El artífice de «Un poyo rojo», el espectáculo de teatro físico que se convirtió en un suceso internacional, habla sobre su trabajo antes de su regreso a la Argentina, donde se presentará desde el 14 de enero en el Metropolitan.
Texto: Meli Cuitiño. Fotos: Gentileza L.R.
-Al verte en escena hacer infinidad de micro gestos corporales y micro movimientos en tu rostro, tu gran entrenamiento y preparación, me resuena la frase “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, del filósofo Baruch Spinoza. ¿Cómo definís tu trabajo artístico, desde el teatro físico?
-Creo que empecé a llamarlo teatro físico porque no encontraba dónde ponerlo, siempre estuve muy vinculado con el deporte, el entrenamiento, con la danza y la expresión en general. De chico era super inquieto, era el que se levantaba de la mesa y se ponía a bailar. Sí, me considero un actor físico, trabajo con texto también pero el físico ya es un montón, es una herramienta universal y me interesa explotarla desde ese lugar porque me gusta mucho viajar y aunque también estudié muchos idiomas me parece que el idioma físico es universal y es tan amplio que sé que todo el mundo lo va a entender, no hace falta un traductor.
-¿Cómo descubriste tu facilidad para la gestualidad?
-Siempre tuve un vínculo muy fuerte con lo físico en general, sea en los deportes o cualquier medio de expresión física. Logré lanzarme y confiar en eso, en haber creado un lenguaje más genuino que salga de mí, que no necesariamente me lo enseñan para poder mostrarlo y es eso, mi carrera es autodidacta, no fue académica, no hice ninguna escuela de formación. Yo digo “tengo ganas de bailar”, entonces voy y hago contemporáneo. Con la música y el teatro también, tengo formaciones cortas, no hice una carrera, todo eso que fui adquiriendo lo fui integrando para tener una herramienta más.
-El teatro permite unir todo eso en un mismo escenario.
-Para mí el teatro está buenísimo porque es todo eso, es la música, es la danza, es un ritual, es el juego con la interpretación en donde pasa algo y en el que no sos enteramente vos porque hay un plus, algo que sucede ahí entre el espectador y uno y se crea una pequeña magia.

-¿Practicaste deportes además, te sirvió para el despliegue físico?
-Sí, natación. Siempre nadé mucho y me gustó correr, también el básquet. Ahora hago yoga, y entreno más suave.
-¿Tenés referentes o maestros que te dieron confianza para seguir haciendo lo que hacías?
-Si, mucha gente conocida, Osqui Guzmán, Dani Casablanca, mi maestra Analía González con la que me empecé a formar y fue la que me abrió la puerta a todo esto que pasó después. Pero también te diría Buster Keaton, Charles Chaplin, La Pantera Rosa, Tom y Jerry, que también fueron influencias mías, yo veía algo en las caricaturas en las que automáticamente lo pasaba mentalmente en mi cuerpo, pensaba en cómo sería ese movimiento en una persona. Tengo muchas cosas que yo veía de chico, cosas que me marcaron, actores como Jim Carrey, que cuando salió no podía dejar de verlo, cosas que nadie hace, es su marca.
-¿Hiciste mimo y clown?
-Sí, con Dani Casablanca y Osqui Guzmán, hice mini formaciones y cursos porque siempre fui muy capaz de tomar la esencia de algo que me enseñan, aprendo rápido las cosas y desde lo que me interesa saber, con eso me arreglo.
-¿Un poyo rojo fue el punto de inflexión en tu carrera?
-Este espectáculo viene desde 2008. En 2014 fuimos al festival de Avignon por primera vez y ese te podría decir que fue el punto de inflexión en mi carrera. Como la obra duraba una hora, la productora que nos facilitaba estar ahí nos pidió hacer un bis con el público, en ese momento yo ya tenía mi canal de Youtube en donde hacía mis videos. Yo había empezado a probarlo en Madrid de hacerlo en español porque ya lo hacía en francés, entonces hice una votación en Facebook y la gente pidió El pollito pío. La primera vez que la hice un chico del público lo filmó y lo subieron a Internet, y fue un boom: al otro día tenía 14 millones de reproducciones.
-Claro, se desparramó por medio mundo.
