El actor y director cuenta en primera persona su experiencia haciendo teatro independiente en Miami, una plaza poco frecuente para la actividad teatral y donde recientemente estrenó dos obras.
Texto: Patricio Abadi. Fotos: Gentileza Patricio Abadi.
Si pudiera conducir los vientos de la inspiración haría volar las palabras más hermosas hacia vos. Pero no soy Eolo sino un simple mortal que se quebró escondido en el pasillo de un sanatorio la primera vez que te vio.
Escribo estas líneas camino al ensayo. Mi hijo acaba de volver a Buenos Aires y ya lo estoy extrañando.
El colectivo atraviesa Collins, la arteria principal que conecta el norte y el sur de Miami Beach. Lo maneja una señora con rastas y anteojos negros. Unos rayos de sol entran por la ventanilla e intento recordar el instante en el cual visualicé que iba a estar en esta ciudad estrenando una obra de teatro, que luego serían dos y muchas otras cosas más. ¿Cuál habrá sido la chispa que puso a funcionar la maquinaria del deseo para aventurarme a semejante odisea en Norteamérica?

No logro identificar el “punctum” de manera racional pero puedo elaborar unas hipótesis desde el plano de la sensibilidad. Me acuerdo de una conversación con mi hijo, meses atrás, que podría resultar cotidiana pero que a mí me llegó de una manera especial y tal vez ese fue el origen de todo. Esto que les contaré a continuación fue un incentivo personal para seguir creyendo en los pulsos más auténticos de la humanidad.
Resulta que mi hijo, Franco, acaba de cumplir 11 años. Desde los 2, alterna sus días entre mi casa y la casa de su mamá, Laura. La mamá y yo no sabemos lo que eso significa porque nuestros padres vivían juntos y nos criamos en una sola casa. Los padres de Laura en una cierta armonía y los míos más a los tumbos. La cuestión es que esa alternancia mi hijo la conoce bien. Pasa el tiempo bastante repartido. Parte de su subjetividad está conformada por lo que ve, escucha e imagina en los vínculos con y de cada uno de nosotros con los demás.
Hace un tiempo que la madre está trabajando en la compañía Herba Life en la que hay objetivos y metas a cumplir y que, entre otras cosas, entiendo que dependen del volumen de venta. En ese contexto, un día mi hijo estaba en su cuarto estudiando para una prueba, cuando entré con la merienda, y mientras lo miraba comer, le conté al pasar que el sábado siguiente iba a poder ir a verlo jugar su partido ya que yo no iba a poder jugar el mío porque me había desgarrado los isquiotibiales. Me miró, apoyó su lapicera sobre la carpeta y me dijo:
-Uh, “súper”…

Paréntesis. Hace 18 meses me empezó a decirme “Súper” sin ninguna explicación aparente.
-Lo que te ayudaría, no solo para curarte, sino también para prevención es tomar Herba Life. Tenés las sopitas o los batidos. Es ideal para la recuperación muscular. Cristiano Ronaldo toma Herba Life.
Lo dijo con una precisión asombrosa como si su oído hubiera capitalizado perfectamente cada palabra que le escucha decir a su mamá cuando habla con sus clientes. Me quedé mirándolo y agregó.
-Mirá que yo no te lo digo para que le compres a mamá y ella pueda subir su calificación para pasar de nivel en Herba Life. Te lo digo por vos.
La relación entre Laura y Franco es una constante fuente de inspiración.
Tal vez el hecho de no vivir con ellos me da esa distancia para observar como un espectador privilegiado ese amor en estado puro.
