Entrevistas

Luciano Suardi: «No está bien olvidar nada, ni como familia ni como sociedad»

El actor y director habla de la actual puesta del clásico «Largo viaje de un día hacia la noche», de Eugene O´Neill, en el San Martín, que intepretan Selva Alemán y Arturo Puig. Y repasa su carrera alternada de ambos lados del escenario, y su experiencia como docente.

Texto: Muriel Mahdjoubian. Fotos: gentileza CTBA.

“Hay un eje de la obra que tuvimos muy presente en los ensayos y que a mí me interesa mucho y es el pasado. Muchas veces surge la pregunta: ¿qué hacer con el pasado? Eso me interesa mucho. ¿Olvidarlo? No está bien olvidar nada, ni como familia ni como sociedad, pero ¿qué hacemos con ese pasado? Uno lo que trata es de procesarlo para vivir mejor, pero en la obra no pudieron procesarlo”, cuenta Luciano Suardi, quien dirige la actual versión de Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill en la sala Casacuberta del Teatro San Martín. El elenco lo integran Arturo Puig, Selva Alemán, Lautaro Delgado, Diego Gentile y Julia Gárriz.

Director y actor , formado con Alejandra Boero, Augusto Fernandes, Vivi Tellas y el Strasberg Theatre Institute de Nueva York, donde se perfeccionó por dos años tras obtener una beca de la Fundación Antorchas, Suardi, en su rol de actor, fue dirigido por Alejandra Boero, Rubén Szuchmacher, Agustín Alezzo, Lía Jelín, Daniel Veronese, Alejandro Tantanian y Matías Feldman, entre muchos otros.

En el drama de O’Neill, la trama transcurre en la casa de verano de los Tyrone, desde la mañana hasta la noche del mismo día, lapso en el que van saliendo a la luz tragedias del pasado, resentimientos, decepciones y demostraciones de afecto, a pesar de todo. Con música original de Carmen Baliero, iluminación de Jorge Pastorino y escenografía y vestuario de Graciela Galán, las funciones continúan hasta el 17 de diciembre y la idea es reponer en febrero y marzo.

-¿Vas a todas las funciones?
-En general, suelo ir bastante, pero también creo que hay un momento en donde hay que empezar a soltar. Me pasa como actor que, a veces, me gusta que no venga el director. Para mí la mirada del director tiene un peso y a veces no tenerla le hace bien a la función. De todas maneras, siento que hay un momento en que los intérpretes se tienen que hacer dueños del espectáculo porque son los que ponen el cuerpo, el alma y sus emociones al servicio de la obra y de la puesta. Y a veces para adueñarse está bueno desprenderse un poco del ojo de la dirección.

-¿Cómo fue el proceso de ensayo?
-Fue un proceso muy gratificante. Tuvimos ocho semanas, así que trabajamos con letra sabida desde el primer día. Arturo y Selva desde febrero vienen estudiando la obra . A mí me gusta ir avanzando por más que el primer acto no esté cerrado, ni terminado, pero creo que los personajes pueden encontrar algo en el tercer acto que les sirva para el primero. Por esta razón a la cuarta semana, a mí me gusta empezar a ver la totalidad. Me parece que está bueno tener la sensación de totalidad y sobre eso se va retroalimentando la obra. Y con los actores fue empezar a entender y a desentrañar el mecanismo que tiene esta familia.

-Con el entramada complejo de esa familia.
-Cada personaje quiere atrapar al otro en escena, y en la mayoría de las escenas una vez que lo atrapó, lo suelta y una vez que lo soltó, lo vuelve atrapar. La idea era que tuvieran imágenes que les sirvieran para empezar a entender la dinámica de cómo funciona esta familia.

-¿Cuáles son las repercusiones del público frente a este clásico del siglo XX?
-Creo que el público descubre y se ve reflejado en ciertos funcionamientos familiares. Hay algo que me llamó mucho la atención de esta obra y fueron los giros emocionales que hacen los personajes. Te pueden decir una barbaridad, y al rato se desdicen de ese insulto y se piden disculpas. Y se supone que después de pedir disculpas vuelven a mantener la calma, pero acá no, al rato pueden estar atacándose nuevamente. ¿Qué hay por debajo de este mundo familiar? Hay resentimientos y un pasado muy fuerte y doloroso.

-¿Cuándo estás en el rol de actor dejás de lado la totalidad del espectáculo y te dejás dirigir?
-Sí, me dejo dirigir. Igualmente me gusta ser un actor con cierta conciencia de la totalidad, y me interesa que los actores a los que estoy dirigiendo también la tengan. Cada uno es parte de un engranaje que funciona en esa totalidad. Sí descanso en no tener la responsabilidad total y puedo ocuparme de mi personaje. Hay momentos en que tengo la responsabilidad de esa totalidad, y también hay algo de placer porque tengo la posibilidad de armar esa historia. Hay que armar un mundo y decidir cuándo se prende, cuándo se apaga la luz, si llueve o no, dentro de ciertos mandatos que la obra necesita para que se siga contando. Hay algo de un mundo en el que uno toma decisiones.

