Detrás de escena

«Mi hijo solo camina un poco más lento» cumple diez años y lo celebra en el escenario

El director Guillermo Cacace repasa lo sucedido en esta década con la obra del croata Ivor Martinic, desde su estreno, cuando hacían funciones los domingos a la mañana hasta hoy. Como parte de la celebración habrá una función especial en el Astros el 23 de febrero.

Texto: Guillermo Cacace. Fotos: gentileza prensa.

«… y probemos unos meses, si a las 11 de la mañana de los domingos no viene nadie la dejamos de hacer y,  lo que dure, habrá sido lo que tenía que ser …«

Diez años más tarde seguimos juntxs y percibimos a la obra aún viva en lo que la define como un acontecer, pervive un presente. Y cada vez que volvemos para convidar una nueva temporada se renueva un creer tal vez “no místico”, un creer carnal y deseante se renueva, actualiza la motivación de creer en la potencia de los encuentros.

Agradecer se nos ocurre hoy como una vía para historizar el proyecto. Gracias entonces a cada unx de lxs confiaron y fueron parte, directa o indirectamente, del nosotrxs que vamos siendo. Agradecer a algunxs ya no están porque partieron de distintas formas y lxs extrañamos tanto…

No es poco el tiempo transcurrido y en muchxs miembrxs del grupo hubo pérdidas, hubo nacimientos, hubo el acompañarnos en tránsitos complejos. La obra mutó, la obra ya no es aquella. La obra ya es otra que, no obstante, es fiel a no resignar el ánimo experimental con el que se parió, la ausencia de concesiones y la imperiosa necesidad de sostener algo vivo apelando a la ponderación de una operación básica: cuerpos que en improntas actorales diferentes labraron cuidadosamente una sólida escucha. A veces funciona más, a veces funciona menos, claro. Tuvimos bellos problemas: aprender a recibir la extraordinaria demanda de los inicios con sala llena, funciones vendidas con meses de anticipación, nos tomaron huracanes intempestivos y cortocircuitos internos y todo fortaleció algo que ya no somos nosotrxs, algo que más que una pieza teatral es otro cuerpo vibrátil que trasciende en su consistencia a cada unx de lxs que la hacemos.

Desde 2014 pasaron tsunamis políticos, sociales, a nivel país, a nivel mundial, pasó una pandemia y un día volvimos. Volvimos como sobrevivientes de una tragedia, y aunque la palabra carga una espesa densidad años más tarde, de alguna forma lo éramos. Destacar y amar de entre esos sobrevivientes, a una actriz y un actor que pisan más de noventa años sobre este planeta.

Nada le fue indiferente a la obra y su gesto alternativo, su coraje político, fue seguir diciendo acá estamos 15 personas sosteniendo un proyecto artístico. Un proyecto que trata de dejarse atravesar por todo lo que sigue sucediendo. La obra resultó un lugar de reparación y ese comentario nos lo entregaron generosamente muchas veces. Nunca nos sentimos héroes o protagonistas de un fenómeno, tuvimos siempre la sensación de estar en el momento y lugar indicado para contar con el privilegio de recoger una larga cosecha iniciada con otras obras, algunas que hicimos juntxs con algunxs y otras que cada unx hizo por su cuenta, aquí hubo tierra fértil para cosechar incluso lo sembrado en otros terrenos. Una cooperativa teatral independiente de 10 años, de 15 personas es un proyecto claramente anticapitalista. Actuando para 40 personas, luego para 100, después 260, a veces para 150 y unas pocas veces para grandes cantidades de público, repito, se trata de un proyecto claramente anticapitalista. Como lo son muchos otros proyectos de muchxs otrxs colegas.