-Fue un poco de la mano de cuando empezamos a ir a Francia. Ahí empezó a pasar algo en mi carrera, iba cuatro meses de gira y volvía, y luego al próximo año, me quedaba seis u ocho meses y luego pensé en tomar una decisión porque todo estaba dispuesto para quedarme allá. Un poyo rojo fue una obra que la armamos junto a Alfonso Barón y Hermes Gaido, que dirige y hace la técnica, para viajar mucho, sin escenografía y siempre estamos trabajando sobre la obra. Hace 15 años que la hacemos y siempre evoluciona, cambia, muta y nacen cosas nuevas. Con la improvisación que nos da el recurso de la radio en el escenario, nos permite estar en vivo, acá, en Francia, en Uruguay, donde sea. Ya recorrimos en estos 15 años un pedacito del planeta.

-La radio en escena parece un personaje más.
-Para mí tiene algo loco la radio que es como un rayo de realidad infinito que se mete en la ficción y que se desprende del éter, es algo que está pasando, verlo en escena te hace reinterpretar lo que estás viendo con lo que escuchás. Es un ejercicio también para el público, no sólo para nosotros como ejercicio interpretativo sino que a la vez el público hace un ejercicio pensando si es verdad, si la radio está en vivo o no. Es un doble ejercicio el uso de la radio, es un recurso infinito.
-¿Cómo fue la experiencia de estar en el Festival de Avignon?
-Lo de Avignon fue empezar a ver tangible la posibilidad de trabajar con esta obra, que es muy particular y muy nuestra, en otro continente. Dijimos, ¡¿ah bueno, se puede! y se estaba concretizando en el Festival donde hay tres mil obras por día, es una locura, toda la ciudad se transforma en teatro. Las compañías hacen obras con mucha gente y muchos espectáculos, y nosotros éramos los argentinos que íbamos a mostrar lo que hacíamos. Ese fue un punto en mi carrera en el que me di cuenta de que todo eso que soñaba se estaba dando, eso que podía viajar por el mundo con algo construido por nosotros y con algo que no se podía encasillar.
-¿Cómo es recibido tu trabajo en Francia?
-Allá el teatro es bastante diferente. Pero el público empezó a elegirla y a ponerla como una obra de culto y hace muchos años ya trabajamos allá, hemos recorrido muchos lugares en Francia, pueblitos que no conoce nadie. Ahora hago base en Montpellier, en el sur, pero me muevo por todos lados, siempre que haya un aeropuerto cerca, o estaciones de tren, eso necesito. Estuve en París cuatro años y después de la pandemia me agobié de la ciudad. Fue demasiado fuerte todo, con el covid. París es hermosa pero es una ciudad multicultural, energéticamente muy recargada, muy cara y todo el año es gris. Yo primero necesito sol.
-¿Cómo ves a la Argentina en cuanto a las artes escénicas?
-La verdad es que no salgo mucho, me pasa que veo que acá existe una pulsión muy grande por hacer, es una herramienta también que me la llevé para allá. Nunca esperé un subsidio para crear, por ejemplo. Mi foco está en crear, no espero a que esté todo. Acá veo que sí está la urgencia, una idea y ganas de decir algo, acá está la pulsión, la veo en colegas y amigos, está eso de «lo voy a hacer porque tengo ganas de hacerlo». Eso es algo de acá que me encanta y que allá mucha gente no lo entiende. Está más la costumbre de primero tener los recursos y los medios más allá de la idea. Hay otra estructura para organizarse y con el tiempo fui uniendo las dos cosas.
-¿Qué elegís para ver vos en teatro acá y en Francia?
-No voy mucho al teatro, un tiempo estuve peleado con el teatro y la danza, porque si veía una obra y no había estudiado, sentía que no la iba a entender, algo medio elitista me pasaba. Me gusta que si vas a ver una obra, la expresión artística sea directa, clara, no tengo ganas de estar pensando y estudiar de qué va. Me gusta sorprenderme por la forma en la que están contadas las obras.

-Después de «Un poyo rojo», surgió «Apocalipsync» una obra gestada en Francia, ¿cómo surge la idea y cómo fue el proceso que se desarrolló en tu cabeza y en tu cuerpo?
-Yo tenía ganas de hacer un solo en escena pero por con el flujo de 100 a 120 representaciones por año de Un poyo rojo, no tenía tiempo ni energía para sentarme a crear. Pero me agarró la pandemia en París en un departamento muy pequeño y me empecé a volver loco. Ahí, me dije: necesito hacer algo y es este el momento para hacerlo, por lo menos para distraer mi cabeza y sentir que todos los días no fueran un loop porque el panorama era medio terrible. También era una excusa para invitar a Maruja, Maria Sacone, mi cuñada y mi amiga hace 20 años, con quien creamos Apocalipsync. Ella fue a Francia y hubo dos confinamientos y entre uno y otro me mudé. Empezamos a trabajar sin saber si reabrían los teatros. Yo tenía pensada la esencia de eso, del tipo encerrado en su departamento que hace cosas para no volverse loco. La idea de mostrar lo obsceno, lo que no se muestra, lo que se hace en la ducha. Armamos grupo con Oria Puppo y sumamos un elemento escenográfico, de fondo y así aparece la cortina que se transforma en el teatro, en el living, en el baño, en telón.