Alguna que otra vez vamos a comer a una parrillita, nos ponemos al día de las cosas que nos involucran a los tres; la materias, la distribución de la ropa del colegio según los días que va estar en cada casa; es decir, intentamos organizarnos solo que compartiendo un bife mariposa en lugar de un Excell. Proponiendo una superficie familiar para Fran para que, cada tanto, su despliegue pueda ser atestiguado por nuestras miradas simultáneas. No lo leímos en ningún libro de psicología de padres separados y ni siquiera sabemos si está bien. Pero confiamos en que el crecimiento de Fran es lo que va marcando los momentos. El tiempo es el mejor director de orquesta y sobre el devenir de ese río que fluye incesante vamos a tratando de interpretar las melodías que puedan llegar a sonar.
De nuevo, por la avenida Collins, en Miami, la señora cubana que conduce el ómnibus me dice que me tengo que bajar en la próxima parada, adonde tengo que llegar para ensayar en la casa de Pablo ya que el sábado siguiente estrenamos Estrellas Fugaces.
Pablo Cunqueiro, Bruno Gatti, Andrea Estevez, Victoria Murtagh y Fernando Quiroga son mis compañeros de elenco y comparten más de una característica. Son argentinos, talentosos, tienen un ímpetu formidable para ir hacia adelante y hace muchos años viven en Miami. Yo prepararé mi personaje por fuera junto a Sofía Giacinti, actriz cordobesa que está viviendo allá y se sumó como asistente de dirección. Es un procedimiento que acostumbro hacer cuando dirijo y actúo.
En este ensayo me voy a enfocar en dirigir los monólogos del resto del elenco porque acá las distancias son grandes y tengo que aprovechar que van a estar todos para avanzar en el montaje. En la previa hay mate, facturas, risas, superposición de conversaciones, está empezando a atardecer y se ve el mar. Me quedo perplejo con la mirada suspendida en el ventanal mirando cómo se desparrama la belleza de ese mar tornasolado. Me pregunto por qué en general se ensaya en la oscuridad pero me obligo a terminar con el diálogo interno para empezar el ensayo dado que tenemos que preparar los personajes en tiempo récord.
Las estrellas fugaces son fenómenos luminosos que atraviesan el firmamento avisándonos que lo mejor está por venir. Me gustó el concepto y me pareció un título coherente con la generación espontánea de esta nueva obra que surgió como consecuencia de la recepción que tuvo la anterior: Balada para un sueño.
A partir de esa pieza que escribí, dirigí y actué junto a Andrea Estevez, otros colegas de Miami me ofrecieron escribir para ellos o dirigirlos. Entonces, casi “on demand” llegó la oportunidad brindada por el Centro Cultural Español y The Show Must Go On para estrenar este espectáculo íntegramente con mi dramaturgia y dirección, y hacerlo antes de mi regreso a Buenos Aires para dejarlo como una alternativa posible en la cartelera de Miami. Un formato abierto, donde haya piezas que puedan ir rotando, sin alterar la esencia ni el concepto del espectáculo.

Al salir del ensayo, volví en el trolley que es como un tranvía de otro tiempo. Es gratuito, de madera, se tambalea y tiene cierta mística popular. Me gusta viajar en el trolley después de largos ensayos. Caminar mucho y cuando no doy más, subir al trolley. Quedo muy sobre estimulado cuando actúo pero también cuando dirijo actores porque para poder ayudarlos me tengo que meter adentro de ellos como si nos tiráramos juntos a nadar en aguas profundas. De la dirección es acaso la parte que más disfruto. Pero es cierto también que fundirse con la energía del otro conlleva un nivel de intensidad donde uno puede quedar agotado. Pero vale la pena y además no sé dirigir de otra manera.
Agarrado de la manija del trolley me llega un Whattsap. Es el grupo de chat de Escénicas Miami Buenos Aires, la productora o puente cultural que creamos con Andrea Estévez para favorecer la conexión entre ambas ciudades. Andrea me dice que le acaban de preguntar por Balada para un sueño desde Los Angeles y Nueva York para el año que viene.
Todo viaje tiene su dramaturgia, y si bien yo boceté la estructura; el devenir y la fluidez de los acontecimientos parecen un sueño.
