Dirige, actúa y siempre sorprende con performances vinculadas a lo escénico por fuera de la habitual. Además, sostiene un espacio propio donde la clave es experimentar.
Texto: Muriel Mahdhoubian. Fotos: gentileza prensa.
Lisandro Rodríguez es actor, director, músico, padre de Julio, de 8 años, y estudiante de carpintería. “Es un ensayo diario ser padre”, cuenta el actor que desde el 2004 tiene su propia sala de investigación teatral, Estudio Los Vidrios (lo que antes fue Elefante Club Teatro). Trabajó junto a Santiago Loza y dirigió varios de sus textos, uno de los últimos, La mujer puerca. Actualmente tiene dos obras en cartel, en una de ellas, Estás conduciendo un dibujo, propone pasear gente en moto, y la otra, Payaso, junto a Toto Castiñeiras.
Su primer contacto con el lenguaje expresivo fue a través de la música en una banda donde tocaba el bajo. “La música siempre está muy presente en las obras que dirijo. Para mí las obras son las canciones que no puedo hacer”.

-¿Cómo es hacer una obra arriba de una moto?
–Estás conduciendo un dibujo, es una obra que hago en una moto hace mucho tiempo. La presenté en la Bienal de Performance hace tres años y en el marco del FIBA . Paso a buscar a alguien con la moto y es un recorrido en el que llevo a esa persona a un sitio específico y después a un lugar sorpresa. En el FIBA se hizo con 14 motos, había otros pilotos y también se hizo en Suiza, pero yo no pude ir porque fue durante la pandemia. Se realizó con un club de BMW y de Harley Davidson. El trabajo está inspirado en un relato de John Berger, un autor que a mí me gusta mucho. El andaba en moto y cuando se hizo en Suiza, la moto de John Berger fue la que se usó para el trabajo y la condujo el hijo de él. Otra hija también participó de la experiencia.
-¿De dónde surgió la idea de hacerla?
-Esta obra nació por una convocatoria de la Bienal de Performance y para mí lo más performático que podía hacer, en ese momento, tenía que ver con mi cuerpo y con el placer mío de andar en moto y además, poder compartirlo con otro. Ese pacto de confianza con alguien que se anima a subir conmigo y donde los cuerpos van cerca, se comparte un tiempo y un espacio muy particular recortado por una obra. Es un trabajo de mucha confianza e intimidad. Para mí es re exigente porque es sostener, al igual que un actor lo hace arriba de un escenario, yo lo hago arriba de la moto. Sostengo expectativas, miedos, tensiones, preguntas, lo que sea y además manejo. Hice alrededor de 60 viajes en total y tuve todo tipo de público, pero más que nada gente joven.
-¿Continuás trabajando con Santiago Loza?
-Nos volvimos a ver después de ocho años de estar separados. Por suerte nos reencontramos y pude recuperar a un amigo. Estamos más viejos y menos pretenciosos. Para este año vamos a volver a trabajar juntos con una obra de él, Diario inconsciente, en dónde yo voy a hacer una versión escénica y voy a dirigir.

-¿Cuál fue la necesidad que tuviste de armar tu propio espacio?
-Hace 20 años que tengo mi estudio propio y elegí esta forma de vida. Yo tocaba el bajo en una banda de música y tenía la experiencia, de la adolescencia con mis amigos, de darnos cuenta que era mucho más costoso alquilar una sala para ensayar que tener un espacio las 24 horas. Funciona como un lugar de encuentro, de trabajo y que nos permite profundizar más. Mi horizonte de trabajo está puesto en mi espacio, no lo tengo en otro lado. No significa que no pueda ir a trabajar a otros lugares, pero siempre vuelvo a mi espacio, y eso para mí es muy importante. Los Vidrios es un lugar no convencional de producción, de reflexión, de pensamiento, de encuentro. No es una típica sala de teatro independiente.
-¿Cuáles son tus proyectos?
-Estoy escribiendo un libro sobre la dirección para el Instituto Nacional del Teatro (INT) que se llama Teatro comercial. El libro son notas de dirección, de lo que pienso de las artes escénicas y sobre todo está enfocado en mi experiencia como director. Para mí es un arduo trabajo y a su vez un gran desafío.
-¿Por qué el nombre «Teatro comercial»?
-Por mí forma de trabajar, o por cómo pienso el trabajo que es algo muy diario, de ahí viene la idea de teatro comercial. Yo vengo de una familia de comerciantes. Mis padres y abuelos tenían comercio, luego yo tuve con mi hermana un negocio. Hay algo de esa escuela que la tengo muy incorporada. El teatro comercial es el teatro del comerciante, del que está detrás del mostrador y atiende el negocio.

-¿Entonces tu teatro sería el comercial?
-Si, pero en realidad se cree que el teatro comercial es el de la calle Corrientes. Yo juego un poco con ese chiste. Mi teatro es comercial porque, en primer lugar, para la ley la sala de teatro independiente está catalogada como un comercio. Hace 20 años que tengo una sala de teatro independiente que es mi base de trabajo y la atiendo y vendo mis productos de un modo muy artesanal.
-¿Cómo pensás la dirección de las artes escénicas?
-La pienso como un lugar más amplio que la dirección clásica. En mi experiencia, el rol de la dirección es mucho más abarcativo y tiene que ver con la actuación porque la pienso como una acción periférica a la escena. Tiene que ver con algo de investigación, de emprender, de producir, de acumular material y de una serie de cosas más. La dirección es también actuación, arquitectura y dramaturgia. Luego, por otro lado, está el rol del director que pone cierto orden en relación a todos los elementos que aparecen en una creación. Hay un doble rol, por un lado el de director más clásico y por el otro, el de director emprendedor y actor. Lo que quiero decir, es que yo también estoy en escena porque es una forma de acompañar a los actores. Mis proyectos en general son bastante deformes, mi forma de trabajo es desorganizada y caótica. Voy avanzando de una forma más extraña, no uso el formato más clásico.
-¿No tenés un mecanismo de trabajo?
-Quizás mi mecanismo es que no tengo un mecanismo de trabajo y ese es el mecanismo.

