Críticas, Detrás de escena

El mecanismo de Alaska: lo que hacen los Pipis no se parece a nada conocido

Con una estética muy pecular, la compañía de Federico Lehmann y Matías Milanese presenta la obra en Timbre 4, mientras prepara un proyecto para el CTBA para el año que viene.

Texto: Sandra Commisso / Fotos: Gentileza Los Pipis.

Federico Lehmann y Matias Milanese son los Pipis, el mismo nombre que lleva su compañía teatral. Dentro y fuera del escenario también usan sus mismos nombres y hacen de ellos mismos. Ambos escriben, dirigen y actúan, además de ser pareja. Su propuesta teatral desdibuja los límites entre la ficción y la realidad, describe muy bien un recorte generacional y a la vez, aborda temas universales como la identidad, el amor, el miedo, la sexualidad o la muerte. Tienen apenas 30 años y ese un dato alentador para imaginar todo lo que tienen por desarrollar de aquí en más, en la escena teatral argentina.

El mecanismo de Alaska, que presentan por dos funciones más en Timbre 4 (el 27 de octubre y el 3 de noviembre a las 14) es parte de una trilogía con una trama que abarca desde 1966 hasta 2040. Con un lenguaje poético y doméstico a la vez, la historia despliega un catarata de temas, imágenes y sonidos que resultan una estimulación tanto sensorial como intelectual. Y con una energía en escena que arranca con un baile catártico al que el público es invitado y que nunca decrece.

En el inicio, dos pibes se encuentran en la Universidad Nacional de las Artes, se enamoran, debaten ideas, recuerdan su llegada al mundo y también a sus madres y abuelos, adoptan una gata que encuentran en un teatro y hablan sobre teatro mientras lo muestran en escena. A lo largo de toda la obra, hay un mecanismo de acción que se autoimpulsa y propaga como fuego que, mientras avanza en el tiempo, retrocede en la memoria hacia los propios recuerdos e incluso los ajenos.

Como si se tratara de una maquinaria mágica que permite ver hacia adelante y hacia atrás, la tensión del presente mantiene en vilo a los protagonistas y al público, cómplice y testigo, empujado todo el tiempo hacia lo que sucede en escena y a lo que eso le provoca también como autorreferencia a cada espectador. A Federico y a Matías se le suman Camila Marino Alfonsín y Stevie Marinaro, igual de energéticos y efectivos.

Provocadores, rebeldes, disruptivos pero también reflexivos, empáticos y comprometidos con el tiempo, el arte y la mismísima humanidad, su espacio teatral se llena de música, palabras que surgen como borbotones incontenibles y luego se apaciguan. Seguir el ritmo de lo que sucede en el escenario requiere de energía, atención y dedicación, tanta como la que ofrecen ellos. Pero es una experiencia reparadora y apasionada que despabila y sacude. Está presente la expresión corporal a pleno, los cuerpos se rozan, chocan, sudan pero también se contienen y se cuidan mutuamente. Las palabras salen despedidas como balas hirientes pero también son frazadas tibias que reconfortan a la vez que proponen una estética visualmente llamativa.

Lehmann y Milanese se muestran tal cual son, muy acorde a una generación que pretende no caretearla a pesar de los prejuicios vigentes, propios y ajenos. Salen a decir su verdad, con sentimiento descarnado pero también con humor. Y si hace falta se ríen de ellos mismos como una manera de aliviar el dolor. Se refugian en el amor y en el arte, algo tan ancestral como el ser humano. Y se animan a mirar para adelante imaginando los espacios vacíos que seguramente no podrán completar nunca pero se la juegan igual.

Los Pipis están armando una identidad que muchos de sus contemporáneos (y otros que no, también) agradecen como espejo. Mientras preparan otro material, Pasión, para presentar en el Complejo Teatral de Buenos Aires, el año que viene, se van abriendo camino con lenguaje y marca propios.

El mecanismo de Alaska: domingos 27 de octubre y 3 de noviembre, a las 14 en Timbre 4, México 3554. Entradas por Alternativa Teatral o la web de la sala.

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