Y hoy más que nunca vale la pena decirlo, hay algo de encontrarse a preguntarse de qué va la vida desde prácticas sensibles como el teatro y sin garantía de respuesta que no tiene nada que ver con el mero usufructo económico. Y cada vez que la obra aportó un plus a nuestras economías también fuimos muy felices. Ahora bien, ¿alguien puede pensar que eso nos mantiene juntxs hace 10 años? Nos mantiene juntxs hace 10 años seguir ensayando, sentir que por momentos la obra no sale y eso lejos de decepcionar entusiasma como tangibilidad de lo inaprensible, haciéndonos percibir la suficiente incertidumbre como para necesitarnos y saber que allí estaremos. Y, en las realidades que nos atraviesan, estar ahí y saber que luego, tal vez, respiraremos mejor es renovar una confianza en lo humano sin romanticismo, en el cardumen humano, más que en el humano predador y en la posibilidad de compartirse.

Compartir lo fundacional y parte de lo eso, antes de giras por Argentina y por el exterior, antes de los premios y su relatividad meritocrática, fue leer un domingo a las 9 de la mañana una obra y preguntarnos “no” cómo hacerla sino cómo “no” deshacer lo que ya había pasado en esa improvisada lectura, cómo “no” deshacer una improvisación, cómo hacer lugar a lo que acontece, cómo dar estructura sin dictar leyes fijas de puesta o actuación, de escenografía, luz o vestuario, que ahoguen lo que no se puede fijar, lo que es acción hasta en la quietud.

Comulgamos en una ética del ensayo que fue la poética de la obra. Resistimos en circuitos independientes todo lo que pudimos, fueron años de sostener un territorio, y cuando empezamos a circular por otros circuitos cuidamos que el hábito no haga el monje, cuidamos también no fetichizarnos y, no obstante, asumimos las veces que en este empeño nos empoderó la alegría de lograrlo y las veces que nos ganó aquello que no tuvimos recursos para evitar.

Esta obra fue apoyada en sus inicios por el Festival Europa + América, por su curador Matías Umpierrez, pero también muchas veces, entre otras entidades, por el Instituto Nacional del Teatro, organismo que nació al amparo de una ley que hoy se intenta derogar. Derogación en la que no hay racionalidad, no hay sensibilidad que justifique un proyecto tan abyecto. Hay un plan mayor y es por el que hoy el mundo no deja de hablar del fin del mundo. Es el que atenta contra la tradición del lazo que se teje en el estar en común. Y hasta si este país encontrase alguna “oportunidad” en el proyecto político que hoy eligió parte de su gente, no dejaríamos de estar alineándonos en la catástrofe mundial que a todas la luces hoy arrasa el planeta. Las condiciones de posibilidad para que esto hoy suceda deben ser estudiadas como una responsabilidad ineludible pero mientras tanto, mientras la sensación para muchxs es que todo se hunde, protejamos la fuerza de lo que puede el ejercicio de lo alternativo. En uno de esos ejercicios, entre tantos otros, nació Mi hijo sólo camina un poco más lento, eso es lo que hoy celebramos: la existencia de micropolíticas que crean mundos otros, la voluntad de convocarnos desde modelos no hegemónicos como este que hoy intenta imponerse.

Para terminar volvamos al principio. Sólo teníamos 9 encuentros para ensamblar toda la obra ensayada en parciales. Así nació encontrarse los domingos por las mañanas en una rajadura que le hicimos al sistema. Pasa que al encontrarnos sucedía mucho más que un campo de meras ideas o una obstinación, ¿nos transformaba un eros sanador? En algún rincón del barrio de Balvanera un algo descomponía automatismos y así nació un proyecto. Nadie tenía una verdad cerrada sobre sí para gobernar los cuerpos de un elenco, lo roto fue materia prima para que lo frágil se constituya en nuestra fortaleza al mirar al público a los ojos y sin saberlo decir acá estamos: rotos aunque no tanto como otrxs y ese “no tanto como otrxs”, desde ese resto, desde ese residuo vital hacemos esta obra desde hace 10 años.

«Mi hijo solo camina un poco más lento» tendrá una función el 23 de febrero en el Teatro Astros, Av. Corrientes 746.

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