«Severino. El infierno tiene nombre» retrata los últimos minutos del anarquista Severino Di Giovanni en el calabozo de la Penitenciaria Nacional antes de ejecutarse su pena de muerte durante la dictadura de Uriburu en 1931. Hablamos con su autor, Gabriel Rodríguez Molina, tras una de las funciones en el Centro Cultural de la Cooperación.
Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: Gentileza prensa.
Basada en la novela Severino, en la obra dirigida por Mariano Dossena y protagonizada por Juan Manuel Correa, la voz del poeta refleja el fervor y el pensamiento de un hombre que no tembló antes del instante final. En un tono confesional cargado de preguntas, la pieza ilustra algunos pensamientos del tipógrafo italiano y narra hechos con el objetivo de perforar la trama histórica para evidenciar la reflexión sobre el hecho de ser fusilado y, sobre todo, de ser visto morir. “Este texto nació del silencio. En este caso del silencio de Osvaldo Bayer”, sintetiza el autor Gabriel Rodríguez Molina. “Meses antes que él muriera yo había llegado a su casa de Belgrano para conversar sobre poesía y tímidamente le acerqué un fragmento de este texto aún prematuro. Osvaldo quedó en leerlo y llamarme. Cosa que nunca ocurrió debido a su muerte. Cuando unos meses después releí su biografía sobre Di Giovanni decidí escribir la novela en su memoria, cosa que felizmente -gracias a la Editorial Sudestada- ocurrió en 2020. Un tiempo después aparecería la obra de teatro. Si Genet decía que la literatura es un diálogo con los muertos este es mi diálogo tanto con Bayer, como con Arlt, que fue uno de los que vió a Di Giovanni morir aquella trágica madrugada de febrero de 1931. De alguna manera Severino es una larga conversación con ellos dos”.

-¿Cómo se organizó la puesta en escena con el equipo artístico?
-La puesta, diría, se organizó desde el cuerpo y la palabra. La asfixia corroe el aire, dice por ejemplo Severino en el calabozo donde espera que Uriburu dicte su pena de muerte. Su fusilamiento. Y eso se nota en la escena. Al derivar la dramaturgia de una novela hubo un respeto profundo por la palabra. Todos sabíamos que en ella se encontraba, encriptado, el secreto del trabajo. Y que era cuestión de esperar. Lo preciso -y minimalista- del montaje hace levitar una sutileza que dialoga con el mismo Severino y de alguna forma limpia su voz. En un cuerpo que ha sufrido tanto -la persecución el hostigamiento y la tortura- donde el adentro está en constante contradicción y turbulencia el afuera se presenta como un paisaje simple donde está el todo y la nada a la vez.
-¿Qué tipo de diálogo tuviste con el actor y el director?
Con Juan Manuel Correa, con Mariano Dossena y con Julio Coviello -compositor de la música original- desde el principio del proyecto más que un diálogo tuvimos una comunión. Un baile. Una danza. Nos juntamos una noche (aún durante la pandemia) y Juan leyó el texto. Los cuatro, en aquella noche en el barrio de Constitución, quedamos callados por unos minutos. Nadie decía nada. Era todo suspiro. Una vela vacilaba sobre las hojas arrugadas. En la complicidad de las miradas descansaba una silenciosa convicción. Cómo, cuándo y dónde sea, había que hacer reencarnar esa voz. Esa convicción primera se fue adobando con paciencia, ya que los teatros no abrían, y ese tiempo le dio la madurez necesaria al trabajo para que luego el resto del equipo artístico se encontrarán con una obra sólida, potente, que a la vez, según ellos mismos, los fue hipnotizando de a poco. El equipo lo integran Ana Heilpern con las luces, Nicolas Nanni con la escenografía y el vestuario, Carla Vianello con su bandoneón, Katiuska Francis desde la asistencia, Segundo Corvalán con la fotografía, Pablo Silva, Antonela Fagetti y Felipe Maimone con la producción y naturalmente el Centro Cultural de la Cooperación. La vela que prendemos cada noche antes de la función, junto con Juan Manuel, es la misma vela que prendimos aquella vez en Constitución. En ella vemos los ojos de Severino que son los ojos de la poesía enfrentándose a la muerte.

-¿Qué pensás del teatro político y las obras históricas?
-Entiendo que todo teatro, al ser poético, es político. Político en tanto ritual de los cuerpos. En tanto canto sagrado. Poético en cuanto a la suspensión de esos cuerpos en un tiempo distinto donde se diluye la otredad para formar todos -con las palabras y con el silencio- un mismo grito. En cuanto al teatro explícitamente político en términos narrativos y dramáticos, creo que ha tenido y tiene -siempre que se lo aborde de una manera cuidada y bella- una importancia documental que tiende a afirmar una realidad.
-¿Considerás que hay numerosas obras de este estilo o debería haber más?
-Las obras históricas creo que están pasando por un gran momento donde, en un presente tan diluido y fragmentado, debemos invocar al pasado para que nos guíe. Por mi parte no me interesa tanto la afirmación sino más bien el interrogante que nace de la deriva poética. Entiendo que Severino se corre del género “político”, que durante una época fue muy necesario, y hace contrastar lo vigoroso de un personaje histórico con la fragilidad de la muerte, esa instancia existencial y metafísica. En ese umbral es donde se encallan las preguntas que, ante el pelotón de fusilamiento en la Penitenciaria Nacional, se hace Severino y que son las preguntas que nos interesan formular: ¿existe esa tierra a la que llaman perdón? ¿Existe esa patria? ¿Qué es la muerte? ¿Es mirar, de una vez por todas, para adentro, escuchar el silencio que habita en el corazón? De alguna manera Severino es la voz, parafraseando a Artaud, del fusilado por la sociedad -desde Lorca a Heraud o Walsh- pasando por cualquier voz acallada que invisible gime desde el silencio su condena sin que nadie la escuche.
«Severino. El infierno tiene nombre» se presenta los viernes a las 22:30hs en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543. Entradas en venta por Alternativa Teatral.