Entrevistas

Irina Alonso: «Hoy más que nunca, escuchar al otro se hace urgente»

La actriz y directora habla sobre su adaptación de la novela de Juan José Saer «El entenado», en el Regio, y de ser parte de una dinastía teatral argentina.

Texto: Maxi Curcio. Fotos: gentileza prensa.

Una de las novedades más destacadas de la programación 2024 del Complejo Teatral Buenos Aires (CTBA), se presenta en el Regio: El Entenado, la novela de Juan José Saer, en versión libre de Irina Alonso y con estupendas actuaciones de Claudio Martínez Bel, Iride Mockert, Pablo Finamore y Aníbal Gulluni. Este acercamiento a la novela publicada en 1983, ofrece una impactante lectura sobre la condición humana, llevada a escena con absoluta personalidad, mérito de la puesta concebida por la actriz, docente y directora. Alonso habla acerca de los desafíos y búsquedas estilísticas de una adaptación que la reencuentra con uno de sus escritores predilectos, mientras se prepara para volver a escena, junto a su hermana Ingrid Pelicori, con nuevas funciones de Papá Bianco y los Alonso, biodrama documental acerca de su ilustre familia de artistas.

-¿Qué te atrajo principalmente de la novela El Entenado?
-Yo admiro mucho a Saer, en general, por su calidad literaria, por su poesía, pero este texto en particular, me atrae por la historia que trata, que tiene que ver con nuestros orígenes, con nuestra identidad, con el primer genocidio en nuestra tierra, que es la historia de la Conquista.

-¿Cuál fue el mayor desafío que encontraste al momento de llevar a cabo su adaptación?
-Para encontrar teatralidad, tuve que imaginar nuevas escenas, situaciones que no están en la novela, y el desafío fue lograr que esas escenas inventadas por mí se integren a la totalidad. Que la versión funcione como un todo, fusionando textos de Saer y textos míos.

-¿Cómo trabajaste el aspecto de la puesta escenográfica?
-Desde un primer momento supe lo que la puesta iba a requerir en cuanto a lo escenográfico: un escenario de telones pintados, elementos de una teatralidad primitiva y hasta un poco naif, correspondientes a una compañía teatral del siglo XVI. A partir de esa idea, Cecilia Zuvialde aportó su sensibilidad y su inteligencia como escenógrafa, y fuimos trabajando juntas, para que esa idea embrionaria tuviera todos los detalles necesarios, tanto estéticos como poéticos: formas que ilustran malezas, carros tirados por sogas, que funcionan como embarcaciones, telón de boca, telón de fondo, rompimientos. Fue hermoso jugar con toda esa maquinaria teatral que suele estar olvidada y que tiene una potencia mágica enorme.

-¿Qué nos podés contar acerca de la experiencia de trabajar con este maravilloso elenco de intérpretes?
-Admiro mucho a los cuatro intérpretes de la obra, los elegí con mucho cuidado y me siento muy honrada por haberme enriquecido con sus aportes creativos. Son cuatro bestias, tienen total entrega y comprensión del juego teatral: se emocionan, ponen el cuerpo, tienen voces privilegiadas, cantan, tocan instrumentos y se comprometieron muchísimo con la propuesta, que no era sencilla, con ensayos que fueron muy exigentes. Estoy inmensamente agradecida con ellos y me emocionan en cada función.

-Regresás a Saer luego del unipersonal basado en «Sombras sobre vidrio esmerilado». ¿Cuáles son las características que más destacás de su escritura?
-Me pasa con Saer que quedo hipnotizada por su escritura. Primero y principal por su lenguaje, sus narraciones tienen mucho de poético (de hecho, él pretendía borrar la distinción entre narrativa y poesía). Además, los temas que aborda me resuenan en lo más íntimo, cierta percepción de la realidad y del universo como algo muy extraño, algo que nunca vamos a comprender, y aun así nos ofrece llamaradas de belleza permanente. Esa perplejidad ante el cielo, las estrellas, esa pregunta por la dudosa solidez de las cosas, esa noción de finitud y al mismo tiempo de eternidad en cada instante.

-Realizaste, previamente, una adaptación de “Los muertos”, de Mario Levrero, también una relectura de “Medea”, de Eurípídes. ¿De qué forma te inspiran los libros a la hora de crear? ¿Qué te estimula en especial del cruce entre teatro y literatura?
-Hay determinadas lecturas con las que sintonizo muy fuertemente, que dicen algo que me hubiera gustado decir a mí, que me revelan algo sobre este mundo extraño que habitamos y entonces surge el deseo de llevarlas a escena. Puede que se trate de obras teatrales, de narrativa o incluso de poesía, no hago distinción. El año pasado estrené con un grupo hermoso de actores y actrices un espectáculo que llamamos La violencia de las horas, a partir de poesía de César Vallejo. Me apasiona meterme adentro de un texto ajeno y ver dónde estoy yo ahí, cómo eso puede desplegarse en el espacio y el tiempo, como puede desmenuzarse en distintas voces, cómo pueden intervenir textos míos, qué le puedo aportar desde las necesidades teatrales. Es algo que disfruto muy especialmente, que me entusiasma mucho, puedo pasarme siete horas seguidas trabajando sin darme cuenta del paso del tiempo. Ese tipo de felicidad la encuentro en hacer versiones y adaptaciones.

