Detrás de escena

Luis Belenda: el desafío de reversionar un clásico de H.G.Wells y su distopía de la máquina del tiempo

El director apostó a un género poco frecuentado, como la ciencia ficción, para adaptar la novela de 1895 del autor británico, en una puesta con un elenco numeroso y efectos especiales que tiene funciones en la sala El Cubo.

Texto: Sandra Commisso. Fotos: gentileza prensa

En la novela del autor inglés H.G. Wells, La máquina del tiempo (1895), la trama sigue a un intrépido científico de la época victoriana, que desafía las leyes de la física para viajar miles de años hacia el futuro. La historia tiene una adaptación en la cartelera porteña, realizada por el autor y director Luis Belenda, que incluye material audiovisual, música y baile, y se puede ver en El Cubo, la sala del Abasto. En una apuesta jugada y poco habitual, Belenda cuenta el porqué de traer esta obra al escenario hoy.

La imagen actual no tiene texto alternativo. El nombre del archivo es: luis-belenda.jpeg

-¿Por qué la elección de H.G.Wells y específicamente de La máquina del tiempo?
-Soy un gran aficionado a la ciencia ficción en general. Es un género literario y cinematográfico que siempre atrapa mi curiosidad y que disfruto enormemente. Y no digo teatral porque es muy poco común ver ciencia ficción en el teatro. Tenía muchas ganas de contar una gran historia de ciencia ficción, y recordé a uno de los padres del género, el gran H.G.Wells. Recuerdo cómo de niño encendía mi imaginación con ese viajero intrépido que viajaba a través del tiempo, y como, ya de adulto, leí el libro y comprendí que no solo era lo que la película de George Pal, de 1960, me había contado, sino que había aún más en esta increíble historia. Por eso decidí tomar esos nudos temáticos de la novela original, que reflejan la mirada del autor sobre el mundo, los avances científicos, las diferencias sociales, el pesimismo frente al futuro, pero también, esa pizca de ilusión y esperanza que es tan humana y que siempre persiste contra todo y a pesar de todo, y cruzarla con mi propia mirada. Podríamos decir que esta obra teatral la escribimos juntos, hay algo de Wells y algo de Luis Belenda resonando en ella.

-¿Cuál fue el mayor desafío para la adaptación de la novela al género teatral?
-Mi intención siempre fue clara: lograr que el espectador se olvide por un rato que está sentado en una butaca en el teatro, y llevarlo a un viaje imposible, a través de mundos distópicos y parajes lejanos, incluso hasta aquel lugar de terror que significa llegar al final de todas las cosas tal como las conocemos. La puesta tenía que ser inmersiva, la música envolvente, la sensación de estar ahí, muy lejos de casa, vibrando con las aventuras de nuestro héroe; lo cual implicó un montaje complicado. Dieciséis artistas en escena y unos cuarenta personajes, ya suponen un problema para los ensayos, por eso tuvimos que hacerlos por grupos, de hecho muchos artistas estaban ensayando y aún no se conocían personalmente. Los cambios permanentes de escenografía, que comienza siendo una puesta clásica y que luego se fragmenta, va sumando efectos especiales, luces robóticas, una máquina del tiempo, video, danza y hasta un holograma, han sido el complejo camino que transitamos para generar la magia, esa que el espectador espera, y que finalmente los traerá sanos y salvos de regreso a casa.

-La obra confronta el pasado con el futuro, en una visión de fines del siglo XIX, ¿qué permanece vigente hoy de esa mirada y qué relación podríamos encontrar con la importancia del teatro en este contexto actual?
-En una época de virtualidad cada vez más presente, en una época de pantallas omnipresentes (y yo me reconozco un asiduo consumidor de pantallas, porque amo el cine), el teatro, creo yo, sigue siendo un lugar de encuentro donde se promueve la presencialidad. El lugar para ver lo que “está sucediendo aquí y ahora frente a mis ojos”, el ámbito del arte como multisensorial y real. No olvidemos nunca que cuando oímos una voz o vemos una imagen a través de un dispositivo electrónico, no estamos oyendo o viendo a alguien, sino una reproducción del ser real. En el teatro eso no pasa, la persona está ahí. No es lo mismo que un personaje saque un arma y dispare en una pantalla, a que la saque y dispare frente a mí, hay una enorme diferencia, hay algo mucho más vivencial en la segunda. En un mundo cada vez más individualista, más virtual, más del encierro, lo comunitario, las carcajadas compartidas, lo inmersivo, lo real, y comer una pizza a la salida y seguir hablando de lo que experimentamos, tiene su magia.

-¿Cómo ves la situación del teatro en la Argentina hoy y cuáles son tus próximos proyectos?
-Hacer teatro siempre es un desafío, hay que realizar una mezcla complicada, es tiempo, es dinero, son recursos humanos y técnicos, es publicidad. En este país nunca fue fácil, sobre todo cuando estas en el circuito independiente, sin figuras en la cartelera ni recursos holgados para sostenerte en el tiempo. Podés tener una gran obra pero nadie te conoce, y hacer difusión es carísimo. Y si la taquilla está muy flaca, ¿cuánto tiempo podés aguantar? Por eso hay mucho de vocacional. Grandes actores desconocidos que salen del trabajo y se juntan a ensayar, porque gracias a Dios tienen trabajo y pueden darse el lujo de apostar al teatro más allá de las consecuencias. Yo soy uno de esos, y es un privilegio. La gente cuida mucho el bolsillo, busca promos todo el tiempo acá y allá, prioriza en qué va a gastar y en qué no. Las taquillas no están holgadas para el teatro en general. Hoy tenés que hacer alianzas estratégicas con organizaciones, empresas, grupos que vean que tu espectáculo puede servirles a ellos también y así poder sostenerte. En cuanto a mis proyectos, la idea es seguir apostando a La máquina del tiempo durante el 2026, porque esto recién empieza. Pero además, tengo en carpeta durmiendo, un musical, con guión y música propias, basado en la novela The Wheels spins de Ethel Lina White. Un libro de 1936 popularizado en el cine de la mano de Alfred Hitchcock como La dama desaparece. En ese caso, habrá intrigas, espías, acción, romance y un tren en movimiento sobre el escenario.

La máquina del tiempo tiene funciones los jueves a las 20 en El Cubo, Zelaya 3053, entradas por la web del teatro o por Alternativa teatral.

Deja un comentario