Detrás de escena

La silla vacía: 30 años de una herida que nunca cierra

La obra es un homenaje a las víctimas del atentado a la AMIA del que se cumplen tres décadas el 18 de julio. En el testimonio de familiares y sobrevivientes se sostiene la memoria de los que ya no están.

Texto: Redacción Todo Teatro. Fotos: gentileza prensa.

Cuatro actores que no son actores se suben al escenario para representar una parte de sus vidas, aquella que irrumpió brutalmente cuando la bomba que explotó en la AMIA, el 18 de julio de 1994, les arrebató a uno de sus seres queridos.

Así puede resumirse, en un primer intento, el espíritu de la novedosa producción teatral La silla vacía, que AMIA produjo especialmente, en el marco de los 30 años del atentado terrorista, y que está dedicada a la memoria de las 85 víctimas fatales de la masacre. De la obra participan Hugo Basiglio, Jennifer Dubín, Adrián Furman y Alejandra Terranova, familiares de cuatro víctimas fatales. Adrián, a su vez, es víctima sobreviviente del 18J. La dramaturgia y la dirección son de Sol Levinton a partir de una idea de Elio Kapszuk y para poner la voz en off se sumó Ricardo Darín. Sus protagonistas cuentan cómo se llevó a cabo este proyecto que se presenta en el Auditorio de la AMIA, el mismo espacio que fue escenario de la tragedia hace treinta años.

¿Cómo surgió la idea de hacer este tributo?
-A lo largo de estos 30 años, se hicieron muchísimas acciones por la memoria que abarcaron distintas disciplinas artísticas: artes plásticas, fotografía, canciones que involucraron músicos y a los mismos familiares. Hay proyectos audiovisuales, literarios… pero hasta ahora nunca se había hecho algo teatral que involucre a sobrevivientes y familiares directos de víctimas fatales. Elio tenía esta idea hace un tiempo, pero aún no se había desarrollado.

¿Se puede considerar a la propuesta como biodrama o como teatro testimonial?
-Yo diría que tiene algo de las dos, y eso lo convierte en una experiencia especial y de algún modo única. Los testimonios que aparecen en escena son reales, pero a la vez están combinados con una dramaturgia, música original y con ciertos recursos ficcionales que pretenden sumarle poesía y acompañar emotivamente la puesta.

El atentado marcó un antes y un después en la historia argentina, y mucho más aún para quienes lo sufrieron en carne propia, ¿cómo se acota esa dimensión tan trágica en un escenario?
-Es un desafío. Cada ensayo fue un desafío, y por supuesto lo será cada función. Se trata de intentar ponerle palabras a ese dolor que no tiene medida. Cada relato es una mezcla de recuerdos, sensaciones, sueños, e incluso aparecieron momentos que tenían olvidados o escondidos en algún lugar y que los testimonios de los otros ayudaron a que puedan reaparecer. Algo muy especial se forjó en los encuentros. La mayoría no se conocía, algunos no se habían visto nunca. Y sin embargo, se reconocieron, se identificaron y se abrazaron inmediatamente en el dolor y en el amor.

Quienes decidieron participar, ¿cómo se sumaron al proyecto? ¿Costó convencerlos?
-Los cuatro familiares que participan fueron convocados especialmente. Cada uno tiene una historia muy diferente a la de los otros, y están incluidas historias muy ligadas a la AMIA y otras de personas que no tenían absolutamente ningún vínculo con la institución, ni con la comunidad judía. Esto nos pareció importante a la hora de señalar y recordar que el atentado no fue contra la comunidad, sino contra la Argentina. Nos atravesó a todos. En la obra contamos además con el relato en off de Rosa, la madre de Sebastián, que fue el menor de las víctimas fatales del atentado. También sumamos la presencia de todas las víctimas en el video final que se proyecta sobre el escenario.

El teatro es presente puro, ¿cómo se reconstruye la memoria de aquel momento dramático en un escenario hoy?
-La propuesta combina los testimonios con sus cuerpos que desde el escenario dicen presente. Expresan bronca, reclamos, dolor. Se emocionan y comparten los recuerdos de sus seres queridos desde el amor. Cuentan acerca de las personas que amaban y murieron asesinadas, y también cuentan acerca de ellos. Porque esa falta los constituye, los hace ser parte de quiénes son. Construyen la memoria a partir de eso, y reclamando verdad y justicia. Porque el crimen se sigue cometiendo 30 años después, a través de la impunidad, la falta de verdad y de justicia. Es una repetición sistemática del crimen, como si la bomba explotara una y otra vez.

-Realizar un homenaje a través del arte es una manera de mantener viva la memoria más allá del reclamo judicial.
-Así, y lo titulamos La silla vacía porque una silla vacía es un símbolo crucial de aquel que ya no está. En escena siempre hay una silla vacía, pero ni los actores ni el público pueden anticipar cuál va a ser. Porque la vida es así: impredecible, inesperada. No hay forma de pronosticar qué nos depara. No hay justificación para las personas que se convierten en víctimas, y nadie está exento de serlo. Como dice en la obra Ricardo Darín que puso su voz, comprometida, expresiva y amorosa: «Una silla puede ser solo eso, una silla… y a veces puede ser mucho más«. Con la magia del teatro, en donde todo puede pasar, aspiramos a transformar el dolor en amor, un acto creativo en un reclamo de justicia.

Las funciones programadas hasta el momento, se realizarán el lunes 1°, martes 2, y miércoles 3 de julio, a las 20, en el auditorio de la institución AMIA, en Pasteur 633,. Para reservar las ubicaciones, sin costo, se puede hacer a través de este link.

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