En la obra «No se llama», la coreógrafa y bailarina Julia Gómez plasma en el escenario lo que le sucedió luego de sufrir un ACV en la vida real.
Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: gentileza prensa.
Si el arte es catarsis, en algunos casos, esa catarsis puede resultar la diferencia entre la vida y la muerte. Así lo entendió la coreógrafa y bailarina Julia Gómez, quien con la pieza No se llama transformó su drama en pura expresión creativa. Se trata de una narración autobiográfica en la que la artista es al mismo tiempo, persona y personaje. La vida de Julia como bailarina y como mujer queda plasmada en esta puesta que
refleja un devenir signado por el accidente cerebrovascular que la intérprete sufrió un tiempo atrás.

-¿Cómo surge la obra?
-Nace de una performance realizada en octubre de 2021, que se preguntaba sobre la vinculación, especialmente afectiva, entre performers y espectadores. Puntualmente interrogaba sobre la experiencia mediada por aparatos celulares, sobre ese «entre» performer y espectador, sobre esa necesidad de compartir con un afuera eso que pasa dentro, pues entonces la pregunta anclaba sobre la experiencia, sobre lo íntimo y lo expositivo.
-¿Qué podés contarnos sobre ese proceso?
-En 2022 se retoma el trabajo y a medida que la investigación avanza, se comienzan a filtrar, de forma inconsciente, vivencias propias. Mis preguntas y experiencias personales sobre la vinculación, sobre el afecto, sobre lo íntimo, sobre la vida y algo muy importante, que luego resulta ser el punto de inflexión de la obra, que es la experiencia de un accidente cerebrovascular sufrido en 2017. Después de mucho trabajo, de ir y venir, venir e ir, se evidencia que la obra ya había atravesado los dilemas pospandémicos (la cuestión específica de los celulares y de la virtualidad mediando la experiencia performática) para construir sus preguntas sobre mis propias experiencias y desde ellas hablar sobre la vida, el amor, la vinculación, la educación, la sociedad, sobre la salud, la enfermedad, la muerte y la resiliencia; como así también sobre el tiempo y la experiencia escénica: ¿dónde empieza, ¿dónde termina? ¿De cuántos planos se construye una vida? ¿Cuántas formas posibles hay para narrar? Así es que No se llama se consolida como un solo autobiográfico que narra mi vida de bailarina y mujer, signada por un ACV que sufrí hace 6 años. La obra encuentra la posibilidad de elaborar sus problemáticas en ese tiempo que no fue lineal ni apacible, en esa fisura de un devenir que se suponía “normal”, que trajo caos, crisis, confusión y a la vez la oportunidad de comprender la vida y la danza de otro modo.

-¿Qué te genera la idea de compartir esa experiencia con el público?
-La obra aparece como la posibilidad de encauzar esa experiencia y revelaciones que tuve post ACV, donde pude devenirlas y compartirlas en un hecho artístico, que toca, que interpela, porque nos detiene en otro tiempo y nos interroga sobre el valor de la vida. Y el valor lo encuentro, más allá de lo que significa personalmente, en todo lo que genera en los espectadores, que es realmente un montón porque genera reflexiones profundas, permite compartir vivencias similares. Una vez alguien me dijo: “esta es una obra necesaria” … y lo tomo, gracias, acá estamos, seguimos y les esperamos.
No se llama tiene funciones los viernes a las 20 en la sala MOVAQ, Malabia 852. Entradas disponibles en Alternativa Teatral.
