Críticas

La mujer del vestido verde: la vida cotidiana y una tragedia, unidas en una experiencia conmovedora

La obra escrita por Jorgelina Aruzzi, dirigida por Gloria Carrá y protagonizada por Dalia Elnecavé, es un imperdible que regresa a la cartelera por una única función el 22 de enero en el Paseo La Plaza.

Texto: Sandra Commisso. Fotos: Gentileza prensa.

Hay obras de teatro que entretienen, otras divierten, algunas permiten la reflexión y también están las que emocionan. La mujer del vestido verde logra todo eso junto. Resulta una experiencia, como las que provoca el teatro cuando todas las puntadas están en su lugar. Y precisamente, las puntadas de un vestido verde usado por la protagonista tienen mucha presencia y simbolismo en esta obra que escribió Jorgelina Aruzzi, con dirección de Gloria Carrá y protagonizada por Dalia Elnecavé. La pieza ya tiene un recorrido desde hace varios años y merece la pena verla (o volver a verla) cada vez que regresa a la cartelera. Esta vez será por una única función en el Paseo La Plaza, el miércoles 22 de enero.

En escena solo hay una mujer, en una pose extraña, aparentemente incómoda. La rodean escombros, cada tanto surgen unos ruidos ensordecedores seguidos de un silencio atroz. Un espacio acotado físicamente pero expandido en la conciencia de alguien que no termina de saber muy bien dónde está, qué día es, cómo se encuentra y cuál será su destino. Sin embargo, en esa incertidumbre de tiempo y espacio, ella recurre a su memoria, a sus recuerdos más remotos y también a los más recientes. A su vida cotidiana, a sus sueños posibles y a aquellos aparentemente truncados por este presente que la oprime, literalmente.

La mujer es modista, vive en el Gran Buenos Aires y va cada tanto a comprar telas al Once para hacer sus modelos a sus clientas. Sabemos que tiene una hija, que no le ha ido muy bien en el amor y que sueña con conocer Brasil porque lo imagina como el auténtico paraíso en la Tierra.

Todo lo sabemos por su relato, minuciosamente hilvanado y zurcido por sus palabras, sus sentimientos y las sensaciones que le produce el agobio en el que se encuentra. Su decir es tan detallado y accesible que cada espectador puede ver, oír y sentir todo lo que ella cuenta y recuerda. Y uno la empieza a querer, a sentirla como amiga o como una vecina o una parienta, la quiere ayudar, la quiere entender, la quiere rescatar.

Ella podría ser cualquiera de nosotros, podría ser alguno de los que está sentado en la platea viéndola llorar y reír, haciéndonos llorar y reír. Porque esta mujer tuvo la desgracia de que su destino desalmado, al igual que el de otras decenas de otros hombres y mujeres, la pusiera en el lugar equivocado a la hora incorrecta, justo en el sitio donde ocurre una tragedia.

Una tragedia que sucedió un día como cualquier otro, a una hora equis, en un barrio porteño, como Once, lleno de personas comunes viviendo sus vidas comunes y corrientes. Como suele ocurrir con este tipo de tragedias que nos remontan a pensar qué extraño camino nos puede conducir a seguir la vida común de todos los días o a toparnos con una tragedia después de la cual ya nada será igual.

En ese pozo de escombros y mugre, con apenas un resquicio de luz, casi inmóvil, la mujer solo puede hablar consigo mismo, aferrarse a esas pequeñas cuestiones que tiene pendiente, como hacerle un vestido a su hija, intentar una cita con el hombre al que solo vio un par de veces pero que la hizo ilusionar con su sonrisa y para quien se puso el vestido verde hecho por ella misma.

Como espectadores asistimos a su resistencia feroz por sobrevivir, por estar despierta y suficientemente lúcida cuando alguien llegue a rescatarla. Confía en que eso sucederá. No piensa en la muerte porque no la tiene en sus planes. Pero de a ratos se olvida, se le nota el dolor que prefiera ignorar para volver a confiar en que la salvarán, no importa quién ni cómo, pero alguien se ocupará, por una vez en su vida, de ella y vendrá a buscarla.

La mujer no tiene idea, en ese profundo agujero en el que está, que afuera todo es caos destrucción y dolor, que algo horrible sucedió, tan horrible que el hecho pasará a la historia. A la parte más trágica de la historia argentina. Pero por el momento, ella es simplemente una mujer que intenta sobrevivir, que confía en la vida y por eso simplemente espera.

La obra resulta impecable desde todo punto de vista: texto, dirección, luces, sonidos, escenografía, vestuario y, por supuesto, actuación. Dalia Elnecavé encarna a esta mujer que atraviesa todos los estados imaginables y, además, los hace trapasar el escenario. La mujer del vestido verde simplemente conmueve y cuando el teatro logra eso, es para celebrar.

La mujer del vestido verde tiene una única función el miércoles 22 de enero a las 20 en el Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660. Entradas por Plateanet.

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