La quinta temporada de «Bufarra. Carne a la parrilla» comenzó en el Espacio Polonia de Palermo. Charlamos con su dramaturgo y director, Eugenio Soto, para saber cómo creció este espectáculo a lo largo de los últimos diez años.
Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: Gentileza prensa.
Silvio llega a Podestá a comer un asado con su amigo de la infancia, Vicente, y su ahijado Ángel. Susana, esposa de Vicente, sabiendo que Silvio acaba de salir de la cárcel, señala el peligro de este visitante nombrando la acusación que pesa sobre él: “Bufarra”. Así se rompe la armonía amistosa del encuentro, del “mundo feliz” de la familia, y su marca dará fin a la inocencia de Ángel. Bufarra toma como punto de partida El Matadero de Esteban Echeverria y la literatura de Osvaldo Lamborghini.
-A diez años del estreno y con el elenco original, volvió “Bufarra”. ¿Qué te llevó a retomar esta obra en este momento? ¿Qué urgencias o necesidades actuales dialogan con ella?
–Bufarra siempre generó en nosotros como elenco una cierta «hermandad», una metáfora de ese asado que se hace; y en quienes actúan, un gran «goce» de actuación. Esos elementos hicieron que quisiéramos recuperar esa experiencia… pero sin nostalgia. Volver a recuperar un ritual de actuación que vuelve a ser un espacio propio de cada uno, que lo fortalece en su recorrido teatral y lo liga a su deseo. Y también volver a «cenar» juntos cada domingo casi como una escena familiar.

-Precisamente en “Bufarra” se cruza lo familiar con lo ominoso, lo cotidiano con lo monstruoso. ¿Qué herramientas teatrales te interesó usar para crear esa tensión latente entre lo visible y lo que se calla?
-Siempre pensamos en Bufarra como un relato cinematográfico. Quiero decir que hay un doble nivel. El nivel de las palabras, «un recorrido textual», pero a la vez hay un nivel expresivo muy «real» de miradas, de pensamientos, de alusiones que construyen «otro» relato sobre esas palabras. No es eso que se suele llamar «subtexto». Es el propio texto que se abre y se multiplica entrando en contradicción con lo dicho. Es lo que pasa en la «realidad», las palabras no alcanzan a narrar y solo queda el silencio o develar lo que hay detrás… Se dice una cosa pero en realidad es otra. Narrar técnicamente en la actuación dos planos a la vez. Afirmar algo en las palabras y estar en el pensamiento en otro plano.
-La obra toma como punto de partida textos fundacionales como “El matadero” y la escritura de Lamborghini. ¿Cómo fue el trabajo de trasladar ese universo literario a la escena?
-Trabajar con El matadero de Echeverría, colar cierto «aire» de la literatura de Lamborghini no es representar algo específico. Es inscribirse en una tradición. Es hacer presente ciertos «núcleos» ficcionales, casi en un nivel genérico: un ADN que viene como «marca» hereditaria y se vuelve identidad, destino y tragedia. Se vuelve un «oráculo» de nuestro destino. Se vuelve a entender eso que somos.
-El asado como rito masculino y argentino funciona como eje simbólico en la obra. ¿Cómo construís desde ahí una crítica o una puesta en evidencia del poder, la masculinidad y la violencia?
-El asado funciona evidentemente como un ritual masculino. Un ritual primitivo: carne, fuego, sacrificio. Entonces esa «masculinidad» que se transpira, que sale por los poros, es un regreso a lo mítico. Es el regreso a un terreno por fuera de la «moral». Se torna «sacrificial». La iniciación sexual se vuelve la marca del sacrificio del inocente. La muerte es un acto de justicia. Y así lo «masculino» narra la confirmación de ese espacio «patriarcal» como se llamaría ahora. Pero ese espacio no conlleva una mirada «moral» sino mítica.

-¿Cómo fue el reencuentro con el elenco original después de varios años? ¿Qué nuevas capas encontraron en los personajes ahora que han madurado como intérpretes y como personas?
-El tiempo transcurrido desde que estrenamos… Siempre que lo hablamos, todos decimos que ahora entendemos más la obra en una comprensión real y sensible. Martin Mir me decía que ahora que él tiene hijos, se le vuelve mucho más real todo lo que relata. También la imagen de los cuerpos que tienen más años, creo, vuelve más real el relato. Hay una maduración tanto en la vida real como artística, ya que son actores con una comprensión del hecho teatral mucho mayor, por todos los trabajos por los que han pasado.
-Después de haber dirigido obras como “Der Kleine Führer” o “Ay Patria Mía!”, donde también aparece la tensión entre lo político y lo corporal, ¿qué lugar ocupa “Bufarra” en tu recorrido como creador? ¿Qué marca dejó en vos?
–Bufarra siempre será para mí un encuentro con una identidad, un deseo de narrar, en cualquier trabajo, la tradición vital del teatro argentino. La memoria del modo de interpretar de ciertos actores, la potencia y el dolor de nuestra historia. En definitiva, eso es Bufarra: goce, dolor y la carne en la parrilla para comer. Y volver a intentar prender el fuego otra vez… en cada trabajo, en cada función e intentar que ilumine algo en el cambalache argentino.
Bufarra se presenta los domingos a las 20.30 horas en Espacio Polonia, Fitz Roy 1477. Por tratarse de un espectáculo al aire libre, las funciones se suspenden por lluvia. Entradas por Alternativa Teatral.
