Una reciente experiencia en un festival en la ciudad brasileña de Santos, permitió a nuestro cronista invitado descubrir la curiosidad, pasión y admiración que despiertan las obras argentinas en los públicos de otros países de la región. Casi como ocurre con el fútbol.
Texto: Héctor Pavón.
En todos los ingresos de la sede central de la 6º edición de MIRADA- Festival Iberoamericano de Artes Escénicas de Santos, en el estado de San Pablo, se repetía una pregunta con cierta ansiedad: “¿No hay más entradas para la de Marina Otero?”. Había un segundo pedido y era la consulta por la obra de Nelson Valente: La mujer que soy, otra obra argentina. Claramente hubo un atractivo y una curiosidad por descubrir en qué etapa se encuentra nuestra escena teatral. Un interés que fue totalmente satisfecho durante los nueve días que duró este Festival sorprendente, colorido y multitudinario desarrollado en el monumental edificio del Servicio Social de Comercio más conocido como Sesc, de Santos.
La misma escena también podía verse repetida en las puertas de los teatros de la ciudad de Santos, que funcionaban como subsedes de esta cita que conmovió a esta ciudad industrial, un poco bohemia y que posee una playa privilegiada.

Con una fuerte impronta social, racial, política, ambiental y de derechos humanos, la propuesta artística se basó en 36 espectáculos de múltiples lenguajes en teatro, danza, performance y teatro de calle, llegados desde trece países. Participaron representantes de la Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, España, México, Perú, Portugal, Uruguay y Venezuela. Brasil presentó artistas de los estados de Sergipe, Distrito Federal, Rio de Janeiro y San Pablo. Portugal fue el país homenajeado. Fue un fenómeno de salas casi siempre llenas: asistieron unas 80 mil personas llegadas de ciudades vecinas, especialmente de la megalópolis de San Pablo.
Djamila Ribeiro (Universidad Federal de São Paulo) y vice-Secretaria de Derechos Humanos y Asuntos de Ciudadanía en el gobierno municipal de São Paulo, fue la encargada de brindar la conferencia de apertura del encuentro en el Teatro Sesc, allí lanzó una pregunta desafiante y provocadora: “¿Quién dice qué es arte y qué no lo es?”.
El teatro presentado es el que moviliza y motoriza al mundo escénico de Iberoamérica, pero muy especialmente al de Latinoamérica que está desarrollando y montando una dramaturgia propia y con las particularidades que cada territorio expresa. “Se reactiva el movimiento porque es fundamental, no se puede vivir una vida plena sin el arte en general, y sin el teatro, en particular. Nosotros creemos mucho en ello y por eso tenemos todo el interés en poder hacerlo», explicó el director del Sesc São Paulo, Danilo Santos de Miranda.
La delegación argentina no fue numerosa pero, sin embargo, gozó de mucha popularidad esos días de festival y no dejó una silla vacía en todas sus presentaciones. Fue muy evidente no solo el alto perfil de los integrantes de las compañías, también lo fue el tipo de producciones bien pulidas y de contenidos muy fuertes y, hasta novedosos. Había un contraste con las temáticas políticas, de lenguaje directo que imponía la mayoría de las obras montadas más allá de su factura. En líneas generales, podríamos concluir que no había una apuesta por la metáfora.
La pregunta por Fuck me, la obra de Marina Otero, se dio en un clima de una gran expectativa sumada a la recomendación masiva que generó la primera presentación. La obra que ella protagoniza con su troupe de “Pablos” –desnudos en casi toda la obra– generó un deseo profundo por ver esta pieza en la que se relatan vida, obra y desventuras de la directora. Ella se ubica en la cabecera del escenario, y explica en qué consiste este egotrip de su propia tragedia. También de su resurrección.