Bajo del trolley, ya oscureció, la temperatura es ideal y soplado por una brisa tropical camino las 20 cuadras que me separan del hotel. Me detengo a comer unas hojas de parra en un barcito al paso. Es una comida que me recuerda a la infancia. Mi abuela nació en Siria, mi abuelo en Egipto y en las fiestas siempre había comida árabe. Me baño, miro la agenda y me pongo el despertador porque al día siguiente voy a dar un workshop de actuación como invitado especial de We Art junto a Constanza Espejo.
Yo vivo en Miami Beach y la clase es en la ciudad. Llego al Downtown. Les propongo a los alumnos hacer un ejercicio sobre la mirada lejana. Siempre me gusta empezar por el trabajo. Trato de posponer la ronda de presentación para después de la acción. Creo en la aparición de una información más sustantiva. Cuando uno se presenta a sí mismo de modo social, el recorte es demasiado racional e inconscientemente especulativo. Por eso prefiero llegar, saludar y proponer un despertar del campo expresivo, emocional para recién después, promediando el encuentro, detenernos a presentarnos desde una redefinición, heredando aquello que tenga que ver con los estados que se acaban de poner en juego.
Me gusta el teatro de estados y los workshops en una jornada de tres o cuatro horas. Siento que es un encuadre donde puedo aparecer, propiciar un encuentro más bien detonador y luego evaporarme habiendo colaborado para dejar un rastro que luego cada intérprete irá descifrando en sus siguientes trabajos. El primer ejercicio lo improviso a partir de la vibración grupal que siento cuando llego, eso es algo puramente intuitivo y en lo cual confío mucho. En este caso les propongo trabajar de manera individual con la mirada lejana. Les hablo de la proa de un barco desde donde ven alejarse su ciudad. Desde donde ven empequeñecerse a las personas que aman y ya no volverán a ver. De ese modo la idea es trabajar al mismo tiempo la técnica y el campo emocional. Hay una tendencia a separar. Y para mí es mejor explicarles que la mirada tiene que llegar a la última fila mientras los tengo sumergidos en una situación emocional lo cual nos garantiza que las palabras teóricas se escriban en el cuerpo y se impriman directamente sobre su propia creación actoral.
Lo que percibo del público de Miami es que se quiere divertir pero también se quiere emocionar, no quiere que la experiencia sea solo superficial. El teatro nunca debería subestimar al espectador. Pensemos que cualquier persona que está en la sala probablemente viene de ver una serie con guiones excelentes, actuaciones espectaculares y si bien se trata de otro lenguaje, hoy por hoy, con las plataformas la mayoría de las personas tienen acceso a productos con terminaciones de mucha calidad con lo cual si la obra es inconsistente no solo pierde la obra sino que pierde el teatro como ritual, como último bastión de la presencialidad.
Eso es fundamental porque un espectador de Miami que va al teatro por primera vez, si no se siente atraído, probablemente la próxima se incline hacia otro modo de entretenimiento. Este viaje me reafirmó que no hay nada peor que los preconceptos. Decretar a Miami como un lugar donde solo tiene lugar la superficialidad es una simplificación. Siempre tiene algo de pereza intelectual ese tipo de afirmaciones previas a la experiencia o a la investigación.
El Centro Cultural Español en Miami, a través de su directora, Mayte De la Torre, me invitó a un Festival de Cine donde pude ver una comedia muy divertida con Ernesto Alterio y al día siguiente, recibió otra invitación para una Feria del Libro. Me doy cuenta que Miami en una ciudad cuya oferta cultural se va nutriendo cada vez más y es esa fertilidad que percibo lo que me resulta más atractivo del lugar. Por eso la creación de Escénicas Miami Buenos Aires, tiene como objetivo contactar a colegas de ambas ciudades, de una manera más pragmática y menos burocrática.