-¿De dónde nacen esas caras y gestos que aparecen en escena?, ¿qué pulsiones emocionales, intelectuales y pensamientos hay desde la interpretación y el entrenamiento, por ejemplo frente al espejo?
-Me preguntan mucho eso del espejo pero no; nacen del juego, del niño despierto que quiere jugar. Desde que me acuerdo yo siempre jugué con los sonidos externos, de pasarlos por el cuerpo, hay un pájaro ahí y yo ya estaba haciendo ese sonido y tratando de pasarlo por el cuerpo, trataba de descubrir cuando el pájaro hacía el sonido para luego hacer el movimiento, yo jugaba así. Con la radio, lo mismo: si hay un locutor, yo encarnaba ese locutor o con la música, un cantante. Es ese juego que hace un niño al ver una hoja y de pronto es un avión. Es transformar. Actúo conectado con el juego. Esa cosa automática del juego del niño que ahora quizás es diferente, ya no hay tanto estímulo natural, lo mío nace del juego y de mantener el niño. Yo no practico, en mí era natural, yo bailaba y quería llevar la danza y todo lo que había aprendido, a la cara y ver qué podía pasar. Mi cuerpo aprendió a fraccionarse, mientras esta parte hace una cosa, quería ver qué parte hace otra cosa y así, y llevar eso, el ojo y el labio a otra cosa, ponerla ahí y construir, aplicar esas cosas que aprendí y pasarlo por mí y transformarlo.
-Se podría decir que sos un intérprete, algo así como un traductor de gestos, movimientos y ritmos.
-Si, de hecho Apocalipsync se hizo en cuatro idiomas. Yo hablo español, inglés, francés e italiano, y ahora aprendo catalán, Me gustan mucho los idiomas, creo que de no haber hecho teatro hubiera seguido el camino de los idiomas, me gustan las lenguas y tengo facilidad para eso.
-Como artista autogestivo,¿qué le aconsejarías a quienes recién empiezan en el camino del arte?
-Yo aconsejo invertir en herramientas, en el camino de la actuación está bueno tener un abanico que te haga de colchón, tener herramientas y conciencia física. El cuerpo es una herramienta enorme y parecería que no tiene límites. Esta bueno saber integrarlas a las herramientas, yo no tengo períodos en donde no hago nada, siempre estoy haciendo algo, me cuesta desconectar, al viajar tanto y estar moviéndome de un clima a otro, hay algo de estar de gira, es trabajar y disfrutar a la vez. No conozco las vacaciones como un desconectar, sí hago cosas con el cuerpo todo el tiempo. Entonces, lo autogestivo es pensar en todo lo que tengo y en saber cómo hacerlo. Estudiar cosas que te desafían y saber cómo integrarlas en ese actor que se está formando.
-Desde que te fuiste a Europa, ¿haces un comparativo entre las formas de hacer teatro acá en Argentina y allá?
-Acá hay una forma mucho más visceral y super resolutiva, te diría que si hay un problema lo incluímos. En cambio allá es más acartonado, como si el teatro y el arte estuvieran a punto de acomodarse en un aparador. Entonces ahora hacemos esto, así y así. Pero si hablas del arte, es difícil saber dónde meter las cosas en un formato específico, justamente el teatro tiene que romper con todo. Y eso pasa si es como un pajarito en una jaula. Es limitante, autolimitante, acá es visceral porque igual lo voy a hacer, ¡es teatro! Es decir, las cosas tienen que fallar para que funcionen, ¿no? tiene que haber caos, no podés tener todo controlado como si fueras a una oficina y cortas a las 12 y comes y el archivo ya llegó y así. El teatro no es una operación a corazón abierto que si el cirujano se equivoca, chau. En teatro, tenés que equivocarte. Sí, acá no se muere nadie, cortá todas las arterias.
Un poyo rojo se presenta desde el 14 de enero, martes y miércoles en el Teatro Metropolitan, Av. Corrientes 1343. Luego estará en el teatro Selectro, en Mendoza, el 18 de enero. Además, hará funciones el 24 y el 25, en Bio Bio, Chile, para culminar el 31 de enero y el 1 de febrero en el Centro Cultural Munro, en Vicente López.
