El dramaturgo, que está al frente del Teatro Nacional Cervantes desde 2023, habla del desafío de la gestión y del fenómeno de público que resultó La Revista del Cervantes, un trabajo en el que se involucró de manera especial.
Texto: Sandra Commisso y Muriel Mahdjoubian. Fotos: Gentileza Prensa.
Combinar la gestión y la tarea artística no suele ser algo orgánicamente compatible. Pero hay excepciones, como el caso de Gonzalo Demaría que, al frente del Teatro Nacional Cervantes desde diciembre de 2023, sostiene su labor como dramaturgo con la misma fluidez con la que dirige uno de los emblemas teatrales más importantes del país.
Este año, el estreno de La Revista del Cervantes en la Sala María Guerrero, se convirtió en un fenómeno de público y en una reivindicación de uno de los géneros más populares vinculados a un momento histórico (entre 1890 y 1930) donde la inmigración y el tango estaban en primer plano.

Según Demaría, quien junto a un numeroso equipo, realizó una investigación y curaduría exhaustivas, minuciosas y amorosas de aquellos años locos, el legado de la revista y sus grandes figuras es «la contribución más importante del teatro argentino a la cultura pop, constituye un verdadero patrimonio cultural».
Luego de aquel esplendor siguieron décadas de prejuicio y decadencia hasta su casi desaparición a fines del siglo XX. Aquellos últimos años donde el teatro de revistas estuvo asociado a cierto humor chabacano y escandaloso es el que aún perdura en la memoria colectiva. Pero con La Revista del Cervantes se vuelve al origen y se hace justicia: la calidad de producción y el talento del espectáculo en cartel, en todos sus rubros, resulta una absoluta reivindicación histórica, al alcance de todos.
Previo al libro que realizaron Alfredo Allende, Sebastián Borensztein, Juan Francisco Dasso, Marcela Guerty y Juanse Rausch, hubo horas y horas de archivo fotográfico y rescate de partituras originales que la Orquesta del Cervantes trae de nuevo a escena, en vivo, tras casi un siglo de silencio, en algunos casos.
Un dato no menor es que el vestuario, en gran parte, también fue rescatado de depósitos y recuperado para brillar de nuevo en el escenario. Todo en medio de una escenografía que recrea espacios típicos para el lucimiento de los cómicos, las vedettes, los bailarines y los actores, en cada cuadro. No faltan las plumas, los brillos, las luces, el despliegue que el género tuvo en su época de oro que vuelven a la vida con la dirección musical de Fernando Albinarrate, la dirección coreográfica de Andrea Servera y la dirección general y puesta en escena de Pablo Maritano. Todo supervisado por la mirada de Demaría, quien se propuso una tarea titánica y logró, con creces, el cometido.
Por supuesto que también fue clave armar un elenco que estuviera a la altura y para eso convocaron a Alejandra Radano, Carlos Casella, Marco Antonio Caponi, Sebastián Suñé, Mónica Antonópulos, Javier Marra, Fabián Minelli, Iride Mockert, Fran Andrade, Jerónimo Giocondo Bosia, Romina Groppo,Jessica Abouchain y María Rojí, que se lucen cada uno en lo suyo, en un verdadero trabajo coral, junto a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. El trabajo de Caponi como la reencarnación de Tato Bores y la intepretación de Yira, Yira de Alejandra Radano homenajeando a Sofía Bozán, son algunas de las perlitas dentro del brillo general.

