El actor transita el éxito de El equilibrista, entre Mar del Plata y Buenos Aires y repasa cómo volvió a encontrarse con sus orígenes a partir de este unipersonal.
Cuando advertí que estos tiempos propicios para la adulteración, habían llegado también al teatro, sentí la necesidad de que los fundamentos escénicos aprendidos durante toda mi vida, estuvieran sobre el escenario.
Construí con dos autores que admiro y un director formado con valores coincidentes, un espectáculo en el que la historia no fuera dicha, ni mostrada, sino que pudiera llegarle al espectador, a través de su imaginación, aludiendo, con las herramientas que el propio teatro, y los maestros que me precedieron, crearon en sus comienzos.
Con un intérprete que fuera capaz de tocar un instrumento, manipular objetos, montar y desmontar elementos escenográficos a la vista del espectador, y transformarse en uno y otro personaje, sin dejar rastros, utilizando el cuerpo y la voz en todas sus dimensiones.
La obra incluye un plus performático de cierto riesgo, manteniendo el equilibrio sobre una cinta por sobre la cabeza de los espectadores, teniendo como objetivo final, lograr expectación, magia, y emoción.
Así de claro y directo fue mi deseo. Tras seis meses de ensayos, con un equipo de alto talento en todos los rubros, y con diez funciones testeadas, por colegas amigos de la profesión, que se prestaron generosos, a ver la obra en construcción, salgo al público, feliz por el resultado obtenido. Es hermoso para mí imaginar en equipo y trabajar, para concretar el deseo.