Entrevistas

Lisandro Penelas: «Dedicarse a la cultura es siempre un arrojarse»

El actor, director y dramaturgo cuenta cómo fue construir el personaje de un policía obsesionado en «El tipo» y los desafíos de llevar adelante una sala de teatro en la post pandemia.

Por Diego Jemio. Fotos: María Laura Tavacca.

Un hombre. Un hombre que es policía. Un hombre que es policía, está en sus horas de servicio y enfunda un arma. Un hombre con esas características, moldeado por la fuerza, se obsesiona con una vendedora. Esa es la historia que cuenta El tipo, escrita e interpretada por Lisandro Penelas, con dirección de Ana Scannapieco.

La obra tiene el mismo equipo de trabajo que El amante de los caballos; en aquella obra, Scannapieco era la protagonista y Penelas estuvo a cargo de la adaptación y dirección. Y en este nuevo espectáculo hubo cambio de roles.

Penelas cuenta cómo fue el proceso creativo de la obra, qué le interesó del mundo policial y cómo es gestionar un teatro en tiempos de postpandemia.

¿Cuál fue el germen de la obra?
Como sucede siempre, fueron varos disparadores y no solo una cosa. Por un lado, con Ana (Scannapieco) habíamos hecho El amante de los caballos y teníamos ganas de repetir la experiencia pero a la inversa. Ese fue uno de los motores. En esa búsqueda, dimos con una noticia de un policía de EEUU que se escribía mails a sí mismo con ideas tremendas sobre una mujer, entre ellas la de matarla. Nunca llegó a un acto concreto. Un día la mujer lo vio y al tipo lo metieron preso; luego, lo liberaron porque no había cometido ningún crimen: sólo fantaseaba con la idea de hacerlo.

Penelas es el intérprete y autor de la obra.

¿Qué te interesó de esa nota?
Algo de esa nota nos dio pie para indagar… El universo de los policías siempre me resultó atractivo en término de todo lo que implica para la sociedad y las instituciones; en este caso, una de las instituciones más extrañas que tiene el país. Por ejemplo, la idea de que alguien pueda, legalmente, portar armas y tenga el poder de dispararle a otras personas. Es delirante y una de las cosas que aceptamos. Luego, están los seudo valores de la policía, que en realidad son valores altamente nocivos y estructurales.

En la obra, el personaje usa por momentos el micrófono. ¿Cuál fue la razón para usar ese recurso?
Fue una premisa posible, que fue ganando cuerpo en los ensayos. Al principio, el tipo ve videos de ella y se compra un micrófono para cantar. Luego lo hace a capela. Terminó cobrando otros significados gracias a la magia del teatro; fuimos encontrando otras capas posible, como el micrófono como un espacio de pensamiento. Y por momentos como si fuese la radio de la policía.

¿En los ensayos también surgieron los momentos coreográficos? De a ratos, son movimientos más plásticos; en otros, directamente marciales.
Sí, surgió en los ensayos. No es algo que el texto tuviera en lo explícito. El texto sí habla de los gestos; de su obsesión por traducir en gestos lo que no se puede entender. Con Ana fuimos encontrando esas otras cosas que el cuerpo del personaje podía transitar. Ahí apareció esta idea de la otra música distinta, emotiva, que lleva al personaje a otro costado: la posibilidad de una expresión más plástica que su formación no lo permite. Eso se mezcla con los rituales físicos y corporales que toda institución opera sobre el cuerpo de las personas. Y la policía opera muchísimo. El cuerpo se ve intervenido con esos rituales bélicos de golpes y peleas.

Interpreta a un policía obsesionado con una mujer.

Diste clases en Timbre 4, Andamio 90 y ahora en Moscú. ¿Qué aprendés enseñando y qué le aportan los alumnos a tus procesos creativos?
Es una actividad que disfruto mucho y hago desde hace muchos años. Por un lado, hay algo hermoso en la docencia: estás todo el tiempo conociendo gente y eso te abre la cabeza en términos personales. En Moscú, buscamos acompañar al alumno en el proceso de descubrir cómo actúa esa persona. Enseñamos más eso que a “actuar”. Es un proceso que te interpela todo el tiempo; no hay un único camino porque cada quien necesita cosas distintas. Entrenamos la propia voz o la propia mirada a la hora de construir un personaje, pensar una escena e interpretar. Encontrarse con lo propio y con lo particular es lo más rico del proceso. Justamente -y volviendo a tu pregunta anterior- es algo que justamente choca con la idea que impone la policía: anular la humanidad y la particularidad. Anular ese núcleo, que es lo más vital y rico.

Junto a Francisco Lumerman llevan adelante la sala Moscú. ¿Cómo quedaron paradas las salas independientes después de lo más duro de la pandemia?
Lo vamos llevando como podemos. El 2020 fue durísimo, pero pudimos sobrellevarlo. El año pasado abrimos como un acto de fe y ahora estamos en actividad en un espacio más amplio y con ventilación natural. El gesto de abrir generó mucho movimiento y nos posicionó como un nuevo espacio más sólido que antes. Estamos con cautela, con las cosas empezando a funcionar.

Me quedé con la idea de abrir -y quizás también del teatro- como un acto de fe…
Es la lógica de muchas salas. Nuestro ideal es ir encontrando un balance por el cual la sala no genere pérdidas. El teatro es un acto de fe. Dedicarse a la cultura es siempre un arrojarse, un asumirse en un estado de precariedad e inestabilidad. Cuando era más chico, mi papá me decía de elegir profesiones más estables, como la medicina; pero ahora, casi ningna lo es. Como el teatro es una actividad inútil e improductiva en términos sociales, tiene ese sesgo. A algunas personas les interesa, pero no en términos de funcionamiento social. No cumple con los patrones de producción.

«El tipo» se puede ver los sábados, a las 20, en Moscú Teatro (Ramírez de Velasco 535). Entradas a través de Alternativa Teatral o en la boletería del teatro.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s