-¿Cómo comenzás un proyecto?
-Depende, a veces me agarra alguna obsesión con algo y voy por ahí. Y otras veces me convocan para hacer algo libre, y a partir de esa libertad me baso en el lugar dónde se va a realizar. El espacio para mí es algo bastante direccionador del material. El año pasado hice una obra, Setenta Balcones, en un edificio que estaba a medio construir, era una performance teatral, al aire libre, que se desarrollaba en los balcones de un edificio en construcción ubicado en el Microcentro porteño. Fue en el Festival No Convencional que dirige Martín Bauer y eso, en la vía pública, fueron elementos, material, desde donde partí. Ya estoy trabajando con un montón de signos que en si mismos ya arman un relato.
-¿Cómo definirías tu mirada?
-Creo que todos tenemos una mirada singular sobre las cosas y yo, como director, desarrollo eso. Pienso que tal vez lo que hace singular a mi trabajo es que utilizo los materiales que hay, que se me presentan. Me parece que la particularidad es volver siempre a ese lugar donde te preguntás, ¿qué hago con todos estos elementos? Ahora me convocaron para una obra en la Fundación Andreani, en La Boca, que tiene una terraza desde donde se ve todo el Riachuelo, me ofrecen todo el tercer piso, y lo primero que hice es ir a ver la sala y sus alrededores. Ahí, con todos los materiales comenzaré a construir. Se llamará Música para barcos y voy a trabajar con Diego Weiner. Hay algo de ese relato que ya está en el espacio. Creo que el trabajo de dirección es la combinación de miradas y signos.
–¿Cuáles serían esos signos?
-Un signo es un actor, un espacio, una luminosidad, un contexto social, una forma de llegar al teatro, de cobrar la entrada, una infinidad de signos conviven en un trabajo escénico. Me parece que la dirección está muy preocupada por lo textual, o por la calidad de los actores, y a mí me interesa democratizar mucho más los signos de un trabajo escénico. A mí no me preocupa si un actor es bueno o no. ¿Cuáles son los criterios para decidir si es bueno o malo. ¿Para qué?, ¿para interpretar un texto?, ¿para proyectar la voz? En una sala para 20 personas no se necesita proyectar la voz, en una obra donde no se habla, no se necesita, pero en el conservatorio te siguen enseñando a proyectar la voz y sino no lo hacés, no sos bueno. Eso me resulta sesgado.

-¿Cómo te sentís en el rol de docente?
-Trato de poner en cuestión y generar conciencia sobre el trabajo. Sobre todo poder producir preguntas y ver cómo se abre el campo expresivo, el imaginario, porque sino uno se vuelve una especie de oficinista de un trabajo que no debería serlo. Investigo cómo romper las propias convenciones que uno tiene en el trabajo. Es lo que a mí más me interesa producir en las obras y en los talleres que hago.
-Sos un referente del teatro no convencional, ¿cómo lo vivís?
-No me considero un referente, tal vez porque estoy constantemente en crisis con el trabajo. Tal vez, de afuera se vea una referencia, pero desde mi trabajo no sé, me siento mucho más perdido que encontrado en relación a lo que hago. Mi trabajo me obliga a encontrar sentidos constantemente. El cineasta canadiense, Xavier Dolan, en una entrevista habló sobre la utilidad del arte y la ponía en cuestión. Yo no creo que el arte se deba discutir en términos de utilidad. Creo que el arte tiene sentido o debería tener sentidos y ahí es donde yo me encuentro en crisis. ¿Cómo reencontrarse con el sentido constante del trabajo? porque vivimos en un mundo que nos empuja al abandono. El trabajo del artista es encontrarle un sentido a eso que hace que el mundo no tener. Hay arte porque el mundo no funciona bien y necesitamos construir un lenguaje que pueda dar cuenta de otros sentidos de la vida.
-¿Por qué decidiste estudiar teatro?
-Estudiaba Ciencias Económicas en la UBA, hice varias materias, pero después dejé. Al mismo tiempo, trabajaba en una oficina en la Jefatura de Gabinete, haciendo actividades administrativas y el primo de un compañero hacía teatro en lo de un tal Alezzo y siempre charlábamos, pero no tenía idea de quién era. Y un día abrí el diario y vi un aviso que decía clases de actuación con Agustín Alezzo y Lizardo Laphitz y llamé, me anoté, hice la prueba y empecé a estudiar y fue ahí cuando me enamoré del teatro. Lizardo Laphitz fue mi primer maestro, un genio absoluto, me hizo descubrirlo y tuve un amor total por el teatro. Y después continué con Alezzo.
-¿Qué significa el teatro en tu vida?
-El teatro es mi forma de vivir, creo que mi vida se construyó alrededor de eso, con lo bueno y lo malo, con lo que he ganado y lo que he perdido, pero sobre todo tiene que ver con un modo de vida.