-¿Qué tiene que tener una obra para que decidas hacerla?
-Nunca sabés, creo que me tiene que golpear el corazón. Más allá de que me interesa pensar qué puedo decir o qué preguntas me puedo hacer, tiene que haber un lugar emotivo que me golpee, que me llegue al corazón. Es sensorial. La realidad te golpea de formas tan distintas y las obras también. En Largo viaje….me conmovió, esa casa de veraneo, que no es un hogar y desde lo sensorial la niebla, el faro y el sonido de la sirena que se repite. Cuando me convocaron desde el San Martín, ya habían arreglado Arturo y Selva y me pareció un proceso bastante natural porque ya los había dirigido dos veces a cada uno, juntos en ¿Quién le teme a Virginia Woolf ? y separados en, Panorama desde el puente, a Puig y a Alemán, en Madres e hijos. Ya tenemos una historia de trabajo juntos.

-¿Es un desafío ser docente de teatro?
-Si, claro es un desafío. Doy clases desde muy chico, porque cuando apenas terminé la escuela de Alejandra Boero, ella me pidió ser asistente de sus clases. Es un rol que siempre me interesó. Me gusta transmitir y ayudar a que los otros encuentren su camino en el teatro, y creo que es una gran responsabilidad ser docente. Actualmente estoy dando clases de actuación cuatro en la UNA. Este año, además estoy haciendo la tutoría de los proyectos de graduación de dirección. Cada alumno, para graduarse, tiene que presentar una obra. Es una tarea donde uno tiene que abrirse y ponerse al servicio del otro y se pone en juego la sensibilidad, las emociones y por qué no el pasado. Yo creo en una actuación, donde de alguna manera consciente o inconscientemente, uno está comprometiendo todo el tiempo su pasado. Es una gran responsabilidad crear un ambiente amoroso de confianza donde los estudiantes puedan abrirse y desarrollarse creativamente. Y hay que guiar y acompañar de una manera amorosa.

-¿Cuál fue tu primer contacto con el teatro?
-En Rosario en la escuela secundaria empecé hacer teatro, independiente, durante la dictadura. Terminé el secundario y me di cuenta de que quería formarme en la actuación y ser un profesional. No pensaba en dirigir, ni en dar clase todavía. Y en ese momento, si querías vivir del teatro, tenías que venir a Buenos Aires, no había otra opción. Ahora es distinto. Me vine acá, y comencé a estudiar con Alejandra Boero porque yo había leído una entrevista en un diario que me había interesado mucho y además había visto una puesta de ella de Santa Juana, de Shaw que me había gustado mucho. Y me inscribí en su escuela y además me anoté en lo que era en su momento la Escuela Nacional, donde me dijeron que me dedicara a otra cosa. Nunca más quise volver porque ya estaba muy bien estudiando con Boero. Y por suerte en ningún momento pensé que me tenía que dedicar a otra cosa.

-¿Siempre trabajaste de actor?
-Cuando me vine a Buenos Aires solo, vivía en un departamento en Junín y Peña y me ayudaba mi madre con el alquiler, y mientras tanto trabajaba en una agencia de viajes de cadete. Después terminé llevando toda la parte contable porque yo había hecho el Superior de Comercio en Rosario. hasta que llegó mi primer trabajo como actor en el Teatro San Martín fue Ricardo III dirigido por Agustín Alezzo. Estaba fascinado, tenía una escena con Alfredo Alcón, estaba en el San Martín con Alezzo y me pagaban.

-¿Te gusta el camino que recorriste, cómo lo ves a la distancia?
-Estoy muy conforme, a pesar de que estamos en un momento muy complicado. En momentos políticos fuertes y muy convulsionados, que ya pasé varios, se me empieza a vaciar un poco de sentido lo que hago. Me acuerdo en el 2001 que estaba montando una obra del ciclo biodrama en el Teatro Sarmiento que peleaba por la escenografía de una obra para que la hicieran de una manera y después pensaba: qué sentido tiene cuando están pasando cosas tan graves en el país . Y luego cuando la hicimos en todo ese contexto se nos acercaba gente tan emocionada y agradecida por lo que le habíamos generado. Y ahí es donde volvés a decir sí, tiene sentido lo quehago a pesar de todo. Y acá nos pasa un poco eso, Selva y Arturo me cuentan que se les acerca mucha gente conmovida y agradecida por lo que ven, y ahí es donde encontrás de nuevo el sentido. Es lo que nos toca a nosotros, hacer bien esto.

-¿Cómo fue tu experiencia en el exterior?
-En una época, yo trabajaba para un organismo de Derechos Humanos. Hacía pocos años que vivía acá en Buenos Aires y empezaba a entender los horrores de la dictadura, y quise ayudar desde mi lugar de alguna manera a las víctimas. Una psicóloga amiga que trabajaba en el equipo clínico de la Comisión de Familiares de detenidos desaparecidos, me convocó junto a un grupo de talleristas para hacer teatro, títeres, poesía y literatura. Y así estuve varios años trabajando con niños y mi trabajo lo conoce una psicóloga norteamericana que estaba trabajando en Guatemala y me lleva a hacer una capacitación en técnicas creativas a campesinos promotores de salud indígenas de Guatemala. Esa fue una de mis primeras experiencias afuera, y después ella trabajaba en el Boston College en una Universidad y me llevó a dar unos seminarios de técnicas creativas para trabajar con niños en situaciones de violencia. Después gané una beca y me fui a estudiar dos años a la escuela de Lee Strasberg, en Nueva York y también fui residente en una academia en Stuttgart, Alemania. Además dirigí una obra de August Strindberg, Pascua, en Suecia con un grupo de latinoamericanos, a través del San Martín. El haber tenido la posibilidad de viajar y trabajar en otros países te nutre de muchas experiencias.

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