Entrevistas

Sofía Galliano: «El futuro lo construimos lo más al borde posible del deseo»

Después de estar de gira por Europa y Brasil, la actriz Sofía Galliano regresa a El Galpón de Guevara con el biodrama creado a partir de su linaje femenino. Hablamos con ella antes del comienzo de la segunda temporada de «Velar la noche».

Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: gentileza prensa.

La propuesta de Velar la Noche universaliza la pregunta sobre lo que heredamos, la transmisión inconsciente de mandatos, la alianza entre mujeres y la necesidad vital de revelarse contra la idea de destino que propone la perpetua repetición. A través de un lenguaje absurdo, poético y tragicómico la actriz Sofía Galliano y la directora Gabi Parigi cruzan la danza, el teatro físico y el circo en esta propuesta llena de imágenes y potencia visual. 

-“Velar la noche” parte de tu linaje femenino. ¿Qué descubriste en ese proceso de indagación sobre tus ancestras que no sabías antes de crear la obra?
-Cuando decidimos que en la obra habría texto, lo primero que Gabi Parigi (co-autora y directora de la obra) me pidió que escribiera fue uno sobre mis abuelas, de las cuales yo ya le había hablado muchísimo. Ellas eran muy diferentes, arquetipos opuestas, pero mientras avanzaba en la escritura me daba cuenta que era muy fácil hacer un paralelo entre ambas: muchos temas icónicos de sus personalidades o momentos de la vida, cada una lo vivió de una manera muy particular pero en el fondo las unían mandatos y desafíos muy propios de su época. Las redescubrí, fue muy precioso comprender cómo cada una tenía un modo particular de vivir sus pasiones, el amor, su vínculo con el dinero y con la muerte, y como ambas estaban atravesadas por los desafíos y mandatos de su época: el matrimonio y la maternidad como destino, la religión y el silencio.

-¿Y cómo fue en el caso de tu mamá?
-Después, mirando a mi mamá, veíamos una generación que tuvo que atravesar otros desafíos, la cual pudo abrazar otras libertades individuales como el divorcio y la posibilidad de dar lugar a la profesión, a un oficio más allá de la maternidad. De algún modo han podido timonear su vida de otra manera. Hablo en plural porque todas estas reflexiones e indagación la hicimos juntas, con Gabi, que tenemos edades parecidas y nuestras madres también, entonces muchas preguntas se las hacíamos a ambas y eso nos permitía tener una mirada más amplia, que tiene particularidades en la singularidad de cada historia pero también y sobre todo está atravesada por un tiempo histórico. Llegamos a mí, a nosotras, y nos preguntamos cuáles son nuestros desafíos, mandatos y posibilidades de nuestra generación, que vive este tiempo y este mundo, donde muchas referencias con las que contábamos ya no queremos repetir y lo que queremos probablemente está por construir. Entonces ese tiempo suspendido entre las ruinas de lo que no queremos repetir y lo nuevo que está naciendo, es el vacío en el que estamos, con muchas preguntas, algunas certezas y con el alivio de que no hay UN destino, sino que el futuro, en la medida que podamos, lo construimos lo más al borde posible del deseo.

-¿Cómo dialoga tu formación en psicología con tu búsqueda escénica? ¿Aparece esa mirada en la forma en que abordas el cuerpo y la memoria en escena?
-Probablemente lo hace mucho más de lo que puedo nombrar ahora. Porque ya está en mí, es un modo de mirar la vida, en cómo pienso los procesos, en cómo acompaño las creaciones. Cuando creo una obra no parto de una idea cerrada o de un tema que quiero abordar, sino de algo que me conmueve, puede ser una imagen, una escena de una peli, una fotografía, un modo de moverme… y desde ahí empiezo a improvisar, a cruzar lenguajes y técnicas, a dejar que el contenido se revele solo. Es como si el cuerpo —el cuerpo en acción— fuera el que sabe, el que guarda lo que está latente y lo deja aparecer si le damos espacio. En ese sentido, el método tiene algo de psicoanálisis en movimiento: el contenido no se fuerza, se espera, lo latente se manifiesta. Entonces la reelaboración, la intelectualización se hace después que se manifiesta, que detectamos de qué va la obra. La memoria también entra ahí. Porque el cuerpo guarda historia, no solo la propia, también la de quienes vinieron antes. Y si le damos lugar en la creación, en las improvisaciones, con consignas que ayuden a dinamitar esa singularidad, eso empieza a aparecer solo. Hay algo del inconsciente que empieza a drenar, que llega aunque no lo llamemos y ahí aparece la singularidad de cada artista creador. Y para mí, esa es una de las cosas más poderosas del proceso creativo.

