Entrevistas

Casandra Velázquez: «Cualquier proceso creativo se trata de generar un sostén mutuo»

La dupla integrada por Ivana Zacharski y Casandra Velázquez estrenaron semanas atrás una propuesta que nos lleva sin escalas al litoral argentino. «La Estela» se presenta los sábados en El camarín de las musas.

Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: gentileza prensa.

Una niña transita el pasaje de la infancia a la adolescencia mientras va tomando decisiones que marcarán su historia. En una de las salas de El camarín de las musas somos testigos de la siesta en un barrio obrero, de su escape al monte como única salvación ante el tedio, los rituales familiares, los animales, las plantas, la fe y su relación con «la Estela».

La Estela, con dramaturgia de Ivana Zacharski y Casandra Velázquez (a su vez directora e intérprete, respectivamente) es producto de una investigación llevada a cabo por ambas: el punto de anclaje es la potencia de la narrativa en el teatro y lo vital de trabajar con un material textual cercano generado por ellas. Ambas migraron de provincias del litoral a la ciudad de Buenos Aires y esta obra es un intento de «recolectar las raíces rotas, las anécdotas del barrio, el paisaje obrero y sus implicancias».

-¿Cómo influyó tu propia experiencia migratoria en la construcción de La Estela?
-La primera textualidad sobre la que trabajamos en los ensayos fue una adaptación del cuento de Clarice Lispector, “La relación con la cosa”, hecha por Ivana. En esa primera hipótesis de obra una mujer con insomnio se narraba cuentos a ella misma para poder dormir, esos cuentos eran historias protagonizadas por distintas niñas en paisajes litoraleños. En un momento del proceso decidimos quedarnos sólo con la potencia narrativa de esos cuentos y dejar de lado todo lo demás. Ahí fue cuando apareció la protagonista de la obra como la conocemos hoy, todas esas niñas preadolescentes se volvieron una y nos sumergimos en un momento de mucha exploración actoral y narrativa. Ahí hay una relación directa entre nuestras vivencias y la obra, tanto Ivana como yo pasamos nuestras infancias y adolescencias en distintas provincias litoraleñas, y si bien la obra no es un biodrama, hay algo del material que sin duda contiene nuestras experiencias, hay una memoria activa, un ejercicio de volver a narrar ciertos paisajes, vivencias y territorios.

-¿Qué significa para vos esa intemperie que plantea la obra en términos personales, sociales o poéticos?
-Creo que hay una analogía entre la intemperie de los paisajes que se narran y la orfandad en la que vive la protagonista de la obra. Una infancia carente de referencias adultas que la guíen o la cuiden. El pasaje de la infancia a la adolescencia es sin dudas doloroso, más aún cuando esas infancias crecen expuestas a dinámicas violentas muchas veces naturalizadas o normalizadas por el entorno. Nuestra protagonista encuentra refugio en ese amor desconocido y extraño que siente por la Estela, una niña un poco más grande que ella. Hay en ese vínculo de paridad una salvación posible. En cierto sentido creo que la obra es un gesto de emancipación, completamente delirante e irracional, la escena final que llamamos “Huída y Celebración” es una declaración de amor y de principios, una invitación a romper todas las reglas, una afirmación del deseo de vivir la vida con libertad plena, dejar todo lo conocido, irse a un lugar sin nombre, sin tiempo, inventar un idioma nuevo, correr a toda velocidad a cielo abierto de la mano con el amor de tu vida.

-En la obra se percibe una fuerte presencia del entorno natural, de lo ritual y lo sensorial. ¿Qué lugar ocupa el cuerpo —como territorio, como memoria— en tu dramaturgia y en tu forma de hacer teatro?
-En todas mis obras el cuerpo es siempre una guía, para la actuación, para la dirección, para la escritura. Es lo que me permite generar una respiración común con eso con lo que entro en contacto (un texto, el espacio, la palabra, otro cuerpo). En La Estela el cuerpo es una suerte de membrana a través de la que se hace presente la protagonista de la obra que tiene por lo menos 20 años menos que yo. Es un gran desafío, nunca había actuado algo de lo que me distanciase tanto. Pero la actuación es una práctica que inaugura territorios de posibilidades y verdades que no responden a las lógicas cotidianas bajo las que nos vinculamos sino que abre nuevos espacios, permisos y sensibilidades que vuelven posible esto, vuelven posible esas otras existencias impensadas.

-¿Cómo fue el proceso de trabajo conjunto con Ivana?
-Fue un proceso de mucha intimidad y también de fortalecer mucho un lazo de confianza, entre nosotras y con el material. Últimamente siento que cualquier proceso creativo se trata de generar un sostén mutuo, independientemente de los roles, estar en el proceso creativo de una obra es acompañar a que el otrx despliegue su potencia y confiar en que eso que aparece es la obra. En ese sentido hicimos un equipo con Santiago Echande, maravilloso, estuvimos lxs tres durante meses de ensayos investigando sobre el material, escribiendo, tachando, bailando, pensando, actuando, involucrandonos mutuamente, acompañándonos a soltar cuando tuvimos que soltar hojas y hojas de textos y escenas, afirmar otros momentos, pequeños gestos, siempre con mucha libertad y permiso, buscando que la actuación potencie la escritura, y viceversa, que todo gesto o propuesta nos permitiera descubrir la naturaleza más íntima y particular del universo ficcional que estábamos construyendo.

-¿Qué encontrás en el cruce de lenguajes que sentís que no se puede decir desde una sola disciplina?
-Hace ya varios años que concibo el arte escénico como un encuentro de distintos lenguajes que se potencian entre sí. Creo que es una cuestión de enfoque, de cómo yo elijo vincularme con ese organismo vivo que es la escena, invitarme constantemente a no pensar la danza desde la danza, o la música sólo desde el sonido. Sino intercambiar los cristales a través de los que observamos esos mundos. Parece una obviedad, pero creo que las manifestaciones artísticas son más caóticas y que muchas veces ordenamos las disciplinas por necesidad de entenderlas, dividirlas y estudiarlas, y en ese gesto perdemos potencia creativa, creemos saber más de algo, cuando en realidad el trabajo se trata de desconocer, de asumir que lo mejor que puede pasarnos como artistas o creadores es desconocer eso sobre lo que se trabaja, no saber tanto, saber menos, casi nada. Es dificilísimo, más con el paso del tiempo y las horas de práctica y los títulos universitarios, yo digo que soy actriz y bailarina, cuando en realidad son dos palabras que denominan para mí una misma cosa, y no digo que soy dramaturga pero escribí esta obra con una escritura muy desde el cuerpo, la danza y la actuación, una escritura caótica, una palabra brotada del cuerpo en estado de actuación, creo que si me sentaba frente a una computadora a escribir como se entiende o se conoce que es una práctica de escritura más convencional, ni me salía. Estudié el texto de la obra tocando el piano, sin saber tocarlo, sólo buscando perderme, que la repetición no mate la frescura, buscando en la música pequeñas claves para mantener la palabra en un estadío vital. Siempre hay algo que no le pertenece a la especificidad de una disciplina que seguramente la potencia, algo de otro universo que puedo tomar prestado para encontrarme con éste, desde un lugar nuevo.

La Estela se presenta los sábados a las 18 horas en El camarín de las musas, Mario Bravo 960. Entradas en venta por Alternativa Teatral.

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