-Testigo de la extrañeza y la desmesura, el protagonista de «El entenado« se pregunta por su origen y lugar de pertenencia. El tiempo transcurre, y sigue preguntándose lo mismo. ¿Pasamos toda nuestra vida buscando encontrarnos?
-Sin duda, es el gran motor, la gran pregunta. Permanentemente buscamos conocernos, solemos percibir que algo se nos escapa de ese “yo”, que hay algo en nosotros que todavía no pudimos escuchar. Y detrás de eso vamos.

-A tu criterio, ¿qué tiene en común el ‘entenado’ con la tribu que lo adopta?
-En principio, el “entenado” antes de llegar a “Indias” era un ser marginal, alguien criado en los puertos, por prostitutas y marineros, digamos un outsider, alguien que para la sociedad tiene una jerarquía bajísima. De igual manera, la tribu de indios también tiene para los conquistadores una jerarquía bajísima, al punto de no considerarlos seres humanos. En ese punto, desde los márgenes, el “entenado” puede tener una mirada compasiva. Cada vez más se naturaliza, en nuestro país y en el mundo, que haya personas cuyas vidas no tienen valor, y por consiguiente merecen ser oprimidos. En este sentido, hoy más que nunca, escuchar al otro, escuchar a quienes están en los márgenes, se hace urgente. La obra quiere hablar de esto.

-La obra de teatro “Papá Bianco y los Alonso” y el libro “Nuestro Inolvidable Ernesto Bianco”, homenajean el legado de tu padre, el actor Ernesto Bianco. Sendos proyectos entrelazan el ámbito íntimo con la trayectoria de una figura clave de nuestro medio artístico. ¿Qué significó para vos llevar a cabo esta emotiva celebración junto a tu hermana Ingrid?
-Yo era muy chica cuando mi padre, Ernesto Bianco, falleció. Me quedó un gran vacío, un agujero negro inmenso, que devoró años de mi vida y de la de mi madre. Escribir la obra Papá Bianco y los Alonso, junto a mi hermana Ingrid, fue de alguna manera, recuperar algo de esos años. Entrevistamos amigos de papá, colegas, familiares y sacamos a la luz unas carpetas que hacía mi abuela, con recortes de reportajes a papá. Así pude conocerlo, acercarme a su vida, tenerlo muy cerca. Es una de las felicidades más grandes que me ha dado el teatro.

-¿Podrías mencionar a un referente teatral en tu trayectoria y la enseñanza más importante que te haya dejado?
-Sin dudas mi referente ha sido Rubén Szuchmacher. Fui su alumna, su asistente en talleres, y fui actriz en muchas de sus obras. Siempre lo admiré, por su inteligencia, por su enorme capacidad como director. Cuando era muy joven me deslumbraron algunas de sus puestas, que todavía no olvido: Sueño de una noche de verano y El loco y la monja: me deslumbraron, vi ahí algo distinto. Además, fue una persona muy generosa conmigo. Siempre estaré agradecida con Rubén.

-Atravesamos un año muy complejo que afecta profundamente al sector cultural ¿Cómo evaluás nuestra escena teatral hoy?
-Lo que estamos viviendo es una pesadilla. Estamos atravesando un infierno. En este contexto, veo que los colegas se fortalecen y siguen produciendo, veo unión y mucho coraje para mantener el deseo vivo, pese a la miserabilidad de quienes nos gobiernan. Todos estamos más pobres y más tristes pero el teatro es el refugio, nos aferramos a él y nos mantenemos fuertes.

-Desde tu rol de artista, docente y espectadora, ¿a qué vamos al teatro?
-Vamos al teatro para no olvidar la belleza de los seres humanos, nuestra propia belleza. Aún cuando seamos capaces de actos terribles, como destruir a otros o destruirnos a nosotros mismos, deberíamos recordar siempre que esa belleza es posible.

El entenado tiene funciones en el Teatro Regio, Av. Córdoba 6056, de jueves a domingo, a las 20 (hasta el 11 de agosto).

Papá Bianco y los Alonso tiene funciones en la sala Uocra Cultura, Rawson 42, los sábados de julio, a las 20.30.

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