En conmemoración del 80 aniversario del levantamiento de Varsovia, Dennis Smith montó una nueva adaptación de «Chicos de Varsovia», inspirada en el libro homónimo en el que Wajszczuk narra su investigación para contarle a su madre la vinculación de su familia con este trágico evento.
Texto: Ámbar Lucía Ledesma. Fotos: gentileza prensa.
Tras el fallecimiento de su abuelo, Ana (interpretada por Laura Oliva) busca reconstruir las historias de sus tíos abuelos para contárselas a su madre (encarnada por Cristina Dramisino), quien estaba triste por su partida y apenada por desconocer a sus antepasados. Ambas se embarcan en un viaje hacia Varsovia, donde, con la ayuda de un tío polaco que vive en Estados Unidos, recorren diversos lugares en busca de los cuerpos de los jóvenes parientes de Ana, de quienes solo se supone su destino. La obra muestra la cruda realidad de aquella época, donde los jóvenes, obligados a «jugar a los soldados», perdían tanto la inocencia como la vida, poniéndolos en primer plano para que puedan ser recordados y clarificar cómo fue su dura muerte. A través de la actuación de Carolina Kopelioff, se representa la muerte de Anna, una de las tías abuelas de Ana, quien tenía solo dieciocho años. Otros personajes narran las muertes de Antoni (el mayor, de veinte años) y Wojtek (el menor, de quince).

La puesta comienza como una entrevista para un podcast, cuyo conductor es interpretado por Dennis Smith. Este personaje, que parece conocer poco sobre la historia, pronuncia el apellido Wajszczuk de manera torpe, para luego rendirse y crear un juego con Ana, la entrevistada. Además, en algunos momentos, es él quien musicaliza y canta durante las transiciones entre escenas. La música es uno de los elementos principales que atrapan al espectador, ambientando las escenas de guerra con música electrónica y generando emociones en los momentos más tristes o dolorosos con tonos desgarradores.

La iluminación varía entre el verde y el rojo: el verde representa momentos más tranquilos y el presente, mientras que el rojo simboliza las muertes y el pasado. Esta iluminación, junto con la música, crea una ambientación que transporta al espectador a Varsovia en plena guerra. Las actuaciones son impactantes y conmovedoras: Dramisino y Kopelioff interpretan más de un papel, encarnando a sus personajes de tal manera que se siente la presencia de otra persona en escena. Los gritos y susurros que resuenan en toda la sala provocan piel de gallina. Tal vez la explicación se encuentre en cómo interpretan un tema tan profundo, en cómo la guerra -de una forma auténtica y cuidada- impacta cada vez más en la narración y en la platea.
«Varsovia 1944» tiene una última función este sábado 31 de agosto a las 16 horas en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires), Av. San Juan 328.
