Críticas

Esperando la carroza: el grotesco argentino que no pierde vigencia

Una nueva versión del clásico escrito por Jacobo Langsner, ahora dirigida por Ciro Zorzoli en el Broaway, sigue siendo un espejo feroz y desopilante de nuestra sociedad. Campi y Paola Barrientos encabezan un numeroso y destacado elenco.

Texto: Sandra Commisso. Fotos: Gentileza prensa.

Hay obras que se imponen por la potencia de su mensaje o porque representan algo tan universal que es imposible eludir su huella. Esperando la carroza es una de de esas. Es como un cuadro, un fresco, un espejo de cierto sector social en determinado momento histórico tan auténtico y verosímil que ya forma parte de la cultura popular, más allá de su estructura original. Por eso, algunas de sus frases como la del personaje de Elvira: «yo ravioles, ella hace ravioles. Yo hago puchero, ella hace puchero«, solo por citar una, son latiguillos que quedaron incorporados para siempre al lenguaje coloquial.

Es que Jacobo Langsner, su autor, supo decodificar el ADN argentino (incluso rioplatense) que los actores y actrices que formaron el elenco de la legendaria película dirigida por Alejandro Doria, en 1983 encarnaron magistralmente. Así resultó en el combo perfecto. La fórmula se repite, ahora en la versión teatral en el Broadway, (así fue concebida originalmente) y resulta bastante fiel al original y en cierto modo, además funciona como homenaje a los intérpretes que hicieron de Esperando la carroza un auténtico icono popular.

La mano del director Ciro Zorzoli, uno de los que mejor maneja los matices del registro grotesco que este material necesita, resulta clave en este regreso de la familia Musicardi a la calle Corrientes. El texto no ha perdido vigencia porque la historia parece repetirse ciclícamente en el contexto local. Y los personajes tienen una impronta tan poderosa que permanecen intactos en la memoria colectiva.

Por eso el público que va en busca de ese patio detenido en el tiempo, de esa estética ochentosa en el vestuario y los peinados donde los personajes arman su mundo aparte, lo encuentra en todo su esplendor. Así, como por arte de magia, los fallidos flancitos de mamá Cora que en esta versión está a cargo de Campi, vuelven a aparecer tanto como los desopilantes diálogos entre Elvira y Nora (entonces interpretadas por China Zorrilla y Betiana Blum), ahora a cargo de Paola Barrientos y Valeria Lois. Ambas actrices se sacan chispas en el escenario y Barrientos recrea a una Elvira que no tiene desperdicio.

El resto del elenco también aporta la necesaria cuota bizarra y absurda que necesitan sus personajes como Ana Katz (Susana, la otra cuñada), y Pablo Rago (Sergio), Sebastián Presta (Jorge), Mariano Torre (Antonio), interpretando a los tres hermanos hijos de mamá Cora, que arman una galería de estereotipos divertidos, queribles y decadentes a la vez. A ellos se suman Andrés Granier, Milva Leonardi, Marina Castillo y Mayra Homar completando los roles en ese universo familiar y barrial tan peculiar.

Tomar la posta de un legado como el de Esperando la carroza, que está tan arraigado en el sentimiento popular, es un riesgo, sin dudas. Pero cuando el texto no ha perdido vigencia, sobre todo cuando apela a ese humor que tiene una fuerte identidad local, sin dejar de contar una historia de vínculos bastante universal, todo fluye. Más aún cuando los actores y las actrices toman la responsabilidad de dar vida a criaturas icónicas que ya habían pasado por artistas también legendarios (como la mamá Cora de Antonio Gasalla, por ejemplo), y le aportan un nuevo brillo a sus personajes.

En un momento de dificultades sociales, pasar el umbral del teatro para sumergirse en ese mundo inefable de cruces, tensiones familiares, discusiones, amores y odios que nunca dejan de lado el humor, es como un recreo mental. Una fiesta que se comparte en familia, entre amigos, con esa sensación de hablar el mismo idioma, de ser parte de algo que no se puede explicar. Es un sentimiento.

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