El director cuenta el proceso creativo de «Deathbook», una obra corta de ciencia ficción que se propone «salir de las dramaturgias de pandemia».
Por Maxi Vecco. Fotos: Gentileza Prensa.
Deathbook es una obra corta de ciencia ficción que empecé a escribir un año antes de la pandemia y que, como la mayoría de mis proyectos personales, estaba inconclusa. Fue durante los primeros meses del confinamiento cuando todavía creía que el encierro tenía que servirme para generar cambios profundos en mi manera de producir. Me sentí obligado a sentarme frente al procesador de texto para darle un cierre.
El premio del Concurso Nacional de Actividades Performativas en Entornos Virtuales del INT fue un empujón que recibimos muchos artistas para levantar el teléfono y empezar a formar nuestros equipos. También para sacarnos de encima el agobio del parate y los prejuicios sobre las actividades por streaming.
¿Es posible entablar equivalencias entre teatro y virtualidad? Al principio creí imposible que un colectivo de artistas pudiera montar una obra a distancia. Pero con el correr de los ensayos “virtuales” fuimos afianzando una nueva forma de relacionarnos, artística y humanamente. Le llamamos “ensayo” a eso que nos reunía cada martes por la mañana.
Pensar que Buenos Aires es la ciudad del mundo con más salas teatrales y que quienes vivimos de esta actividad somos muchísimos nos pone en un lugar de vulnerabilidad muy grande. Ante esta situación tan adversa, me llama la atención la necesidad única de hacer “esto” que intenta parecerse, incluso a riesgo de ser tildados de ridículos por puristas propios y ajenos, al teatro.
La primera reacción de las producciones teatrales a la pandemia fue la transmisión de obras filmadas previamente; de esa forma se nos ofrecía un lugar privilegiado para ver la escena pero las volvía un hecho meramente documental por su falta de simultaneidad. En Deathbook, además de transmitir en vivo, nos propusimos contar nuestro presente, tratando de salir de las dramaturgias de pandemia, en las que las videollamadas y el encierro coparon las temáticas. Nos planteamos la simultaneidad como algo irrenunciable. Si no es posible el “aquí y ahora” común, deberá ser “tu allá, mi aquí, nuestro ahora”.
Incluso en las malas sitcoms alguien se ríe de los chistes. ¿No resulta triste ver esas gradas vacías? ¿No es el público parte del espectáculo? Acá seguro que la tecnología tiene mucho por avanzar. Pero acaso los aplausos, risas y tomatazos no son también emoticones. En este sentido la cuarta pared debería ser una pantalla rota.

Durante los dos meses de funciones de Deathbook, al finalizar la obra, nos encontramos con el público en una charla-debate enriquecida por la mirada de profesionales de la filosofía, sociología, comunicación, astrología y antropología. No como hecho explicativo sino como acompañamiento en la catarsis ante el brutal corte de la transmisión.
Hacemos Deathbook entre cuatro paredes. Con nuestros celus viejos, tablets de pantallas quebradas, compus sin espacio y pésimos servicios de Internet. Con retazos de tela verde y cinta de papel. Softwares gratuitos descargados de internet sin haber leído antes sus términos y condiciones. Con la democratización de la tecnología podríamos pensar al teatro independiente como un teatro open source, de código abierto o libre. Y con infinitas posibilidades expresivas.
¿No es el encierro un buen momento para relajarse y probar?
Pienso en las posibilidades que puede traer al teatro presencial las nuevas técnicas de realidad aumentada. El futuro nos prepotea y nos obliga a apurar lo que estaba en “beta” (a prueba). Dada la situación en la que estamos, probemos. Si falla. ¿Qué más da?
El espectáculo Deathbook, protagonizado por Mar Mediavilla y Andrés Passeri, se puede ver los viernes de octubre, a las 20.30. Más datos y venta de entradas en este link: http://www.alternativateatral.com/obra72562-deathbook.