En mi último sábado en Miami, a las dos de la tarde, son las cuatro en Buenos Aires. Franco está empezando a jugar su primera final en GEBA y yo me cuestiono que hago que no estoy allá. La escribo a Laura y le pido si podemos conectar una videollamada. Lo intentamos pero es demasiada pretensión para el wifi del hotel. Queda congelada la red del arco en la pantalla de mi celular con el sonido voces de niños que vienen y van. Cortamos y empiezo a preparar la mochila porque en a la noche estrenamos Estrellas fugaces.
Me llega un video de Franco y sus amigos festejando. Veo esa felicidad y me emociona. No por el resultado que es lo que menos me importa sino porque siento que es el momento fundacional de su primera conquista colectiva. Y si bien me muero de ganas de darle un abrazo me parece que está bien, que “Súper” también aprenda a amarlo desde lejos. Que los niños sepan que se puede ganar sin los papás. Que no hace falta matar al padre como dicen, que simplemente alcanza con saber que no son imprescindibles, que hay otras redes afectivas, diferentes entramados por donde puede circular y conformarse la propia identidad.
Más tarde llego al teatro en Surfside, la zona que llaman «pequeña Buenos Aires». La obra es una ráfaga de adrenalina. El público ríe, llora y sale bailando. Misión cumplida. La felicidad, el agotamiento post estreno hacen que me olvide los anteojos en el restaurante. Me doy cuento a la mañana siguiente cuando me despierto y comprendo que para recuperarlos pasaré gran parte del domingo arriba de varios colectivos. Ya queda poco para regresar a Buenos Aires. El lunes estaré como invitado en la primera entrega de los Martín Fierro Latinos en Miami. No sé como voy a hacer para estar vestido de gala porque lo único que me queda limpio es una camisa sin planchar.

De repente, Elizabeth de Tommys Tuxedos, que cumple los años el mismo día que cumpliría mi mamá, me llama y me dice que vaya a su local, que ellos me van a vestir para la ceremonia y sin conocerla afirma que estamos constelados.
En la entrega me encuentro con gente que conocí acá, e incluso con Elizabeth y el marido quien gentilmente me acomoda el moño que esa misma tarde retiré por su local.
Al volver al hotel, me pongo un joging para no manchar la ropa, vuelvo a salir, leo en las redes que esa noche hay luna llena en Géminis y terminó de madrugada comiendo un shawarma.
Es martes a la mañana. En unas horas sale el avión a Buenos Aires.
Fue todo mucho más de lo que me imaginaba.
El año pasado fue España, ahora Estados Unidos. ¿Cuál será el próximo destino?
Viajar con el teatro y mi hijo puede ser una línea de tiempo paralela. Tiempo de calidad. Una manera de escribir los capítulos de nuestra historia familiar.
Pienso en aquella tarde donde Franco me dijo lo de Herba Life (y acá viene el insight o la anagnórisis) que les comentaba al señalar ese diálogo como el punto de partida de este viaje. Esa tarde me di cuenta que necesitaba hacer algo superador, un nuevo desafío, un nuevo horizonte. Necesitaba un mes pero era mucho tiempo para estar lejos de él. No iba a poder. Y en ese momento me di cuenta que mi estadía coincidiría con el cumpleaños de él, y me puse como objetivo además de las obras, esperarlo allá para festejar sus once años en Disney con él.
Check out. Ya estoy por volver. Antes voy a Southpark, a ese mirador “en mi barrio” donde a la derecha hay río y a la izquierda hay mar.
Miro al cielo. Con Laura somos hijos de la orfandad. Nuestros padres murieron todos juntos en muy poco tiempo y Franco se quedó sin abuelos. Nosotros siempre le decimos que ellos son los ángeles que nos cuidan desde el cielo. De tanto que se lo dijimos creo que nosotros también terminamos creyendo en eso. El cielo y el mar. Miro todo como se miran las cosas que acaso no vayas a volver a ver.
Veo huellas sobre la arena. Son huellas que parecen marcar un camino. Probablemente sean los pasos del arte, mi hijo y su mamá.
