En su primer texto como dramaturga, la directora Corina Fiorillo unió fuerzas con dos viejos amigos -Gustavo Pardi y Roberto Vallejos- para entregarnos un policial en donde lo no dicho cobra más fuerza que las propias palabras.
Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: Nacho Lunadei.
La lógica de la culpa nace del interrogante sobre qué lugar ocupa la verdad en nuestras vidas y si existe la verdad como algo concreto y real. ¿O es que la verdad siempre es un concepto relativo? A Corina Fiorillo -que además de dirigir a Roberto Vallejos y Gustavo Pardi hace acá su debut como autora- le atrajo hablar de las miradas del pasado y como cada uno reconstruye su propia historia. Ella se fue preguntando a medida que escribía si las cosas que damos por hechas son siempre la construcción de una certeza, o apenas una construcción que vamos tejiendo con recuerdos y silencios.

-¿Cómo surgió la escritura de esta obra? ¿Hubo algún hecho concreto que motivó la creación del texto?
-El hecho puntual fue el deseo de hacer algo los tres juntos: comenzamos a buscar textos para ellos dos y ahí surgió en mí la idea de escribirles un texto. No hubo un hecho puntual más allá de este, pero si había una imagen persistente: dos hombres que se reencuentran después de mucho y comparten un secreto. Esa fue la semilla o primera imagen. Y apoyarme en lo vincular más que en los hechos en sí mismo. Siempre me interesó la idea de que la culpa pueda volverse un lugar, un territorio donde uno vive incluso sin darse cuenta. La obra nace de todas estas cosas.
-¿Cómo es el vínculo con Vallejos y Pardi con quienes ya habías trabajado en escena?
-Con los dos tengo un vínculo re lindo, de conocimiento y de elección. Para mi son dos actores con una inteligencia emocional enorme. Ya los había dirigido y sabía que podían sostener cualquier obra desde lo actoral. En esta, por ejemplo, el pasado no se narra, sino que se encarna. En La lógica de la culpa no hay flashbacks ni explicaciones: no se explica. Nada. Lo que pasó se siente en el cuerpo de ellos, en cómo respiran, en cómo se miran. Son intérpretes capaces de habitar lo no dicho, y eso es fundamental en esta obra.

-¿Cómo describirías este rompecabezas que se presenta en escena?
-Es un policial emocional. El misterio no está en descubrir qué hicieron estos personajes, sino en entender cómo se vive con lo que fue y se silenció. No hay un crimen para resolver sino un pasado que insiste en lograr que algo cambie. La estructura es casi una espiral: pero ese recorrido no es físico sino psicológico. Cada escena profundiza el encierro interior de los personajes. Es una obra más sugerente que explicativa. No hay certezas, hay versiones. Y el espectador va uniendo los fragmentos de una historia que nunca se muestra del todo, porque la verdad también se deforma con el tiempo. Esto el material lo dice todo el tiempo, cuestiona fuertemente la verdad como algo único.
-¿Cómo introducís la imaginación del espectador en la puesta?
-Desde la omisión y la ausencia. El espacio escénico trabaja con zonas de sombra, sillas que se derrumban como sus silencios o sus historias o ellos mismos, sonidos que llegan a veces antes que las escenas mismas. La obra propone que el público complete lo que falta: los huecos, los silencios, los detalles que nunca se muestran. El espectador no asiste a una reconstrucción, sino a una evocación. Lo que se ve es lo que quedó después: el silencio, la culpa, el eco.
La lógica de la culpa se presenta los sábados a las 17 horas en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Entradas en venta por Alternativa Teatral.
