La actriz protagoniza La Gaviota, clásico de Anton Chéjov, con dirección de Rubén Szuchmacher en el San Martín. Además de ser uno de sus proyectos más soñados, con esta obra actúa en el mismo escenario que transitó muchas veces su padre, el gran Walter Santa Ana.
Texto: Sandra Commisso. Fotos: Carlos Furman – Prensa CTBA.
Pocas actrices pueden concentrar talento, popularidad, prestigio y herencia en su profesión. Muriel Santa Ana es una de ellas. Con una vocación temprana marcada por la herencia familiar (su padre, Walter Santa Ana fue uno de los grandes referentes del teatro, y su madre, Mabel González, también artista), se fue afianzando en su propio camino. Con picos de popularidad televisiva en ciclos como Lalola y Ciega a citas, y ahora, con su personaje de Irina Arkádina, al frente del elenco de La gaviota en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, Muriel cumple uno de sus sueños. Además, dirigida por uno de sus maestros, Rubén Szuchmacher, en esta obra de Anton Chéjov que sigue en cartel hasta el 30 de noviembre y regresará a la cartelera en febrero.

-¿En qué momento de tu vida te encuentra el personaje de Irina, y este proyecto en particular?
-Me llega en el momento perfecto pero lo puedo decir ahora que hace ya dos meses del estreno. Con Rubén Szchumacher, que también fue mi maestro, había tenido experiencias como actriz, pero nunca en un proyecto que nos uniera de esta manera. Y con un personaje con tanta responsabilidad, tan reconocido y tan buscado por muchas actrices de cierta franja etaria. Venía de hace rato la idea, yo ya estaba bastante resignada y hace como tres años que apareció la posibilidad de La Gaviota. Y yo pensaba en el personaje de Nina. Pero claro, Nina tiene 22 años, así que era el momento de ponerme en la piel de Irina Arkádina.
-Justamente una actriz consagrada que no se resigna a perder el estrellato en manos de una actriz más joven.
-O sea, más Arkádina imposible. (risas)
-El hecho de que tu personaje sea una actriz, ¿te identifica más?
-Ella vive aferrada a algo inútil como intentar que el tiempo no pase y muestra lo narcotizante que puede ser esta profesión, y el aplauso y ese cariño enorme que recibís a lo largo de la vida cuando la gente te reconoce. Recibir el cariño de desconocidos es algo muy raro.
-Y si hablamos de querer ser reconocido, no puede estar más vigente esta obra de Chéjov, con la necesidad desesperada que hay hoy en tantas personas de ser vistas y reconocidas a cualquier precio, ¿no?
-Es lo que le pasa al personaje de Nina, y ahí está precisamente el valor de los clásicos. Pero en la obra hay muchas cosas: una zona dedicada al mundo del teatro y la literatura. Es una obra que habla de personas cultas, que se dedican al teatro y a la literatura e incluso, los caseros de la casa, se expresan a través de lo que han leído, reflexionan sobre el teatro, la ópera. Son parte de una bohemia. Pero Nina, al menos en los primeros actos, solo parece estar preocupada por lo que es la fama, que le cuenten cómo es. Y todo esto, hoy, resuena de una manera particular. Y hay otra zona de la obra, en la que los jóvenes pierden sus ilusiones a costa de los más adultos que no reparan en esa vulnerabilidad.
-El hecho de traer al escenario del San Martín una obra como ésta, además en su versión más clásica, una experiencia que se está perdiendo un poco ¿qué valor le das?
-Creo que, por lo familiar, tengo algo exacerbado de lo que debería ser el teatro. Tuve acceso a muchas obras y ver el mundo del teatro durante muchos años, en contacto con personas que tenían un gran compromiso, algunos también muy populares y creo, que está muy bien hacerlo así. Hay algo de hacerlo de esta manera que me interesa, construir la obra noche a noche, no reconstruirla, sino hacerla desde cero. Y me conmueve, más allá de la traducción obviamente, que sean las palabras que eligió el autor, con la sonoridad y el ritmo necesarios, respetando esa poética que es lo que hace esta versión, me gusta. Hay algo de mi naturaleza que me lleva a investigar y me gusta hacerlo, así como también puedo hacer cosas más contemporáneas, o muy distintas. Y la verdad es que no veo nada más actual que lo que estamos haciendo. Y como dice el director, en épocas donde abunda la ignorancia, la respuesta del arte tiene que ser dar belleza.