-En la obra hablás de “trastabillar el efecto mamushka”. En ese sentido, ¿cuál fue tu gesto más subversivo contra el destino?
-Uff, ahora que me lo preguntas así, y lo pienso, creo que hacer trastabillar el efecto mamushka no se hace de una vez y para siempre, sino que la vida tiene muchos momentos en que hay que hacer esta subversión. Es más bien un ejercicio constante, una especie de práctica de pequeñas subversiones cotidianas. Pero si tengo que nombrar un momento bisagra, creo que fue cuando terminé la carrera de psicología -que era el motivo por el que me había ido de casa, del pueblo (en el que nací se llama Camilo Aldao y queda al sudeste cordobés), con 17 años- y, en vez de seguir por ese camino, que ya parecía trazado, decidí otra cosa. Sentí que eso no era donde quería poner mi tiempo, no porque no me gustara sino porque había descubierto una pasión mucho más fuerte y mi deseo estaba en otro lado hacía tiempo y era momento de asumirlo. Entonces junto a la decisión de un nuevo oficio (circo, la danza y el teatro) también apareció otra forma de vida que yo no tenía registrada como posible. Viajes, trabajo en colectivo, vida en comunidad y ciento de cosas que no imaginaba. Fue subversivo, sobre todo, porque no tenía referentes cercanos que vivieran así. Era lanzarme a lo desconocido, sin saber bien cómo se hacía. Y creo que cuando el deseo se impone al mandato, aunque sea un poquito, ya estamos trastabillando a la mamushka.

-¿Qué potencia encontrás en el cruce entre el circo, el teatro físico y lo poético cuando se trata de contar algo tan íntimo?
-Hay algo que es muy propio de este tipo de lenguaje que llamamos circo contemporáneo, circo-teatro que es la posibilidad de cruzar lo cotidiano con lo superpoderoso (casi fantástico) que trae el circo. Esto de manipular objetos o llevar el cuerpo a ciertos extremos que son imposibles en la vida cotidiana, que no se logran de una vez. Ese sabor a riesgo, a cierta estética de lo imposible, de lo mágico y freak que sucede delante de tus ojos, sin mediación de pantallas, porque si hay algo que tiene el circo y lo acrobático es el aquí y ahora, en convivencia con una dramaturgia, un texto, personajes que podría ser cualquier persona que uno se cruza en la calle, que le pasan cosas que a muchas les pasa, que atraviesa emociones y conflictos, ese combo entre lo cotidiano y lo imposible, entre lo real y lo mágico, es un combo escénico explosivo. Da la posibilidad de llevar a cabo una construcción de imágenes que dinamita los sentidos y que si bien el texto y las palabras enmarcan y refuerzan la dramaturgia, es desbordado e imposible de capturar a través de la palabra lo que pasa en ese cuerpo que está en escena, que se la juega al extremo y que se vive con el cuerpo de la interpre-actriz y el del público. Estoy muy enamorada del lenguaje y de las múltiples posibilidades. Hay algo hermoso que es poner toda la singularidad a disposición de la creación, por ejemplo en Velar la noche yo estaba muy obsesionada de que una de las líneas dramatúrgicas y de escritura de la obra estuviera atravesada por mi cabellera. Hace 8 años venía investigando mi cabello como materialidad y como extremidad del cuerpo. Y esa búsqueda freak fue fundante de la obra. Hay una modo muy hermoso que tenemos a la hora de crear con Gabi (amiga y con quien también formamos parte de Proyecto Migra) que es nombrar todos los deseos y caprichos que tenemos en relación a la obra, abrimos el imaginario y creamos un espacio donde todo lo que tenemos ganas de hacer sea posible. Después viene la etapa de dejar material fuera, de condensarlo, de poder soltar esos hallazgos hermosos que tal vez no entran ahora en la escritura final de la creación. Entonces si quiero cantar, patinar o bajar de un paracaídas (¡broma!) todo es nombrado y se empieza a poner a jugar mediante improvisaciones o en el imaginario de la obra que aún está por nacer.

-Tu cuerpo en escena encarna múltiples personajes. ¿Cómo te preparás física y emocionalmente antes de cada función?
-Encarno múltiples personajes que atraviesan, a su vez, distintas técnicas en las cuales el cuerpo se pone en juego de maneras muy diversas, por ejemplo el tono muscular y la fuerza que pongo en juego para colgar del cabello es muy distinta a la tensión que manejo en el trapecio, que a su vez cambia al estar sentada diciendo un texto o moviendome por el escenario contorsionándome o al contrario patinando. Las tensiones, fuerzas y emociones que atravieso a lo largo de la obra son muy distintas. Entonces, si bien tengo mis rutinas de cuidado, entrenamiento y alimentación siempre, el día de la función, especialmente, desde que me levanto mi energía ya está direccionada a la función de la noche. Dormir y alimentarse bien es fundamental, pero también desde la mañana repaso textos, anotaciones de la función anterior, hago un recorrido en mi casa de la obra, con la música. Tal vez porque es una obra nueva entonces todavía necesito mantener ese ritual, quizás cuando ya haya hecho más de 50 funciones cambie… ¡no lo sé aún! Además llego al teatro tres horas antes, me hago el peinado para colgar del cabello que me lleva unos 20 minutos, me maquillo, entro en calor el cuerpo y la voz y luego ya entro a la sala a probar sonido, preparar los objetos… ¡estoy llena de rituales!

Velar la noche, desde el 7 de septiembre los domingos a las 20 horas en El Galpón de Guevara, Guevara 326. Entradas en venta por Alternativa Teatral.

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