-Asumir la dirección del Cervantes, ¿fue una decisión fácil o te costó?
-Por lo único que decidí aceptar fue por mi amor al teatro en general y a este teatro en particular. Aquí estuve tres veces como autor con La jabonería de Vieytes, Tarascones y La comedia peligrosa. Y lo pensé mucho, claro. Pero sentí que era una buena oportunidad para salir del escritorio. Así que formé un mini equipo para que me acompañara y cubriera las tareas que yo no sé.
-¿Cuál es el mayor desafío con el que te encontraste?
-Creo que el mayor desafío fue levantar el teatro, no en términos de juzgar gestiones anteriores, sino en cuanto a posicionarlo nuevamente. Sobre todo haciendo un tipo de teatro de origen popular como ocurrió con La Revista… Tampoco era cuestión de hacernos los loquitos o buscar algo que fuera más cercano a lo comercial. Por eso, realizamos la investigación que, además del espectáculo, resultó en un libro que resume todo el material histórico y demuestra lo basado que es este espectáculo en nuestra historia política, cultural y teatral.
-El espectáculo resultó una reivindicación histórica.
-Así es, mirando para atrás vimos lo que pasaba hace más de un siglo y rescatamos ese material con el enorme valor patrimonial que tiene.
-Eso requirió un trabajo de investigación casi de hormiga, ¿no es así?
-Cuando llegamos al teatro, recorrimos el edificio y los depósitos de los vestuarios, con dos pisos, uno para trajes masculinos y otro para vestuario femenino, resultaron un verdadero tesoro. Por eso, La Revista...cuenta con unos 350 cambios de vestuario en escena. La condición era usar todo lo existente que estuviera en condiciones porque, como dijo uno de mis colaboradores, «este vestuario se estuvo haciendo durante cien años«. Por otra parte, rescatamos partituras, unas 500 del archivo de músicas escénicas del Instituto Nacional de Estudios de Teatro (INET).

-Finalmente un sueño muy ambicioso que se hizo realidad.
-Sí, fue un sueño delirante pero resultó posible porque hubo todo un teatro atrás que se puso a trabajar para concretarlo. Eso también conlleva una responsabilidad extra, de recuperar la inversión, con los precios populares de las entradas ($15,000), lo que felizmente se logró.
-¿Pensaste que el espectáculo iba a tener tanta repercusión?
-Previamente hubo otros espectáculos en la Sala María Guerrero que lograron un éxito masivo, en distintas épocas, como fue el caso de El conventillo de la Paloma o La pulga en la oreja. Pero lo que sucedió con La Revista del Cervantes, desbordó todas nuestras expectativas, sobre todo porque se trata de un material propio, argentino. La revista es el verdadero género musical argentino.
-¿Qué pasó después de la época de esplendor del género? ¿por qué creés que declinó y finalmente desapareció?
-En parte, la decadencia de la revista empieza con la televisión, en las décadas de 1950, 1960, cuando empieza a haber programas que reproducen un poco el género revisteril. Por eso, para este regreso pensamos en convocar a autores de varias generaciones distintas. y todo se armó en torno a las canciones. Primero recuperamos la música y luego se armó el libro. Este teatro fue un semillero de artistas en ese sentido y por eso, La Revista… de alguna manera, salda esa deuda con ellos. La revista está en nuestro ADN cultural.
-Después de este éxito tan contundente, ¿qué sigue?
-En cuanto a la programación del teatro, La Revista… continuará unos meses más. Y entre los próximos estrenos, además de La Diabla, que está en cartel, llegará Luciérnagas, una obra de Horacio Nin y un monólogo de Andrés Gallina y Fabián Díaz, interpretado por María Merlino, en el que debutará como director, el diseñador Pablo Ramírez.
-¿Recibís mucho material para el Cervantes?
-Recibo mucho y lo leo todo porque no quisiera que nadie pueda decir que no lo recibieron en el Cervantes. Después, lo que queda o no, es otra cuestión de selección, como en cualquier sala.
-Tu tarea como director del Cervantes, ¿relegó tu oficio de dramaturgo o lo podés combinar con la gestión?
-Cambiaron un poco las prioridades por una cuestión de horarios y responsabilidades, obviamente. Pero son etapas. Este año se va a estrenar una obra mía en Brasil, y mientras estoy escribiendo un ensayo histórico porque escribir es algo orgánico. Escribir es como un impulso que no se puede detener.
