten.

-¿Cómo se ha manejado con eso a lo largo de la carrera?
-Al principio sí ha sido una preocupación. En el año 1964 hubo unos meses en que lo vi muy difícil poder continuar. Empecé a vender libros a plazos, he sido vendedor de la editorial Losada, y gracias a eso me regalaron libros prohibidos en España por entonces y fue así que leímos a Rafael Alberti, a Pío Baroja, en argentino. Y así además, descubrí a Oliverio Girondo, a quien admiro muchísimo.

-Ese momento de dificultad, ¿generó alguna duda?
-Nunca dudas sobre mi vocación de actor pero sí dudas de si iba a poder vivir de esto, de mantener a mi familia. Nunca sabes, más allá de éxitos y triunfos, hay gente que se ha visto en la cuneta. Mucho juguete roto, casos jodidos de olvidos.

-Es importante para eso, tener siempre adelante un proyecto, no solo por lo económico sino también por lo anímico, ¿no es así?
-La verdadera medida del éxito es la continuidad en el trabajo, sin eso no hay premios, no hay nada de nada. Y si puedes elegir, mejor que mejor. Y si no, al menos que suene el teléfono y tengas trabajo para poder pagar tus cuentas.

-Si no suena el teléfono, ¿se piensan proyectos propios?
-Nunca he sido capaz. Siempre he dependido de esos llamados. Ultimamente lo que hago es proponer colaborar en distintos proyectos, pero nunca la iniciativa, no sirvo para eso, no tengo ni puta idea. Elijo y siempre hay alguien que dice, pues venga.

-¿Cómo se lleva con las plataformas de streaming?
-Bien pero ahora ya el cine y la tele me molestan un poco, son muchas horas, hay que madrugar, el frío del invierno, el calor del verano. En el teatro me manejo mejor, es más cómodo, dependo de menos gente y sobre todo no madrugo. Es que ya he madrugado mucho, ya cuando me veo en un guión que dice «exterior noche«, queda descartado, lo rechazo. A la hora de cenar ya quiero estar mi casa o en un restaurante después de una función, no al descampado en un cerro. Por eso, puedo matar al que se interponga entre mi función y mi cena.

«Señora de rojo sobre fondo gris»: funciones de miércoles a domingo, a las 20.30 en Teatro Astros, Av. Corrientes 746. Entradas en www.teatro-astros.com

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