Con subtítulos en portugués y parlamentos en esa lengua por parte de uno de los Pablos, que explica con mucho chiste los problemas que le trae su belleza, la obra logró barrer todo tipo de frontera y hacer reír, incluso con el drama singular. La performance biográfica con el tema de fondo Por ese palpitar de Sandro, logró una ovación interminable.
En la vereda del Atlántico Hotel, frente al mar, partidarios del actual presidente Jair Bolsonaro repartían papeletas del Partido Liberal mientras que el Festival, el microclima era totalmente a favor del regreso de Lula al gobierno, recién consagrado como nuevo presidente de Brasil.
Puertas adentro del hotel, se exhibiió La mujer que soy, dirigida por Nelson Valente, una obra que precisa de espacios no convencionales para su desarrollo. Por ejemplo, la utilización de dos departamentos contiguos en el Hotel ubicado frente al mar enorme de Santos, que este año cumple un siglo. La puesta sorprendió a la audiencia de varios países que se amuchó para celebrar esta puesta de la compañía Teatro Bombón. Antes del inicio, dos chicas trans invitaron al público a entrar a un departamento primero, y luego al otro para completar la experiencia. Y en el medio, una escena que une ambas historias partidas, transcurrió en el palier del hotel que comunica ambos espacios. El impacto original de la puesta sedujo al público de varios países que, apretaditos, celebraban la obra protagonizada por Maiamar Abrodos, Daniela Pal, Mayra Homar y Silvia Villazur, con la curaduría de Monina Bonelli y el apoyo de un equipo local. ¿La clave del texto?: la transición de género de una de las protagonistas, el vínculo con su ex y la sospechosa relación actual de una hija.
El crítico brasileño Miguel Arcanjo escribió en su página: “La puesta en escena de Nelson Valente tiene la gran ventaja de no ser maniquea ni convertir su obra teatral en un juego de identidad más. Construye dos escenarios distintos: la casa del viejo padre y ahora de la nueva madre, muy bien decorada con una temática queer (impresionante escenografía creada por Coletivo Zero), y la vieja casa familiar, mucho más sobria, donde vive la madre con su hija. La diferencia de puntos de vista sólo hace que todo sea más interesante e inteligente. La cuestión de la identidad de género del padre que se convirtió en una mujer trans no es el núcleo de la historia. El público se adentra en la historia como si estuviera viendo una telenovela. Al final, se da cuenta de que se ha sumergido completamente en la historia, como debe ocurrir en el buen teatro. Y en este aspecto, una vez más, Argentina sale ganando, demostrando dominar el oficio de las artes escénicas que realmente busca la comunicación inmediata con el público”.

Hubo más pasión por el teatro argentino en este festival en Brasil. Gustavo Tarrío llevó Erase. Con el texto de Mónica Cabrera, Marcos Krivocapich y Gustavo Tarrío, la obra llevó el origen de la humanidad al escenario. Allí, una cancha de fútbol deviene escenario. Fue también una parodia para retratar la dictadura del 76. Es un juego de palabras entre el “érase una vez”, típica del comienzo de cuentos de hadas, y el verbo “borrar”, en inglés.
Además, la puesta Prácticas de transbordamento estuvo coordinada por las coreógrafas Marcela Levi, de Brasil, y Lucía Russo, de Argentina. Juntas componen “c h ãO”, son artistas que apostaron a “lo que es vivo, es decir fragmentario e incompleto: fragmentar el cuerpo para articularlo, para liberar su potencia de relacionarse”.
Mientras tanto, vemos cuadros de distintas obras en las calles de Santos: son sentimientos que superan la pasión política. Los volanteros políticos comparten espacios públicos con los coleccionistas que hacen Troca de álbuns e figurinhas repetidas: una escena global de quienes solo tienen como esperanza la Copa Mundial de Fútbol, o por lo menos completar un álbum con las caras de los mejores jugadores del mundo. Las figuritas se vuelven mercancías comunes, un juego de niños devenido en apasionamiento obsesivo de adultos en primer plano. Un joven con la camiseta de Messi en la era Barcelona se acerca a trocar estampas.
El público aplaudió de pie.