Detrás de escena

Gustavo Friedenberg: cómo crear una identidad a partir del propio deseo

«Habitar un pájaro» indaga en la identidad y en particular, la identidad sexual, combinando la danza con el teatro de títeres y objetos. Basada en un cuento de un autor español, la obra se presenta en el Centro Cultural de la Cooperación.

Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: Selene Gamaler.

Portar un nombre y un apellido forman parte de la identidad de un ser humano. Pero suele haber mucho más hay detrás de esas palabras con las que una persona se identifica o, por el contrario, hereda como carga familiar. Habitar un pájaro (o la metamorfosis del Sr. López) con coreografía y dirección general de Gustavo Friedenberg está inspirada en el cuento La metamorfosis del Sr. López del dramaturgo español Rubén Pérez Pombo (Premio Xuventude Crea 2015, Galicia) y explora las posibilidades narrativas y poéticas de la danza en su encuentro con los títeres y el teatro de objetos.

Mientras el Sr. López sueña con ser pájaro, la obra tematiza metafóricamente problemáticas de género y diversidad poniendo de relieve las múltiples transgresiones que atraviesa nuestro protagonista en su evolución hacia una nueva versión de sí mismo, más fiel a su propio deseo. Posiblemente, López sea uno de los apellidos más comunes en Iberoamérica; todo López carga el mismo estigma: se es uno entre cientos de miles. Con la muerte temprana de su padre, el protagonista de esta historia hereda no sólo el apellido sino también el lugar de “hombre de la familia”. A partir de allí, la vida del Sr. López transcurre gris y predecible, sin sorpresas ni sobresaltos; una vida como todas las vidas, un López más.

Sin embargo, tras quedar viudo y con el devenir de la tercera edad un destello de luz parece surgir en el protagonista a través de una creciente fascinación por los pájaros. ¿En qué radica su fascinación? ¿Qué hace que un hombre deseche sus vínculos históricos y construya una nueva versión de sí mismo?

-¿Cuáles son los principales ejes de «Habitar un pájaro»? 
-Para mí es una historia de género. Obviamente, está atravesada por la cuestión de las aves que le imprime una poética súper atractiva y cargada de símbolos que devienen de nuestra relación con los pájaros; pero esta obra es acerca de un hombre que se transforma. Cuando estábamos creando no podíamos dejar de pensar la idea de transformación en relación con el mundo trans y, en general, con el tema de la construcción de la identidad sexual. Además está la cuestión etaria, porque nuestro protagonista es un hombre viejo. Ahora parecería que el camino está mucho más allanado pero eso no quiere decir que sea un tema superado y sigue resultando conmovedor el modo en que fueron resolviendo las generaciones anteriores, muchas de las cuales aún lidian con las decisiones que tomaron cuando les tocó. Algunos se animaron y otros no pudieron ni nombrar aquello que los habitaba. En definitiva, es una obra acerca de todo aquel que asume el riesgo de cambiar para seguir su deseo.

-¿Cómo transitaste el proceso creativo desde la dirección y adaptación del libro que dio nacimiento a esta obra? 
-Yo tenía este cuento hermoso de Rubén Pérez, un dramaturgo español que conocí en el Odín Teatret, pero el desafío era descubrir qué tipo de resignificación íbamos a darle al texto; cómo iba a emerger nuestra propia voz para decir algo más allá de lo que ya estaba escrito. La danza y los títeres resultaron el recurso ideal para construir sentidos donde la palabra no llega, y eso nos permitió que la historia pudiera contar otras cosas.

-Además de todo ese trabajo, estás en el escenario.
-Es la primera vez que dirijo una obra que también interpreto y, por mi forma de componer, eso me parecía imposible; para mí, cada escena es como un cuadro y para eso necesitas ver desde afuera. Paradójicamente, al intérprete no le sirve observarse demasiado desde afuera porque te distancia del personaje. En ese sentido fue fundamental la mirada de Mónica Romero en la asistencia de dirección, que tiene una escucha sutil y sensible que me permitió confiar y apoyarme para crear mi personaje sin descuidar el total. Fue un proceso largo y lleno de vicisitudes, que es lo propio de toda producción independiente en la que, permanentemente, tenés que procurar alinear las posibilidades y deseos de todos los artistas. Por más enamorado que estaba de la propuesta, varias veces estuve a punto de soltar la toalla. Al final, recibir el apoyo de Iberescena fue una jugada decisiva, obviamente porque nos permitió producir en mejores condiciones pero también, como es una ayuda que recibe muy poca gente en cada país, fue como una inyección de confianza; como si alguien muy prestigioso te dijera: seguí adelante que lo que querés hacer está buenísimo.

-Imagino que trabajar con objetos implica ciertos riesgos distintos a los de un elenco habitual.
-Lo primero es que se trata de un cruce entre danza, títeres y teatro de objetos. Esto ya nos introduce en un mundo bastante fantástico porque todos los recursos que utilizamos son extra cotidianos. Nosotros los ponemos en función de construir una estética personal y sin preocuparnos por las reglas que rompemos; cómo se supone que se manipula un títere o qué es lo esperable de la danza. No es que nos hagamos los vanguardistas pero nos dio ganas de explorar los distintos recursos que teníamos para construir algo propio. Además, trabajamos con música original compuesta para la obra y desde el vestuario, la escenografía y la iluminación se busca enfatizar esta misma idea de entrar en un universo fantástico que se parece pero que, al mismo tiempo, se aleja totalmente del nuestro.

-¿Es la primera vez que trabajás dentro del lenguaje del teatro de objetos?
-En 2017 estrené una obra que se llamaba Gobernar es poblar y ahí ya había una indagación del mundo de los objetos. De hecho, algunos de esos títeres los utilizamos para explorar durante este proceso creativo.  Es verdad que las dos veces convoqué artistas que tienen mucha experiencia con la manipulación pero, también, hay algo medio irreverente en mí; yo dirijo a los títeres como si fueran actores y bailarines; por eso digo que no me importa si “el manual del titiritero” dice si es o no correcto; me importa lo que veo y en qué medida hace más rico y contundente el mundo que quiero construir. Desde luego trabajar con Eliana Pereira y Daniela Fiorentino, que son dos referentes, garantiza que lo que proponemos sea sofisticado y que esos objetos cobren vida para que se encienda la magia y los espectadores también puedan creer.

Habitar un pájaro tiene funciones los jueves de septiembre a las 20.30 en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Entradas por Alternativa Teatral o la boletería del teatro.

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