-No nivelar para abajo, claro.
-Sin dudas. Que un director respete cada palabra en un texto como éste, te obliga a ponerte a su nivel. No es lo único, claro. Pero me interpela. Y meterse en esos mundos de emociones, también.
-En ese sentido, qué hermosos suenan los nombres rusos en el contexto de la obra, con toda la puesta en escena y la historia que se cuenta.
-El placer que me causa decir Konstantin Gavrilovich, Boris Alekseivich, y todos los demás es total. No fue fácil aprenderlos pero creo que para mí tiene que ver con tanto cine ruso que vi de chica y de más joven, más allá de las clases de teatro donde leía a Chéjov y otros autores. Escuchar la dulzura del idioma ruso, los diminutivos, es muy lindo.
-Algo de la mística que genera la literatura, el teatro, el cine y que uno, aún sin saber el idioma, asocia con esos nombres o con palabras sueltas.
-Sí, hay algo de eso, sin dudas. Como una reminiscencia al arte y esa sonoridad del idioma ruso que te lleva directamente a ese mundo.
-Pisar el mismo escenario, actuar en una sala donde muchas veces actuó tu padre, imagino que debe tener una cuota de emoción extra. No es algo que le suceda a muchas actrices o actores. ¿Cómo lo vivís?
-Es un plus total. Mi padre, y mi madre también, durante las funciones están muy presentes. Me pasa mucho que se me viene a la mente, antes de salir a escena Danza macabra, una obra de August Strindberg que mi papá hizo en la misma sala. Es una obra que debo haber visto a los 13 o 14 años, y de su personaje, ese capitán que se volvía loco, me viene esa imagen a cada rato. Me pasaba algo muy fuerte con Strindberg y además, hay algo en esa fuerza expresiva que tenía que él en el escenario, que se me hace presente. Algo de esa cosa tan expansiva que tenía él que se me aparece cuando estoy por salir al escenario. Y siento que es como salir al potrero, con la gente, ahí, tan cerca.
-Debe ser una emoción inexplicable.
-Es como una voz que viene y dice: «agarrate, dale!». Y también recuerdo mucho en el mismo escenario a María Rosa Gallo en Las troyanas, con una energía que está ahí dando vueltas en la sala y que siento que me sostiene y me hace sentir parte de algo. Sobre todo en épocas en donde se exacerba el individualismo, de pasar al frente y dejar a otros atrás, ser parte de la comunidad, de esta comunidad de teatro, me protege.

-¿Cómo influyó esa herencia tan potente en tu vocación? Pasa en otras profesiones también pero en la actuación está más expuesto, quizás. Si mirás para atrás, ¿qué ves que lograste que no te esperabas?
-La verdad es que lo que no me esperaba para nada fue todo lo que sucedió con las ficciones que hice en la década del 2000, Lalola y Ciega a citas. y tener tanta popularidad gracias a la televisión. No me lo esperaba, se dio así. Yo era fan, pero muy fan de las telenovelas y quería protagonizar una. Y llegaron estos programas que eran bastante disruptivos pero a la vez fueron muy exitosos. Lo pude disfrutar mucho. Y en teatro hacer La vida es sueño, de Calderón, fue algo maravilloso.
-¿Qué desafíos teatrales te quedan por hacer? ¿Qué te gustaría?
-Hacer a los griegos. No sé qué exactamente pero me dan ganas de meterme en esa dimensión de esos primeros clásicos. Me encantaría que en este país hubiera más posibilidades de hacer todo tipo de repertorio, con todo lo hermoso que hay para hacer y el talento que existe. Y que circule mucha gente. También me hace feliz que en nuestro elenco, hay cuatro actores y actrices muy jóvenes de veinte y pico, que vienen con toda su fuerza y frescura, creo que esa es la gran ganancia subjetiva de este espectáculo también.
-Qué bueno que a la tradición y herencia que tiene el teatro argentino, se sigan sumando jóvenes con sus nuevas miradas.
-Por supuesto, es un poco lo que decía antes de sentirse parte de una comunidad. Te quieren llevar a que sólo veas tu pantalla, te muestran siempre lo mismo, nada te contradice y así te quedás afuera de muchas cosas. Yo no me quiero sentir afuera de nada.
-Sin duda, el teatro es todo lo contrario: representa lo colectivo, lo comunitario, el ritual compartido, en vivo. ¿sentís que representa más que nunca ese espacio en la sociedad?
-Todo eso, sí y todavía me sigue pareciendo un milagro que exista el teatro. Y desde ese punto de vista, que se convierta en una forma una resistencia.
-En ese sentido el teatro es revolucionario
-El teatro te plantea el «acá estamos ustedes y nosotros, en vivo y llevamos adelante esto». Hay una necesidad de eso. Y la gente lo dice, lo expresa: «qué lindo venir al teatro«. No importa qué tipo de obra veas, todas son válidas. Y esta obra nos recuerda la belleza, la humanidad, la sensibilidad, las cosas que parecen obvias pero que hay que recordarlas y destacarlas.
