Con una reconocida trayectoria sobre el escenario, en los últimos tiempos, el actor empezó a ser convocado para dirigir obras en el circuito comercial. La más reciente es «Viuda e hijas», en el Multitabaris. Aquí repasa sus obsesiones y su mirada a la hora de trabajar.
Texto: Sandra Commisso. Fotos: Gentileza Prensa
Con decenas de trabajos como actor desde hace treinta años, Héctor Díaz se supo ganar un nombre y lugar en el medio. En los últimos años, sumó una nueva faceta como director, el rol que cumple también en la nueva producción de Juan Manuel Caballé, Tomás Rottemberg y Nachi Bredeston, Viuda e hijas, que se presenta en el Multitabaris. En este caso, le toca dirigir a Nora Cárpena, María Valenzuela, Sofía Gala Castiglione, María Fernanda Callejón y Gonzalo Urtizberea en una comedia del español Alfonso Paso Jr. que él mismo adaptó.

-Te convocan cada vez más seguido para dirigir, ¿aceptaste enseguida este proyecto?
-La verdad es que estaba muy dudoso porque estoy actuando en La función que sale mal y además, vengo de un año bastante intenso y sé que la dirección me termina absorbiendo mucho porque suelo tomarme más responsabilidades de las necesarias. Pero al leer el libro me pareció muy entradora la historia, la leí de un tirón y tiene ese ritmo incorporado que tienen que tener todas las comedias. Y me gustó el humor que propone es medio lacerante pero a la vez, algo naif. Y además con un componente audiovisual muy divertido.
-¿Sumó complejidad a la dirección el hecho de tener que incorporar un dispositivo audiovisual?
-Es un dispositivo técnico muy importante en el relato que sucede en tiempo real. Y expone los mensajes del difunto, que son de descarnada sinceridad y traen a la luz, cuestiones que estaban tapadas hace tiempo en esta familia bastante en descomposición. Esta incorporación implica un juego interesante y complejo con lo que pasa en el escenario en vivo. Además de algunas torpezas de la abogada para manejar el video desde su computadora que le suman mucho humor. Pero había que coordinar todo eso con ritmo de la comedia. Lo ensayamos con Gonzalo, que interpreta este personaje, en vivo para que las chicas tuvieran otro contacto con ese padre que después es el que aparece en el video. El encontró muchas claves de actuación y, junto con trabajo del editor, fueron elementos que alimentaron la comedia como un personaje más.
-¿Cómo fue el trabajo con actrices de distintas generaciones y formaciones diferentes también?
-En los últimos años, que vengo acumulando un poco de experiencia en la dirección, siempre me sorprendo de lo que pienso a priori de los grupos y es en el mejor de los sentidos. Siempre hay un momento en el que te das cuenta que el trabajo iguala. Aún las energías distintas, en el proceso de tener que tocar una misma canción, se unen. Lo digo así porque siempre pienso musicalmente el trabajo, en el sentido de encontrar lo sonoro.
-Me viene la imagen de un coro o en un grupo que canta al unísono y no desafinan aunque no sean cantantes.
-Claro, tal vez no saben cantar pero saben lo que tienen que cantar. Y ahí es cuando acoplan y se juntan. Y después, como director estoy atento a lo que cada actor o actriz necesita para meterse en el proceso: algunos tienen que llegar con toda la letra sabida, a otros les funciona ir incorporándola en los ensayos mientras lo entiende el cuerpo. Pero son como afluentes de un delta que van a parar al mar. No soy mucho de planear antes de ir a ensayar, necesito ver con qué me voy a encontrar, ahí termino de descubrir cosas.

-Tu vasta experiencia como actor también te ayudará mucho en esto.
-Si, hay algo instintivo pero también entiendo bien cómo es estar del otro lado. Y el actor necesita ofrendar algo, no viene en posición pasiva. Al menos eso es lo que a mí me gusta y funciona. Y como director, me doy cuenta que me he nutrido mucho más de actores que se zarpan, digamos, que a los que estén esperando que yo les diga todo. Como experiencia puedo decir que un actor o actriz, en los primeros momentos de un ensayo, es el ser más indefenso del mundo. Me refiero emocionalmente a esa situación despojada. Después te encontrás con intérpretes más obedientes a lo que dice el director y otros menos ortodoxos. Ahí hay que encontrar el equilibrio.
-De todos los directores con los que trabajaste como actor, ¿cuáles son tus referentes?
-Javier Daulte y Rafael Spregelburd, por ejemplo. Trabajé mucho con ellos y aprendí muchísimo de verlos en acción. Además hay una afinidad hasta inconsciente con ellos en eso de tener una especia de ping pong con el actor y que salga eso que nadie esperaba que pasara previamente. En general me encuentro con gente que, en el fondo de nuestra tarea que, en un sentido está infravalorada y en otro, sobrevalorada, siempre llegamos al punto de que son niños jugando. Con ciertas reglas, claro, pero juego al fin.
-Sin dejar la actuación, ¿está ganando espacio la faceta de director?
-Algo así, lo vivo en gerundio, está ganando espacio. Si miro para atrás, desde mis primeras clases con Pompeyo Audivert, ya había algo que siempre me interesó, como una semilla que estaba ahí. Me pasaba que muchas veces, compañeros me llamaban para que viera su trabajo, hasta la única obra mía, Amor de película, sucedía eso de que pedían una mirada de afuera.
-Te eligieron como director otros antes de que vos decidieras conscientemente dirigir.
-Claro, pero creo que el detonante fue que Soledad Villamil, cuando hizo la obra Para mí, para vos, le dijo a Tomás Rottemberg que me llamara a mi para dirigir. Pero eso vino de la época en que compartíamos trabajo en lo de Pompeyo. Me sorprendió y fue algo natural a la vez. Y me largué a hacerlo. Y desde entonces, la dirección se sumó como algo más continuo. Y cuando me llamaron para dirigir a Soledad Silveyra y Luis Brandoni en la comedia ¿Quién es quién?, en teatro comercial, ahí sentí que era como un salto.

-¿Te costó decidirte?
-Me generó mucho vértigo y estuve pensando bastante si hacerlo o no.
-Qué bueno porque, de alguna manera, se empieza a renovar el aire con nuevos directores que aportan nuevas miradas.
-Si, claro. Y el fruto de eso lo noto más este año. Aunque te diría que me sumó un problema porque, mientras seguía trabajando como actor, me surgían propuestas para dirigir y ahí sentía cierta interferencia. Lo hablé en todos los ámbitos posibles: con mi pareja, en terapia, con amigos, colegas, productores, con Daulte hablé mucho, porque no quería justamente que se convirtiera en un problema.
-¿Sos muy obsesivo con tu trabajo?
-Si, bastante. Y creo que soy más obsesivo como director que como actor. El foco de atención, como actor, no es tan amplio; en cambio como director, la mochila es más pesada.
-¿Lo padecés o ya lo empezás a disfrutar?
-A algunas cosas estoy diciendo que no porque no puedo dedicarle cuatro horas de ensayo a un proyecto como actor y, el mismo día, dedicarle otras cuatro horas a otro proyecto, como director. No hay resto mental para eso. Y me di cuenta que, ahora dirigir está más en mi zona del deseo, pero el tema es cómo poder hacerlo combinando con la actuación porque ni loco dejo de actuar. Ese es mi lugar, el que disfruto un montón. También me gusta mucho sentir la confianza de productores que confían en mí. Creo que está empezando a darse una movida más de elegir actores para dirigir, tal vez porque una generación de productores más jóvenes, ven que tenemos una comprensión de la humanidad del actor que es interesante para la dirección.
